El demonio y su relación con el hombre

Profundizando en la fe – Capítulo IV
(III) 

Como veíamos al hablar de la creación de los ángeles, todos los ángeles fueron creados por Dios. Al principio de su existencia sufrieron una prueba moral y algunos de ellos se rebelaron contra Dios, desde ese momento se transformaron en demonios. Esta es una verdad de fe.[1]

Los ángeles tienen una inteligencia y una voluntad muy elevadas, ¿cómo explicar que algunos cayeran en el pecado? ¿De qué clase de pecado se trató?

El origen del demonio

1.- La Sagrada Escritura se refiere a la caída de algunos ángeles en el pecado, lo que les convirtió en demonios. Los lugares más claros son:

2 Pe 2:4: “Pues si Dios no perdonó a los Ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio”.

1 Jn 3:8: “Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo”.

Mt 25:41: “Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles”.

Jds 1:6: “Y además que a los ángeles, que no mantuvieron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día”.

2.- Los Santos Padres tratan con frecuencia del pecado de los ángeles, aunque difieren a la hora de determinar la clase de pecado que cometieron.

San Agustín: “Algunos ángeles cuyo jefe es el llamado diablo, por su libre albedrío huyeron del Señor Dios”. [2]

San León Magno: “La verdadera fe católica profesa que es buena la sustancia de todas las criaturas, tanto espirituales como corporales, y que nada es malo por naturaleza: porque Dios, que es creador de todo, todo lo hizo bueno (no hizo nada malo). Y por eso el diablo sería bueno si hubiera permanecido en el estado en que fue hecho. Mas como usó mal su excelente naturaleza y no se mantuvo en la verdad. . . , se apartó del sumo bien al que debía adherirse”. [3]

3.- El Magisterio de la Iglesia habla en multitud de ocasiones de la caída de los ángeles.

Lo vemos en las refutaciones que hace del maniqueísmo, que consideraba que el demonio era malo desde el principio de su creación (rechazado en el concilio de Braga, DS 457).

El concilio IV de Letrán contra el dualismo gnóstico-maniqueo de los cátaros y albigenses (DS 800).

El papa Inocencio II en su profesión de fe contra los valdenses (DS 797)

El catecismo de la Iglesia Católica hace un resumen del origen del mal y del pecado: “La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 Pe 2:4). Esta caída consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: ‘Seréis como dioses’ (Gen 3:5). El diablo es ‘pecador desde el principio’ (1 Jn 3:8) y ‘padre de la mentira’ (Jn 8:44)”. [4]

4.- Reflexión teológica

Tal como nos dice el Pseudo-Dionisio, los demonios fueron creados por Dios como ángeles buenos, pero se convirtieron en tales por su propia culpa. [5]

Según nos dice Santo Tomás, “los demonios son sustancias espirituales creadas por Dios, y en cuanto a su naturaleza no pudieron ser creados naturalmente con inclinación al mal”. [6] Los ángeles, en cuanto que son criaturas, tenían posibilidad de pecar. Sólo la voluntad divina es impecable. En las demás criaturas libres, la posibilidad de no pecar es un don de la gracia, y no una condición natural. [7] Del mismo modo decimos, que los ángeles no tuvieron la visión beatífica desde el inicio de su creación, sino que ésta vino como don a resultas de superar la primera prueba. De hecho, si hubieran tenido la visión beatífica desde el principio no habrían podido pecar.

