Lutero y la Santa Iglesia Romana, en sus propias palabras (lenguaje fuerte)

 

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«ESTA ES MI POSTURA»…Versión de Lutero del NON SERVIAM (Gedaechtniskirche, Speyer).

En 2017, se celebrará el 500 aniversario de la Reforma; para celebrar la ocasión, las autoridades católicas, han hecho una serie de comentarios favorables sobre Martin Lutero. En particular, el Consejo Pontificio para la Unidad Cristiana, presidido por el cardenal Kurt Koch, conjuntamente con la Federación Mundial Luterana, ha emitido una “oración común” católico-luterana[1], por los 500 años de la Reforma.  Esta “oración común” incluye las siguientes oraciones: “Ayúdanos a regocijarnos en los dones que han llegado a la Iglesia a través de la Reforma”, y “El camino ecuménico permite a luteranos y católicos apreciar juntos la visión de Martin Lutero y la experiencia espiritual del evangelio de la justicia de Dios, que es también la misericordia de Dios”; “Gracias a ti, oh Dios, por los muchos conocimientos y guías teológicas y espirituales que todos hemos recibido a través de la Reforma”. Esto, por supuesto, no es una iniciativa del magisterio de la Iglesia, pero es tan eficaz en la formación de las creencias de los católicos como una declaración magisterial, ya que se presenta ante los medios de comunicación como una posición de la Iglesia. Esta iniciativa requiere urgentemente los comentarios y críticas por parte de los fieles católicos.

La mejor manera de criticar a Lutero es citando sus propias palabras. Lamentablemente, estas palabras son, a menudo, muy obscenas y repugnantes y se necesita un estómago fuerte para examinarlas. Es lamentable que, las necesidades de estos tiempos, hagan importante hacer volver a los católicos la atención hacia estas palabras.

El primer elemento del pensamiento de Lutero que debe abordarse, es su visión de la Iglesia Católica Romana. Sus bien maduradas opiniones sobre este tema, fueron presentadas en una carta sobre el papado romano (Contra el Papado romano, una institución diabólica), publicada en 1545. La carta fue ilustrada con grabados en madera de una obscenidad tan sorprendente, que no pueden ser reproducidos aquí. Las declaraciones ofensivas y blasfemas observadas en la carta son, por supuesto, condenadas por Rorate Caeli, y sólo se dan para ilustrar qué clase de hombre es ahora alabado por los cardenales y los altos prelados.

***

 Contra el Papado romano, una institución diabólica

Martin Lutero

«El Papa Más Diabólico, San Pablo III, en su supuesta calidad de obispo de la Iglesia de Roma, ha escrito dos informes a Carlos V, nuestro Señor Emperador, en los que se muestra furioso, refunfuñador y casi jactándose, de acuerdo con el ejemplo de sus predecesores, de que, ni un Emperador ni nadie más tiene derecho a convocar un concilio, aunque sea nacional, a excepción del papa; solamente él tiene el poder de instituir y crear todo lo que se debe creer y hacer la Iglesia. Asimismo, ha emitido una bula papal (si se le puede llamar así), quizá por quinta vez; ahora, el concilio, será otra vez en Trento, pero con la condición de que nadie asista, a excepción de su propia escoria, los epicúreos y todos los que están de acuerdo con él; después de lo cual, sentí un gran deseo de responder, con la Gracia y la ayuda de Dios. ¡Amén! (…)

(…) Mientras tanto, vemos y oímos que magistral hechicero es el Papa. Es como un mago que hace aparecer monedas en la boca de los tontos pero que, cuando las abren, tienen porquería de caballo. Así que, Pablo III, este petimetre vergonzoso, ahora, por quinta vez, convoca un concilio por quinta vez, de modo que, cualquiera que oiga sus palabras, pueda pensar que es formal. Pero, antes de hayamos podido darnos la vuelta, ya nos ha llenado la boca con porquería de caballo, ya que el quiere tener un concilio sobre el que pueda ejercer su poder y pueda pisotear cualquier decisión. El mismísimo diablo le agradecería un concilio así y nadie -excepto el diablo miserable junto a su madre, sus hermanas y sus putañeros hijos: el Papa, los cardenales y el resto de escoria diabólica de Roma- llegarán allí. (…)

