«El matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo». Esto dijo León XIV el pasado 1 de junio en la homilía de la Misa por el jubileo de las familias, y subrayó que ese amor «los capacita para dar vida, a imagen de Dios».
No debemos pasar por alto el sentido de esta frase, porque hoy en día, con demasiada frecuencia la ley moral es reducida a un ideal que puede ser difícil de alcanzar. En un contexto religioso, la palabra canon se aplica a una regla oficial de la Iglesia, una norma jurídica y moral, una ley objetiva que todos los cristianos están obligados a observar. [N. del T.: Aunque en la traducción oficial del Vaticano dice modelo, y así lo hemos citado en el título, la palabra que utilizó en la homilía original en italiano es canone. No está mal traducido, pero se pierde este matiz importante.]
El matrimonio, uno e indisoluble, constituido por un hombre y una mujer, es una institución divina y natural dispuesta por el propio Dios y elevada por Jesucristo a la dignidad de sacramento. La familia, que tiene sus cimientos en el matrimonio, es por tanto una auténtica sociedad que posee unidad espiritual, moral y jurídica, cuya constitución y derechos ha establecido Dios. A quienes cumplen esa ley Él les da las gracias necesarias para observarla.
Presentar el matrimonio como un ideal y no como una ley cuyo cumplimiento lleva asociada una gracia equivale a afirmar que ese modelo no pertenece al mundo de la realidad, sino al de los deseos, que pueden ser inalcanzables. Significa, por tanto, caer en el relativismo moral. Para vivir, los hombres necesitan unos principios conforme a los cuales puedan y deban vivir. Y uno de ellos es el matrimonio. En cambio, la idea de que el matrimonio sea un ideal aparece por toda la exhortación Amoris laetitia de 2016, en la que el papa Francisco insistía en que es un ideal que hay que proponer poco a poco, acompañando a las personas en su camino. Pero la moral católica no es gradual ni admite excepciones: o es absoluta o no es. La posibilidad de que pueda haber excepciones a la ley es fruto de la idea de un ideal impracticable. Tal era la tesis de Lutero, que sostenía que Dios ha dado al hombre una ley imposible de cumplir. Por eso, Lutero elaboró el concepto de fe fiducial, que salva prescindiendo de las obras, precisamente porque es imposible cumplir los mandamientos. Al concepto luterano de la imposibilidad de observar le ley, el Concilio de Trento replicó que la salvación es por la fe junto con las obras, y fustigó con anatema a quien afirme que «los mandamientos de Dios son imposibles de observar, aun para el hombre justificado y constituido bajo la gracia» (Denzinger, 828), y afirmó asimismo: «Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, y ayuda para que puedas» (Denzinger, 804).
Por eso, en una entrevista recogida en 2019 por Corrispondenza romana, el cardenal Burke explicó: «Se ha afirmado que tenemos que darnos cuenta de que el matrimonio es un ideal que no todos pueden alcanzar, y que por tanto debemos adaptar las enseñanzas de la Iglesia para las personas que no son capaces de cumplir las promesas conyugales. Pero el matrimonio no es un ideal. Es una gracia, y cuando los contrayentes hacen sus mutuas promesas, ambos reciben la gracia para vivir un vínculo fecundo y fiel durante toda la vida. Hasta las personas más débiles y con menos formación obtienen la gracia para vivir fielmente la alianza matrimonial».
Pero leamos atentamente las palabras de León XIV: «En las últimas décadas hemos recibido un signo que llena de gozo y, al mismo tiempo, invita a reflexionar: me refiero al hecho de que fueron proclamados beatos y santos algunos esposos, no por separado, sino juntos, como pareja de esposos. Pienso en Luis y Celia Martin, los padres de santa Teresa del Niño Jesús; y recuerdo también a los beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi, cuya vida familiar transcurrió en Roma, el siglo pasado. Y no olvidemos a la familia polaca Ulma, padres e hijos unidos en el amor y en el martirio. Decía que es un signo que da que pensar. Sí, al proponernos como testigos ejemplares a matrimonios santos, la Iglesia nos dice que el mundo de hoy necesita la alianza conyugal para conocer y acoger el amor de Dios, y para superar, con su fuerza que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las sociedades. Por eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo: el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo (cf. S. Pablo VI, Carta enc. Humanae vitae, 9). Este amor, al hacerlos “una sola carne”, los capacita para dar vida, a imagen de Dios. Por tanto, los animo a que sean para sus hijos ejemplos de coherencia, comportándose como desean que ellos se comporten, educándolos en la libertad mediante la obediencia, buscando siempre su propio bien y los medios para acrecentarlo. Y ustedes, hijos, sean agradecidos con sus padres: decir “gracias” por el don de la vida y por todo lo que con ella se nos da cada día es la primera forma de honrar al padre y a la madre» (cf. Éx. 20,12).
Tanto al principio como al final de su homilía, el Papa tocó un tema que le es grato: la oración de Jesús al Padre que aparece en el Evangelio de San Juan: «Que sean uno » (Jn.17,22). No se trata de una uniformidad indiferenciada, sino de una profunda comunión basada en el amor mismo de Dios: uno unum, como dice San Agustín (Sermo super Psalmos, 127); una misma cosa en el único Salvador, abrazados por el amor eterno de Dios. «Hermanos, si nos amamos así, sobre el fundamento de Cristo, que es «el Alfa y la Omega», «el principio y el fin» (cf. Ap.22,13), seremos un signo de paz para todos, en la sociedad y en el mundo. No hay que olvidarlo: del seno de las familias nace el futuro de los pueblos».
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)