Las muchas crisis que conmueven el mundo de hoy -del Estado, de la familia, de la economía, de la cultura, etc.- no constituyen sino múltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene como campo de acción al propio hombre. En otros términos, esas crisis tienen su raíz en los más profundos problemas del alma, de donde se extienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre contemporáneo y a todas sus actividades.
Por más profundos que sean los factores de diversificación de esa crisis en los diferentes países de hoy, ella conserva, siempre, cinco caracteres capitales: 1) es universal; 2) es una; 3) es total; 4) es dominante; 5) es procesiva.1
A este proceso bien se pueden aplicar las palabras de Pío XII relativas a un sutil y misterioso enemigo de la Iglesia: «Él se encuentra en todo lugar y en medio de todos: sabe ser violento y astuto. En estos últimos siglos intentó realizar la disgregación intelectual, moral, social, de la unidad en el organismo misterioso de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia, la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un ‘enemigo’ que se volvió cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que aún sorprende: ¡Cristo sí, la Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente el grito impío: Dios está muerto; y hasta Dios jamás existió. Y he ahí, ahora, la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre bases que no dudamos en señalar como las principales responsables por la amenaza que pesa sobre la humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios».2
Somos testigos de los errores derivados del racionalismo, el naturalismo, el secularismo, el humanismo que confluyen en la herejía del modernismo la síntesis de todas las herejías.
En efecto, los orígenes reales de las falsas concepciones de Dios se remontan al racionalismo de Descartes, del que devinieron el deísmo, el gnosticismo, el idealismo, y finalmente el ateísmo absoluto y material que culminó con el marxismo, y cualquier concepción equivocada de Dios conduce inequívocamente a una concepción errónea del hombre, porque es la imagen de Dios.3
Pongamos al frente de todos al comunista italiano Antonio Gramsci, uno de los ideólogos más eficaces de las nuevas generaciones marxistas.
El gramscianismo «se funda en tres presupuestos filosóficos. Ante todo el materialismo, pero entendido en el sentido de antiespiritualismo, como oposición al trascendentalismo religioso. En segundo lugar, el historicismo, ya que el hombre no es sino que se hace, deviene, según el proceso de la historia, proceso que camina ineluctablemente hacia el triunfo del marxismo. El tercer presupuesto es, precisamente, el inmanentismo, que para Gramsci resulta algo así como el telón de fondo o la base de todo el edificio marxista.»4
Tanto Marx, como a su turno Gramsci -refiriéndose al marxismo- señalaron las «paternidades» de la anti-Iglesia: el Renacimiento, la Reforma, la filosofía idealista alemana, la literatura y la política de la Revolución Francesa, la economía liberal inglesa, el laicismo.5
Entonces, nadie debe sorprenderse de esta crisis, cuya planificación culmen, en búsqueda de la destrucción de la cultura occidental -diseñada por Gramsci- ha estado en circulación desde hace casi un siglo. Para Gramsci, el enemigo número uno no era el capitalismo, sino la Iglesia Católica, y desmarcándose de los métodos tradicionales empleados por el comunismo, aconsejó a los marxistas llegar al poder por la vía democrática y luego utilizarlo para destruir la hegemonía cristiana, propugnaba para el logro de sus objetivos, combatir dos obstáculos: la Iglesia Católica y la familia.
Es curioso que aquellos mismos que niegan la divinidad de Jesucristo, se sirven de su misteriosa fisonomía para explicar los avances de doctrinas y realizaciones completamente diversas de las de Jesús. Chesterton refiriéndose a las verdades cristianas de las que se apropian las ideologías afirmaba que éstas «fuera de la Iglesia andan como locas».
Aunque Marx, y otros críticos de la fe católica afirmen por un lado que el cristianismo y la Iglesia son cosas del pasado, reliquias, cadáveres:
«Sin embargo no pierden ocasión de referirse a él, e incluso lo declaran el peor enemigo». 6
Toda su guerra es contra el pueblo católico.
Aunque Gramsci estaba bien versado en la teología tomista a diferencia de la mayoría de los católicos de hoy, éste, confundiendo su doctrina marxista plenamente atea con la raigambre espiritual de Jesús escribía:
«Es la roja túnica de Jesús la que ondea hoy más luminosa, más roja, más bolchevique que nunca. Hay un trozo de la túnica de Cristo en las innumerables banderas rojas de los comunistas que caminan en el mundo entero a la conquista de las fortalezas burguesas, para restaurar el reinado del espíritu sobre la materia, para asegurar la paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad».
