Loreto una gloria de Italia

La milagrosa traslación de Santa Casa de María de Nazaret a Loreto es tal vez el mayor honor que ha concedido la Providencia a Italia después de la elección de Roma para sede de la cátedra de San Pedro. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn.1,46), decían con menosprecio y suficiencia los judíos. Pues bien, la humilde morada de Nazaret en la que nació la Virgen fue el lugar escogido por Dios para el momento supremo de la historia. Entre sus pobres muros reveló el arcángel a María los inmensos misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación y de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y le pidió su consentimiento para realizar los grandes planes de Dios. Dice Santo Tomás de Aquino en la Suma teológica que María respondió en nombre de toda la humanidad cuando pronunció la palabra que esperaban todos los siglos y todas las generaciones: ¡Fiat!

Esta respuesta lo sintetizó todo de un modo excelso, la Tierra y el Cielo, el pasado y el futuro, el tiempo y la eternidad. En la Santa Casa resonó la santa palabra que pronunció Dios en el momento de la creación, repetida de una manera tan perfecta por una criatura que, al decir de los teólogos, de Ella surgió otra creación. Amanecía una nueva era para la humanidad. La Sabiduría Eterna asumía carne mortal. El Hijo Unigénito de Dios se hacía hombre, y el seno de María se convertía en el tabernáculo del Verbo Encarnado.

La historia de la Santa Casa de Nazaret pone de relieve el inmenso amor de la Providencia al sagrado lugar donde se efectuó la Encarnación. Durante más de mil años esa casa de Palestina fue el sitio más venerado por los peregrinos después del Santo Sepulcro. Pero lo que Dios permitió para el Santo Sepulcro no lo consintió para la Casa de su Madre. Cuando en la segunda mitad del siglo XIII los musulmanes invadieron Galilea y se adueñaron de los Santos Lugares, cuenta la tradición que los ángeles trasladaron la Santa Casa a las riberas del Adriático, en Dalmacia, y más tarde a Loreto, cerca de Recanati, adonde llegó en 1294, durante el pontificado de Celestino V. La noticia de tan extraordinario prodigio no tardó en propagarse por toda Europa, y en poco tiempo Loreto se convirtió en el principal santuario de Occidente al que acudieron a lo largo de los siglos en devoto peregrinaje santos, pontífices, reyes y gentes de toda condición.

A lo largo de más de seis siglos, los papas han declarado la autenticidad de la Santa Casa mediante documentos y numerosos actos solemnes, enriqueciendo el santuario con visitas, donaciones, privilegios e indulgencias. En el siglo XX en concreto, Benedicto XV corroboró solemnemente en la liturgia el solemne ceremonial de la milagrosa Traslación (10 de diciembre), y Pío XI, por breve apostólico del 15 de junio de 1923 concedió a Loreto indulgencia plenaria toties quoties, equivalente a la de la Porciúncula de Asís.

Hay quienes han puesto en duda la autenticidad de la Santa Casa, pero las pruebas históricas son innumerables. Me limitaré a mencionar una: la Santa Casa carece de cimientos. Está literalmente posada sobre el terreno. La perfecta construcción de las paredes en capas horizontales de argamasa de óptima calidad requeriría unos cimientos que le garantizasen sólido apoyo. Todo lo contrario: no sólo faltan los cimientos, sino toda preparación previa del terreno sobre el que se levanta, de aspecto suelto y consistencia polvorienta. Los muros se alzan sobre la capa superficial del terreno, y en parte sobre sobre el   firme   de un camino. Es más, en algunas partes la Santa Casa no toca el suelo. ¿Cómo es posible que una construcción no se venga abajo en siete siglos sin cimientos ni nada que lo sostenga? Los arquitectos que han investigado en Loreto afirman que es el más impresionante de los milagros. A ello habría que añadir que las medidas de la Santa Casa coinciden a la perfección con las de los cimientos que quedaron en Nazaret, y que el análisis químico de las piedras ha demostrado que los muros están hechos con piedras de Palestina cimentadas con una mezcla de cal, ceniza, paja y betún, según una antiquísima costumbre judía.

Los papas, santos y otros peregrinos que han visitado Loreto a lo largo de los siglos no han querido venerar un santuario mariano cualquiera, sino la Santa Casa de Nazaret que prodigiosamente trasladaron los ángeles. Según una visión muy conocida de San José de Cupertino, estando el santo el 10 de julio de 1657 en su convento de Osimo vio una muchedumbre de ángeles que iban y venían entre el Cielo y la Santa Casa. Arrebatado en éxtasis, voló sobre un almendro del jardín.

La devoción a la Santa Casa cobra un hondo significado en estos tiempos de crisis. Por numerosos motivos, la Domus Mariae está íntimamente ligada al nacimiento de la Iglesia Católica. A saber:

1) Fue el templo donde tuvo lugar la Encarnación. Entre sus santas paredes fue concebido y se crio Jesucristo, fundador y cabeza de la Iglesia.

2) Fue la casa de María. Es decir, de la criatura que, según los teólogos, realiza en sí del modo más perfecto la Iglesia, y a la cual por ello se configura la propia Iglesia.

3) Y fue la cuna de la Iglesia naciente, porque después de haber custodiado en su seno al Verbo mismo y guardado celosamente en su corazón todo lo dicho y sucedido, María transmitió desde ese lugar a los Apóstoles la doctrina del Divino Maestro, sosteniéndolos y confirmándolos en la fe.

Por último, según la tradición, entre esos muros se celebró por primera vez el Santo Sacrificio de la Misa. Todavía se conserva en la Santa Casa el altar de los Apóstoles, milagrosamente trasladado junto con ella. Se encuentra en el lugar exacto en que la Santísima Virgen hizo descender por primera vez a la Tierra a Jesucristo. Allí pronunció San Pedro las palabras de la consagración que todavía se repiten en la Misa.

La Santa Casa no sólo nos ofrece la imagen de un templo precioso, sino también la de un palacio real. Ciertamente fue la morada, oscura pero regia, de María, Reina del Cielo y de la Tierra. Sus benditas paredes reflejan el esplendor del reino de humildad y ocultamiento de la Santísima Virgen en su vida terrena, pero prefiguran a la vez el reinado esplendoroso de María sobre las almas y las naciones que Ella misma profetizó en Fátima en 1917.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Del mismo autor

La tesis de Socci no tiene fundamento: reseña de Il segreto de Benedetto XVI

«La Santa Madre Iglesia afronta una crisis sin precedentes en la...

Últimos Artículos