En cuanto al tipo de pecado cometido por los primeros ángeles, durante los tres primeros siglos se decía que había sido un pecado de envidia del hombre. Así lo defendieron San Ireneo, San Gregorio de Nisa. Poco a poco se fue haciendo más común decir que fue un pecado de orgullo: “Pondré mi trono frente a Dios, y seré semejante al Altísimo”, y así lo afirman San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría. San Agustín afirmaba que el pecado de los ángeles fue de orgullo basándose en Eclo 10: 14-15 y Tob 4:14. Sacaba esa conclusión haciendo el siguiente razonamiento: “Algunos afirman que el diablo cayó del trono superior porque tuvo envidia del hombre hecho a imagen de Dios. Pero la envidia sigue a la soberbia, no la precede”. [8] Santo Tomás termina de matizar este pecado diciendo que fue un pecado de soberbia al pretender ser semejantes a Dios; una vez cometido este primer pecado de soberbia, podrían haber cometido también el de envidia del hombre, por el hecho de que Jesucristo se hizo hombre y no ángel. [9]

En cuanto al número de los ángeles caídos, nos dice Santo Tomás que fueron muchos; aunque fueron más los que permanecieron fieles. [10]

Sobre la existencia, naturaleza y acción del demonio

La realidad de la existencia del demonio es manifiesta en toda la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis. A Jesucristo lo vemos en muchas ocasiones enfrentándose con el demonio. El demonio actúa en este mundo y su presencia es bien patente en muchas situaciones. [11] El mismo Jesucristo nos dice que el demonio luchará por destruir la Iglesia, pero no lo conseguirá (Mt 16:18).

El mismo papa Pablo VI habló del humo de Satanás que se había infiltrado en la Iglesia, [12] al tiempo que acusaba a aquellos que niegan su existencia:

“El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudo-realidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”. [13]

El demonio fue vencido definitivamente por Jesucristo en su Pasión y Resurrección, sin embargo se le ha concedido todavía poder (Ap 13:7), de tal modo que su acción durará hasta el fin de los tiempos, cuando será definitivamente arrojado al infierno (profecías del Apocalipsis). Así pues, desde la Resurrección de Jesucristo hasta su Segunda Venida habrá una lucha contra Satanás (Hech 5:3; 1 Tes 2:18). Los demonios forman un ejército rebelde a Dios, cuyo objetivo es hacer esclavos a los hombres (1 Jn 2:8.10; 3:8); pero el demonio es impotente ante el poder de Dios y será derrotado por el Cordero y su Esposa (la Iglesia) (Apoc 18-22).

El demonio ha recibido muchísimos nombres en la Biblia, recogemos aquí algunos de ellos: Satanás (Ap 12:9; Jb 1: 6ss.), Diablo (Ap 12:9; Jn 8:44), Demonio (Mt 7:22; Mc 1:34; Lc 4:41), Legión (Mc 5:9), Príncipe de este mundo (Jn 12:31; 14:30; 16:11), Príncipe de los demonios (Mt 9:34; 12:24; Mc 3:22; Lc 15:15), Beelzebub (Mt 10:25; 12:27; Mc 3:22; Lc 11: 15.18ss), Mentiroso (Jn 8:44; 1 Jn 2:22), Padre de la mentira (Jn 8:44), Pecador desde el principio (1 Jn 3:8), Tentador (Mt 4:3; 1 Te 3:5), Maligno, Malo (Mt 5:37; Jn 17:15; 1 Jn 5: 18ss: Ef 6:16), Espíritus malignos (Hech 19: 12ss: Mt 12:45; Lc 7:21; Ef 6:12), Espíritus inmundos o impuros (Mt 12:43; Mc 1:26; 9:24; Lc 9:42), Homicida desde el principio (Jn 8:44), Señor de la muerte (Heb 2:14), Dragón (Ap 12:9), Serpiente antigua (Ap 12:9; Ge 3: 1ss), Belial (2 Cor 6:15), Enemigo o Adversario (Mt 13:39; Za 3: 1ss.), Dios de este mundo (2 Cor 4:4), Poder de las tinieblas (Lc 22:53; Col 1:13), Seductor del mundo entero (Ap 12:9), Ángel de Satanás (2 Cor 12:7), Acusador (Sal 109:6; Ap 12:10).

