La Palabra de Dios es espíritu y vida. Tal como lo dijo el mismo Jesucristo hablando de Sí mismo: Las palabras que os hablo son Espíritu y son vida.[1] Pero por eso mismo son profundas, y como vivas que son, se actualizan siempre. Nada tiene de extraño, por lo tanto, que el hombre sea capaz de bucear en ellas y enriquecerse espiritualmente, pero sin poder pretender que ha logrado agotar su sentido.
Un ejemplo esclarecedor —uno entre tantos— lo tenemos en las siguientes palabras del Maestro:
El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.[2]
Es evidente que tales palabras, como todas las de Jesucristo, contienen un abismo de doctrina. Pero de todas formas dejan tras de sí un hálito de misterio (que no es otra cosa que la misma profundidad del contenido revelado), ¿y quién ha logrado hasta ahora, después de tantos siglos, desentrañar todo el inagotable y hasta misterioso significado de tales palabras?
A no ser que alguien se tome en serio las palabras del nuevo Padre General de los Jesuitas, según el cual Jesucristo debe ser reinterpretado. Pero los chistes deben ser relegados a su lugar y a su momento propio, y desde luego no valen para dar solución a las cuestiones serias.
De todos modos la Palabra de Dios podrá ser profunda, pero nunca engañosa. A diferencia de las palabras humanas, las cuales son mentirosas multitud de veces, hasta el punto de que estaría condenado a la perdición quien siempre se fiara de la palabra de los hombres. El mismo San Pablo decía que tenía mucho cuidado en no fundamentar su predicación en palabras aprendidas de la sabiduría humana:
Enseñamos estas cosas no con palabras aprendidas por sabiduría humana, sino con palabras aprendidas del Espíritu.[3]
Y desgraciado sería quien no se hubiera enterado de que, hoy más que nunca, vivimos en un Mundo en el que gobierna, con poderes tan grandes como jamás los tuvo, el Padre de la Mentira y de todos los mentirosos. Por lo que es extraordinariamente frecuente que sus falacias, difundidas todos los días y a toda hora por los media y en multitud de modos, llenen por completo el ambiente dispuestas a ser creídas por todos los que, de alguna manera, se han dejado robar la facultad de pensar por sí mismos.
Como todo el mundo sabe, pero también como todo el mundo olvida, la mentira no puede existir si no se disfraza de verdad. Y además con disfraces aparatosos y llamativos, suficientes y sobrados para convencer a los simples. De ahí que hoy día, muchas de las palabras que se difunden y alcanzan gran aceptación pública, son por supuesto brillantes, y desde luego suenan bien. Lo cual no significa que siempre sean verdaderas o exactas.
A este respecto, sería importante que alguien inventara un antídoto contra las palabras que suenan bien. Pues, si bien la mayoría de las veces suelen ser verdaderas, pero no siempre. Lo que habría de ser razón suficiente para que cualquiera que no quiera correr el peligro de ser engañado se mantenga en guardia.
Dentro de este género de cosas, las palabras pronunciadas por personajes dignos de respeto, por ejemplo, deben ser acogidas con un igualmente merecido respeto, pero no con un espíritu que excluya por naturaleza todo ánimo de crítica razonable y de minucioso examen.
Tal ocurre con palabras como las de un no fuerte y claro a cualquier forma de violencia, venganza y odio, cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. O también las siguientes: La violencia, de hecho, es la negación de toda religiosidad auténtica.
La sociedad moderna lleva ya demasiados años dejándose manipular el cerebro por el Sistema. De ahí que lo admita todo sin ejercitar la facultad de pensar.
En primer lugar, equiparar y poner en un mismo plano a la violencia, a la venganza y el odio, como intrínsecamente malos y enemigos de toda religión y de Dios, además de no ser exacto, es altamente injusto. La venganza y el odio son intrínsecamente malos, en efecto, enteramente ajenos a la Fe cristiana. Pero excluir la violencia, sin más explicaciones, es cargarse las doctrinas multiseculares, admitidas sin reticencia alguna por la Iglesia y por toda la Cultura Occidental, de la guerra justa y de la legítima defensa.
Las doctrinas de la guerra justa y de la legítima defensa no pueden ser echadas a la basura sin más, por más que se haga de modo que pase inadvertido.
Las guerras, unas veces justas y otras veces injustas, han formado siempre parte del haber de la naturaleza humana. Siempre han existido y existirán, pese a los pacifistas (el pacifismo no es sino una de tantas ideologías engañosas que campan por el mundo). Y por más que sean lamentables las injustas, la verdad es que muchas veces otra clase de guerras han sido necesarias.
Que piense cualquiera en lo que habría sido de España, o de la Galia, si no hubieran sido conquistadas (y civilizadas) por el Imperio Romano. No creo que el destino de Hispania hubiera sido mejor de haber continuado bajo el dominio de fenicios o de cartagineses, o el de la Galia bajo el de los galos.
Igualmente sería interesante imaginar lo que hubiera sido de Europa sin los siglos durante los cuales el Imperio Romano estuvo conteniendo a base de sus Legiones la invasión de los Bárbaros. Y cuando al fin cayó el Imperio y los Bárbaros inundaron Europa, dígase lo que se quiera, ya habían tenido suficiente contacto y recibido bastante del Imperio, como para que su grado de civilización anduviera lejos de considerarse barbárico.
Mucho se ha dicho y se ha escrito, la mayor parte de las veces injustamente, contra las Cruzadas. Que si fueron un fracaso o que si no lo fueron. Pero no cabe duda que las Cruzadas significaron un gran impulso en la Fe para todos los pueblos del Occidente Cristiano, además de ser el primer intento serio de difusión del Cristianismo en el Oriente Próximo.