Tenía razón Gramsci, pero no porque llevaran sus banderas el mismo ideal de sangre que Jesús, sino porque iban manchadas con la sangre de los millones de mártires que en los últimos 100 años el marxismo ha provocado allí donde ha dominado y tiranizado.
El marxismo «rechaza la verdad metafísica y la reemplaza con la “verdad” del momento (la que no llega ni siquiera a ser una relativa verdad histórica, es decir, lo confirmado por los hechos verificables). Esta actitud marxista pasa hoy día a la teología, como un principio básico del «ecumenismo»: no pelear por los dogmas, ni por los principios morales. La consigna es: destaquemos solamente lo que nos une y no mencionemos lo que nos divide».7
«A cinco años de haber terminado el Vaticano II, a comienzos de los setenta, toda América Latina estaba inundada con una nueva teología -la Teología de la Liberación- en la que el marxismo básico estaba inteligentemente engalanado con vocabulario cristiano y conceptos cristianos reelaborados. Libros escritos principalmente por sacerdotes católicos reclutados, junto con manuales políticos y de acción revolucionaria, saturaron el área volátil de América Latina, donde más de 367 millones de católicos incluían a los estratos más bajos y más pobres de la sociedad. . . ese noventa por ciento de la población que no tenía esperanza concreta de ninguna mejoría económica para sí o para sus hijos.
La Teología de la Liberación era un ejercicio perfectamente fiel de los principios de Gramsci. Podía lanzársele con la corrupción de unos relativamente pocos Judas bien colocados. Pero se le podía dirigir hacia la cultura y la mentalidad de las masas. Despojaba a ambas de cualquier relación con lo trascendente cristiano. Encerraba tanto al individuo como a su cultura en el apretado abrazo de una meta que era totalmente inmanente: la lucha de clases para la liberación sociopolítica».8
En la década de los 1970, un tiempo de agitación y perturbación, irrumpió la «teología de la liberación», bajo la influencia de la «nueva teología», «principalmente dentro de la corriente que toma la sociedad como objeto de su estudio, mostrando una tendencia hacia el sociologismo dando prioridad a la sociedad frente al hombre»,9 en la que «la palabra redención suele ser sustituida por liberación, la cual a su vez es entendida, a la luz de la historia y de la lucha de clases, como proceso de liberación en marcha. Finalmente es también fundamental hacer hincapié sobre la praxis: la verdad no debe entenderse en el sentido metafísico, pues esto sería “idealismo”. La verdad se realiza en la historia y en la praxis. La acción es la verdad. Por consiguiente, las ideas que llevan a la acción son, en última instancia, intercambiables. Lo único decisivo es la praxis. La ortopraxis es la única ortodoxia».10
Como se ha dicho, la teología de la liberación fue el producto de un largo proceso de infiltración doctrinal verificado por sectores eclesiales modernistas, filosofías inmanentistas, así como por la influencia del protestantismo liberal.
Por lo que acontece hoy en día, Gramsci es quien más ha influido en la increencia de la sociedad actual.
«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)».11
«El Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración del hombre».12
El punto central de la Teología de la Liberación fue y es, la deificación de los pobres.
Cuando vemos los males que nos rodean por doquier, todo indica que la causa de todos éstos, radica en que Dios ya no está en el corazón de las personas y por tanto, tampoco en el de la familia, ni en la sociedad, y donde no está Dios, comienza el infierno.
Germán Mazuelo-Leytón
1 Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, PLINIO, Revolución y Contra-Revolución.
2 Ibid., (Alocución a la Unión de Hombres de la A.C.Italiana, 12.X.1952 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIV, p. 359).
3 Cf.: Gen 1, 26.
4 SÁENZ, S.J., ALFREDO, El hombre moderno.
5 CF.: SÁENZ S.J., ALFREDO, Antonio Gramsci y la revolución cultural.
6 SÁENZ, S.J., ALFREDO, Antonio Gramsci y la revolución cultural.
7 PORADOWSKI, MIGUEL, La subversión en la filosofía y la infiltración marxista en la teología.
8 MARTIN, S.J., MALACHI, Las llaves de esta Sangre.
9 PORADOWSKI, MIGUEL, La teología de la liberación.
10 MESSORI, VITORIO, Informe sobre la fe.
11 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 675.
12 CASTELLANI, P. LEONARDO, El Reinado de un Antipapa y el Misterio de Iniquidad.