A pesar de ello, hay en la actualidad sectores de la teología que afirman que el demonio no es un personal, o simplemente dicen que no existe. Este es el caso de R. Bultmann que reduce ángeles y demonios a puros mitos. Para Bultmann el pecado y el demonio son sinónimos. Es decir, cuando uno peca, uno se convierte en demonio.

Frente a los teólogos que niegan la existencia del demonio como ser personal, Pablo VI tuvo que intervenir (16 noviembre 1972) y decir que el demonio existe y es un ser personal; que no es co-principio con Dios; que no es un mito o personificación de un concepto, sino una realidad patente que actúa sobre los hombres. Posteriormente el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 391, vuelve a enseñar la doctrina correcta:

“La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser a un ángel caído, llamado Satán o diablo… la Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno creado por Dios”.

Castigo eterno de los ángeles malos

Es una verdad de fe que, así como la bienaventuranza de los ángeles buenos es eterna (Mt 18:1), el castigo de los ángeles malos también lo es. [14]

Esta realidad la vemos enseñada en la Sagrada Escritura cuando se nos habla del “fuego eterno” (Mt 25:41); o cuando se nos dice “el diablo fue arrojado al lago de fuego y azufre…, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apoc 20:10).

El Magisterio de la Iglesia, condenó la herejía de la apocatástasis final (retorno final de todos los pecadores, incluido el demonio, a la armonía del principio con Dios). Esta herejía fue el resultado de una interpretación errónea de Hech 3: 21: “A Jesús, a quien es preciso que el cielo lo retenga hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas, de las que Dios habló por boca de sus santos profetas desde antiguo”. Esta tesis tuvo seguidores entre algunos Santos Padres y escritores eclesiásticos: Orígenes, San Gregorio de Nisa, Evagrio Póntico; pero la doctrina de la obstinación perpetua de los demonios y de su eterna condenación fue siempre sostenida por los Santos Padres desde un principio, [15] y luego condenada repetidamente en diferentes concilios: C. de Constantinopla II (DS 433), C. IV de Letrán (DS 801), constitución Benedictus Deus (DS 1002).

En la actualidad, debido a lo que se ha llamado “la teologías de la bondad”, algunos teólogos supuestamente católicos, están haciendo renacer esta herejía de nuevo, afirmando que las penas infernales no son eternas, o que el infierno no existe (Schillebeeckx), o si existe, estaría vacío; pues consideran que la eternidad de las penas del infierno estarían reñidas con la infinita bondad de Dios. Así piensan Teilhard de Chardin, Karl Rahner, H. U. von Balthasar.

Frente a esto, tenemos la enseñanza de siempre de la Iglesia, ahora remozada y profundizada por A. Gálvez quien dice literalmente en su obra “El amigo inoportuno” [16]:

“Porque el concepto de condenación, debido a sus justas y evidentes connotaciones negativas, tiende a dejar en un segundo plano la realidad en la que radica su verdadera esencia, la cual consiste precisamente en el rechazo de un amor que previamente se había ofrecido a sí mismo para ser aceptado…

La condenación, por lo tanto, es la situación a la que se llega cuando el Amor, que se había ofrecido de una manera libérrima, total y definitiva, es rechazado también de una manera libérrima, total y definitiva. Dentro de este planteamiento, hay que reconocer que la palabra condenación implica unas connotaciones negativas -de castigo y penalización vindicativa- que, aunque verdaderas, pueden impedir una visión serena del problema. Podría decirse, empleando un lenguaje quizá no demasiado preciso pero verdadero, que no se trata tanto de un castigo cuanto de poner las cosas en su lugar: el condenado recibe lo que quiere, y es puesto para siempre en la situación que él ha elegido libremente y que continúa eligiendo. En este sentido se trata menos de decretar un castigo que de llevar a cabo un acto de justicia. El desenfoque, y consiguiente rechazo, del concepto de condenación, son la consecuencia de la corrupción del concepto de amor…

Así se comprende mejor el sentido teológico de la pena de daño, que es lo verdaderamente característico del infierno. La pena de daño no es sino la privación del Amor, pero acompañada por la conciencia de que tal situación es para siempre e irreversible, y de que ha sido libremente elegida además -sigue siéndolo en este instante- por el condenado. El infierno es para siempre en la misma medida en que el amor ha sido rechazado para siempre y definitivamente.

