Querido sí sí no no:
¿Quién no está desconcertado y asombrado, por todo lo que ha salido a la luz en la primera semana de noviembre de 2015, en relación a la publicación de cartas sobre las cosas del Vaticano que tendrían que ser reservadas? Se ha hablado de Vatileak n. 2, después de aquel del 2012.
El director de Il Giornale, doctor Victorio Feltri, en el número del 6 de noviembre de 2015, escribe en la página 7: «Si la Iglesia, después de dos mil años, todavía está en pie, a pesar de los sacerdotes, los obispos y los cardenales, ésta puede ser la prueba de que Dios existe realmente». En palabras un poco diferentes lo había afirmado ya, hace doscientos años, el cardenal Erole Consalvi, secretario de estado de Pío VII, a Napoleón que amenazaba con destruir la Iglesia: “Emperador, ¿Quiere destruir la Iglesia? ¡Pero si no han logrado destruirla los sacerdotes en 1800 años!… tampoco lo hará usted”.
Para este “escándalo”, que viene del Vaticano y de hombres de la jerarquía, el remedio no está en las “cosas”, no todas centradas por parte del hombre venido “del fin del mundo”, sino en el enfocar todas las cosas en Jesucristo. Un papa nunca debe comenzar los discursos con temas humanitarios, tampoco con los valores humanos, ni siquiera la solidaridad, ya que esto lo saben hacer mejor que él, los líderes de la sociedad civil o, cuando existían, los sindicalistas. ¡Un Papa, un hombre de verdad de Dios, comienza desde Jesucristo! Y, luego, cuando ha comenzado, lleva adelante el discurso hasta la realización en Jesucristo.
Como se rezaba con un Oremus al inicio de cada acción: “Ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat et per Te coepta finiatur”. Y concluye: “Per Christum Dominum nostrum”. (Traducimos en lengua vernácula: “Que cada oración y acción nuestra, comience siempre en Ti y por Ti, una vez comenzada, se cumpla” obviamente “por Cristo Nuestro Señor”).
Por tanto: si los últimos papas con sus colaboradores, desde Juan XXIII a Francisco, en lugar de recurrir al hombre, de extralimitarse hacia el hombre, hubiesen pensado en hacer del Vaticano la “Ciudad de la Eucaristía”, la comunidad más ejemplar y más luminosa de los colaboradores del Vicario de Cristo en la tierra, si hubiesen evidenciado al máximo a nuestra especificidad más sublime, y que es la solución de todo, que se llama sólo Jesucristo crucificado y Eucarístico, no habríamos llegado a este punto, en el cual muchos tienen la impresión que más allá del rio Tíber, como escribe Dante: «Cristo tutto dì si merca», es decir: «Cada día se mercadea con Cristo».
Pero todavía ahora, en el punto al que hemos llegado, después de más de 50 años de autodenominado “nuevo Curso” y renovación conciliar, el remedio, la salvación está en retornar a Jesucristo, en hacer reinar a Jesucristo en cada cosa, en coronarlo de amor y de gloria, no en el descoronarlo y destronarlo, como se ha hecho “dialogando a los cuatro vientos” con herejes, infieles, masones y otros “señores” de este tipo. Ya lo había dicho Jesús: «No podéis servir a Dios y a mammona» (Mammona= el dinero, la carne, el hombre en el puesto de Dios)[1]. El propio Jesús, en el mismo discurso de la montaña, también dijo: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura» (Mt. 6, 24; Mt. 6, 33).
La Iglesia es intransigente en los principios porqué cree, y tolerante en la práctica porqué ama.
Los enemigos de la Iglesia son, en cambio, tolerantes en los principios, porqué no creen, pero intransigentes en la práctica porqué no aman. La Iglesia absuelve a los pecadores y los enemigos de la Iglesia, absuelven los pecados. R. Garrigou-Lagrange
Tal vez he hecho “una exhortación”, como me dijo unos veinte años atrás un monseñor, después de que hubiera osado a hablar en público a una asamblea eclesiástica; pero también Pedro, el primero de los Apóstoles, el Primer Papa (cuando era ya Vicario de Cristo, aunque no era todavía “Obispo de Roma”), a los del Sanedrín que querían silenciarlo respondió claro e imperativo: «En ningún otro – fuera de Jesús – hay salvación: ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, sino el nombre de Jesús, por el cual podamos salvarnos» (Hch. 4, 12).
Necesitamos hombres de Iglesia que sean de verdad católicos y Cristocéntricos al máximo, no ecuménicos; menos aún sincretistas y tampoco humanistas. «Nosotros queremos ver a Jesús» (Jn. 12,21), sólo a Jesús, y todo se resolverá en Él. En otra parte no hay salvación. Nolite timere (No tengáis miedo), la Santísima Virgen nos ayudará también esta vez.
El último fin al cual puede llegar el conocimiento humano en torno a Dios, consiste en el saber que no le conocemos, en cuanto nos damos cuenta de que Él mismo trasciende todo lo que comprendemos de Él. Santo Tomás de Aquino
Tarcisius
[Traducción: O.D.Q.A.. Artículo original]
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[1] Dejamos: “… mammona (Mammona= el dinero, la carne, el hombre en el puesto de Dios)”, como en el original italiano, porqué así lo ha dejado el traductor. En español, la cita según la Biblia es: «(…) No podéis servir a Dios y a las riquezas». (Mt. 6, 24; Lc. 16, 13 y 1 Jun. 2,15). (N. de la C.)