Y aunque mucho se haya esforzado la Leyenda Negra por difamar la conquista de América por los españoles, hoy nos encontramos ante un gran continente civilizado, convertido al Cristianismo y por ahora el mayor contingente de católicos de todo el mundo.
No menos interesante sería conocer lo que hubiera sido de España, y también de Europa, si en 1936 una parte del Ejército español (cuando en España existía un Ejército que aún conservaba el sentido del honor y de la dignidad) se alzó contra la España de la checa en una lucha heroica que Pío XII no dudó en calificar de cruzada. Aunque el moderno rojerío no cese en su rencor y en su afán de venganza, sin vacilar en medios para arrojar basura (su propia basura) sobre aquella lucha para descalificarla, la verdad es que España y Europa se libraron de hacerse comunistas.
Pero dado que esta crónica no es un repaso histórico, ni siquiera resumido del tema, volviendo al estudio del Evangelio habría que decir que, caso de hacerse, se desprenderían profundas lecciones que serían de no poco provecho para la Humanidad. Que es lo primero que tendrían que haber hecho quienes dicen que hay necesidad de reinterpretarlo.
Jesucristo, dentro del mundo judaico en el que vivió, no se muestra en ningún momento contrario a la dominación o al Poder Romano. Lo considera legítimo, como se lo reconoce al mismo Pilatos: No tendrías poder alguno sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto.[4] Y lo dice claramente en su conocida respuesta sobre el pago de los tributos: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.[5] Por lo demás, Jesús muestra siempre clara amistad y simpatía por el ejército de ocupación romano. Cura a los familiares de sus oficiales e incluso alaba la fe de alguno de ellos como la mayor que ha conocido en Israel (Mt 8:10). Los apóstoles inculcan siempre la obediencia a las autoridades civiles hasta en los momentos de persecuciones, e incluso es el mismo San Pedro quien llega a decir:
Estad sujetos, por el Señor, a toda institución humana: lo mismo al Emperador, como soberano, que a los gobernadores, como enviados por él para castigar a los malhechores y honrar a los que obran el bien.[6]
Por cierto que no saben los historiadores si la justicia romana había conocido ya la doctrina del castigo disuasorio, un feliz hallazgo de la moderna e inteligente política española según la cual los malhechores pasan unos pocos meses en celdas bien provistas de comodidades, tratados además con el máximo respeto, antes de ser puestos de nuevo en libertad…, y vuelta a lo mismo.
Eliminar el derecho a la legítima defensa es rendirse a los pies del enemigo y renunciar a todo sentido de la propia dignidad. Macrón, aspirante a ser Jefe del Estado en Francia, producto engendro de la Masonería y partidario de los manejos del mundo islámico, dice que Francia debe adaptarse a la inmigración masiva del mundo islámico y judío en vez de resistirse. No soy profeta ni analista político e ignoro lo que ocurrirá en nuestro país vecino, aunque no puedo evitar pensar que la Pobre Francia va camino del precipicio.
A los partidarios de la paz a cualquier precio quisiera preguntarles acerca de lo que piensan hacer el día que vean su casa inundada por islamistas. Cuando vean que sus hijas son violadas y sus propiedades destruidas. O cuando se vean ellos mismos obligados a renunciar a su pacifismo para comulgar con el derecho a difundir el Islam bajo el precio de la muerte y de la violencia. Recuerdo muy bien cuando, siendo yo niño, regresando yo con mi familia de algún lugar y pretendimos entrar en nuestra casa, la encontramos inundada de refugiados rojos, ante lo que se nos impuso la asignación de una habitación y una participación en la cocina a debidas horas. ¿Qué será del famoso pacifismo cuando ciertas personas se vean en ciertas circunstancias? ¿Qué ocurrirá cuando los hombres de bien se vean obligados a renunciar a la legítima defensa bajo la capa de un impuesto pacifismo?
Todo apunta a la ideología de la Nueva Iglesia. Un mundo en paz, sin guerras y sin diversidad de naciones. Un Gobierno único y global y una Iglesia única en los que se diluyan todas las diferencias. En definitiva un mundo con un Gobierno único, que no será sino el de una Oligarquía totalitaria que pondrá bajo su dominio a todos los hombres del planeta convertidos en borregos. Para cualquiera que lo examine, el sueño de la Masonería.
El Reino de los Cielos padece violencia. Sea lo que fuere el significado de tan profundas palabras, es claro que el Cristianismo siempre ha sido perseguido. Y sus seguidores son hoy perseguidos con más ferocidad que nunca lo han sido en la Historia. Con persecución de sangre para muchos miles, y con lavado de cerebro y privación de la Fe para millones de ellos.
Pero los violentos lo arrebatan. ¿Será quizá un llamado al despertar de los cristianos, e incluso a todos los hombres de buena fe, a fin de evitar el desarraigo de la Fe y la destrucción de todo vestigio de dignidad en la Raza Humana? Es probable que, sin necesidad de reinterpretarlas, las palabras de Jesucristo quieran indicarnos que la gracia de la Fe y el don de la dignidad humana no pueden conservarse sin lucha. Pero entonces, ¿qué decir sobre que Dios rechaza toda violencia?
Padre Alfonso Gálvez
[1] Jn 6:53.
[2] Mt 11:12.
[3] 1 Cor 2:13.
[4] Jn 19:11.
[5] Mt 12: 17.
[6] 1 Pe 1:13.
(Ilustración: El milagro de Empel. Augusto Ferrer-Dalmau)