Puede decirse, en cierto modo, que la eternidad del infierno es más el resultado de la voluntad humana que de la divina. Por eso Dante, que además de ser altísimo poeta poseía un profundo sentido teológico, leyó en las puertas del infierno la inscripción que nos ha transmitido en su inmortal poema:

La Justicia movió a mi supremo Autor.
Me hicieron la divina potestad, la suma sabiduría y el amor primero.[17]

De manera que el infierno y su eternidad, que tanto escandalizan a las teologías de la bondad, solamente pudieron ser hechos por un Supremo y Primer Amor que decidió ofrecerse y entregarse al hombre. Sólo el Perfecto Amor, entregándose en totalidad, y por lo tanto también para siempre, es susceptible de recibir un rechazo perfecto, que es lo mismo que decir total y definitivo. Una vez más nos tropezamos con la reciprocidad absoluta del amor. Por eso la eternidad del infierno no es sino la otra cara de un amor perfecto que, habiéndose ofrecido en totalidad y para siempre, ha sido rechazado también en totalidad y para siempre. La perfección del Amor la pone Dios, mientras que la totalidad del rechazo (y por lo tanto la eternidad del infierno) la pone el hombre; que se hace así capaz de una obra de eternidad precisamente porque le ha sido ofrecido un amor de eternidad. En este sentido, el infierno es obra del poder de Dios en cuanto que solamente Él pudo ofrecerse de esa manera. Pero, una vez que el hombre ha rechazado definitivamente el Amor, el infierno no es sino la eclosión de esa situación”.[18]

¿Pueden los demonios arrepentirse y volver a ser ángeles buenos?

No. El hombre, durante su vida mortal, puede cambiar; de hecho la conversión a Dios es una realidad frecuente en la vida del hombre. No así los ángeles. Debido a su modo de conocer, mucho más perfecto que el humano, cuando un ángel toma una decisión es para siempre.

El ángel conoce en su entendimiento natural de un modo inmutable, por las especies impresas por Dios en él en el momento de su creación. En cambio, con relación a lo que el ángel quiere de un modo sobrenatural, el ángel es libre de tomar una posición de aceptación o de rechazo de Dios; pero una vez tomada, la voluntad es inmutable, por su propio modo de actuar. [19]

¿Qué efectos tuvo el pecado de los ángeles en su naturaleza?

El pecado de los ángeles les afectó en su voluntad y en su inteligencia. La voluntad del diablo está obstinada en el mal; no obstante no pierde la voluntad, pues ésta puede elegir entre varios males, pero no puede elegir el bien (porque lo odia). [20]

En cuanto a su conocimiento, hemos de distinguir entre su conocimiento natural y el sobrenatural. El conocimiento natural permanece igual, pues no puede cambiar, por lo que permanece igual al de los ángeles buenos, y no disminuyó por el pecado. En cambio, su conocimiento sobrenatural fui disminuido, aunque no destruido; pues ello depende de Dios y no de la naturaleza angélica. El conocimiento sobrenatural afectivo está totalmente perdido, porque ello presupone la gracia santificante, que ellos perdieron por el pecado.[21]

El demonio sufre grandemente en el infierno, tanto a nivel intelectual como a nivel afectivo, pues son actos de la voluntad. Las causas de su sufrimiento son las siguientes: Su voluntad rechaza el bien de las cosas que existen y que ellos no pueden cambiar; están privados de la bienaventuranza a la que naturalmente tienden, y no pueden hacer el mal que quisieran hacer en muchas ocasiones porque Dios no se lo permite. [22]

Respecto a la pena del “fuego del infierno” que hace mención Mt 25:41, Santo Tomás lo explica diciendo que es una atadura o retención de las potencias del demonio para que no puedan intervenir dónde y cuándo quieran. El único modo en el que una sustancia espiritual (los demonios) está referida a algo físico (el fuego) es por su acción o movimiento. El ser impedido, supone una coacción física que explicaría el tipo de fuego “físico” para los ángeles. [23]

Los demonios y el hombre

Del mismo modo que los ángeles actúan unos con otros y también con los hombres, del mismo modo actúan los demonios; pero su finalidad es siempre el mal. [24]

Primero de todo hemos de subrayar la existencia de diferentes clases de demonios. Al caer en el pecado, los demonios no perdieron su naturaleza angélica; y ésta fue creada con distintos grados de perfección. Podemos decir que hay una jerarquía entre los demonios, aunque esta jerarquía no es signo de honor sino de miseria.

El poder del ángel más inferior es siempre más grande que el poder del demonio más superior, y ello se debe a que todos los ángeles están unidos al poder de Dios, que siempre es más fuerte que el poder natural de los demonios. Ahora bien, los ángeles, no siempre impiden la acción de los demonios sobre los hombres, pues la sabiduría divina puede permitir la actuación de los demonios, aunque siempre buscando nuestro bien.

El demonio tiene cierto dominio sobre la humanidad y este mundo. Cristo designa al demonio como “príncipe de este mundo” (Jn 12:31). Por la redención de Cristo, el poder diabólico sobre este mundo fue, en principio, conquistado (Jn 12:31; Heb 2:14). Será sólo en el juicio final cuando su dominio será totalmente destruido (2 Pe 2:4).

El concilio IV de Letrán (DS 800) nos dice que el hombre pecó al ser tentado por el demonio. Y el concilio de Trento, hablando de la doctrina de la justificación, defiende como de fe las malas inclinaciones en el hombre son consecuencia de la influencia del pecado y no por el hecho de que la naturaleza humana esté corrupta a raíz del pecado original (DS 1511; 1521).

En cuanto a las formas de la actividad del demonio con la cual trata de hacer daño al hombre, hemos de distinguir entre la de orden moral (tentación) y las de orden físico (infestación, obsesión, posesión y la magia diabólica).

1.- La tentación

Aunque la tentación procede directamente de la malicia del demonio, sin embargo en última instancia se debe a la permisión de Dios que sabe servirse del mal para ordenarlo al bien. El hombre que vence la tentación crece en virtud y mérito. [25] En el estado de naturaleza caída (como consecuencia del pecado original), el hombre no necesita siempre la tentación para pecar, pues a veces le basta para hacerlo el libre albedrío y la mala inclinación de su voluntad caída.

En la Biblia son numerosas las citas que hablan de la tentación del demonio al hombre: Gen 3: 1ss (a Adán y Eva); Gen 4:1 (a Caín); Lc 22:31 (a Simón Pedro); Mt 4: 1-11 (a Cristo). Los Santos Padre atribuyen los males morales a las insidias del diablo que tienta a los hombres para apartarlos de Dios. La liturgia pide a Dios que nos libre de las insidias del demonio.

2.- Infestación, obsesión y posesión

Se llaman así a las actividades físicas del demonio sobre el cuerpo humano. Estos tres tipos de ataques son formas progresivas, según su menor o mayor proximidad y acción sobre el hombre.

La infestación o asedio es una acción del demonio contra el hombre desde fuera, como cercándolo, provocando ruidos nocturnos para asustarlo, haciendo llamadas misteriosas en paredes o puertas, rompiendo enseres domésticos, etc. [26]

La obsesión es un ataque personal con injurias, daños al cuerpo o actuando sobre miembros y sentidos.

La posesión es la ocupación del demonio de las facultades físicas del hombre, llegándole a privar de la libertad sobre su cuerpo.

Tanto en la obsesión como en la posesión, el demonio no se introduce para cumplir las funciones del alma, sino que realiza su acción de forma accidental (igual que un conductor mueve un vehículo). De suyo no son pecados en sí mismas, sino un mal físico permitido por Dios para un bien, como puede ser manifestar su gloria, o como castigo por el pecado o para santificación de la persona que la sufre. Tanto en una como en la otra se ha de aplicar un exorcismo (Código de Derecho Canónico, canon 1172).

Se llama exorcismo cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio.

3.- La magia

Es la relación del diablo con el hombre para producir efectos sensibles sorprendentes e inusuales. Se distingue entre magia blanca (cuando tales efectos se producen mediante fuerzas naturales) y magia negra o diabólica (cuando tales efectos se producen por intervención del demonio). Ésta a su vez puede ser: maleficio (cuando se intenta dañar a un tercero), adivinación (cuando se intenta el conocimiento de cosas ocultas o futuras) y vana observancia (cuando se pretende lograr efectos maravillosos sin la debida proporción de los medios).

La Iglesia, siguiendo las enseñanzas que aparecen en la Sagrada Escritura, [27] siempre ha ido en contra de cualquier tipo de magia, blanca o negra. [28]

4.- Satanismo

Se entiende como “satanismo” al conjunto de creencias y prácticas relacionadas con el culto a Satán.

Debido a la excesiva extensión de este artículo el satanismo se queda sin tratar. Intentaremos, en algún artículo separado estudiar a fondo este tema debido a la importancia actual que tiene: Hablaremos de las misas satánicas, relación entre satanismo y masonería, sacrilegios satánicos, el mito de Fausto y otras manifestaciones o actividades diabólicas.

Padre Lucas Prados

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[1] J. Ibánez y F. Mendoza, Dios Creador y Enaltecedor, Ed. Palabra, Madrid, 1988, pág. 118. Cfr. también L. Ott, Manual de Teología Dogmática, Ed. Herder, Barcelona 2009, pág. 199.

[2] San Agustín, De Correptione, P. L. 44, 932.

[3] San León Magno: Epistola, 15, P. L. 54, 683.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 392.

[5] Pseudo-Dionisio Areopagita, De Divinis Nominibus, 4, par. 23, en P. G., 3, 724.

[6] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 63, a. 4.

[7] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 63, a. 1.

[8] San Agustín: De Genesi ad Litteram, lib. XI, c. XIV en P. L., 34, 436.

[9] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 63, a. 3.

[10] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 63, a. 8.

[11] Este extremo, se puede comprobar con abundante bibliografía en J. A. Sayés, El demonio, ¿realidad o mito?, San Pablo, Madrid, 1997; Id.: Pecado original y redención de Cristo, Madrid, Edapor, 1988.

[12] Pablo VI, 29 de junio 1972, en ocasión su noveno aniversario de su coronación.

[13] Alocución de Pablo VI, del 15 de noviembre de 1972.

[14] J. Ibánez y F. Mendoza, Dios Creador y Enaltecedor, Ed. Palabra, Madrid, 1988, pág. 128.

[15] Rouet De Journel: Enchiridion Patristicum, ind. theol. n. 594-596.

[16] Transcribimos gran parte de la cita por la importancia de la misma y la dificultad de resumirla en cuatro líneas.

[17] Dante, La Divina Comedia, Infierno, Canto III.

[18] A. Gálvez, El Amigo Inoportuno, Shoreless Lake Press, págs. 98-100.

[19] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 64, a. 2.

[20] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 64, a. 2.

[21] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 64, a. 2.

[22] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 64, a. 3.

[23] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Suplemento, q. 70, a. 3.

[24] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 109. Para este tema concreto, ver toda la cuestión 109.

[25] Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica, Iª, q. 64, a. 4.

[26] Este tipo de fenómenos eran frecuentes en la vida del Cura de Ars.

[27] Gal 5: 19-21; Hech 13: 8ss.; Mt 24:24.

[28] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2115, -2117

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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