(…) Estas tres palabras, “libre, cristiano, alemán”, para el Papa y la corte romana no son más que puro veneno, muerte, diablo e infierno; no pueden soportar verlas ni oírlas. ¡Así son las cosas! Es cierto que preferiría dejarse despedazar y convertirse en turco, en diabólico o en cualquier cosa que pudiera ayudarle.  (…)

(…) Este es el lenguaje que vemos en Roma de tal manera que, cuando conceden un concilio libre debes, de ahora en adelante, debes entenderlo en romano: cuando ellos dicen “libre”, significa “cautivo”, para nosotros los alemanes; cuando ellos dicen “blanco” debes entender “negro”; cuando dicen “la Iglesia Católica”, debes entender “la escoria de los sinvergüenzas de Roma”; cuando llaman al Emperador “hijo de la Iglesia”, es, más bien, decir que es el hombre más maldito de la tierra, a quién desearían ver en el infierno para poder hacerse ellos con el Imperio; cuando llaman a Alemania “nación digna de elogio”, significa que esos bestias y bárbaros no son dignos de alimentarse con el estiércol del Papa, como hizo el italiano Campanus (como se dice) cuando estuvo en Alemania (no es su perjuicio) y, cuando llegó a la frontera con Italia, dio la espalda a Alemania, se acuclilló descubriendo su trasero y dijo: Aspice nudatas, barbar terra nates (Miren aquí, bestias, vean mi culo).  (…)

(…) Alguien podría pensar aquí que quiero satisfacer mi propio deseo con tan desdeñosas, hirientes y punzantes palabras al Papa. Señor Dios, soy demasiado insignificante como para burlarme del Papa. Desde hace más de 600 años, indudablemente, ha ridiculizado el mundo y se ha reído para su capote de la corrupción de cuerpo y alma, los bienes y el honor. No se detiene y no  podría parar si San Pedro le llamara como en 2Pe. 2,14: “No cesan de pecar”. Ningún hombre puede creer cuan abominable es el papado. Cualquier cristiano, aun de poca inteligencia, puede reconocerlo. El mismo Dios debería ridiculizarlos con el fuego infernal y nuestro Señor Jesucristo, como dice San Pablo en 2Tes 2,8: “…matará con el resuello de su boca y destruirá con el resplandor de su presencia”. Sólo me burlo, con mi débil mofa, para los que ahora viven y los que vendrán después de nosotros sepan qué pensaba del papa, del condenado Anticristo y para que, cualquiera que desee convertirse al cristianismo, esté prevenido contra tal abominación. (…)

(…) Los que están en Roma han practicado, durante más de cuatrocientos años, y son muy versados en tales canalladas y vilezas, como se puede ver por los decretos del papa y toda la historia de los emperadores. Basta ver como los pobres abogados han de atormentar, remendar, unificar y suavizar la bellaquería romana con glosas antes de poder darle algo de forma; es como si un peletero remendara un mal pellejo en el cual ni la piel ni el pelaje son buenos y que, además, ¡está lleno de escupitajos, pus y excrementos1(…)

(…) Si [los papas] aún no han sido capaces de matar a los emperadores con alevosía y su toda su diabólica maldad, ésta es, sin embargo, su intención evidente y su pesar es que, sus sanguinarias, asesinas, diabólicas intenciones han sido frustradas y se ha evitado.  Los descendientes del emperador Focas, su fundador y regicida, son, como se dice, capaces de cualquier cosa, archi-bribones minuciosos, asesinos, traidores, mentirosos, la peor escoria de  todos los hombres más malvados en la tierra, como se dice en la misma Roma. Se embellecen a sí mismos con los nombres de Cristo, San Pedro y la Iglesia, a pesar de que están llenos de los peores demonios del infierno; y tan llenos que, no pueden hacer nada, ¡salvo vomitar, tirar y soplar demonios! Sabréis que esto es cierto cuando leáis las historias de cómo han tratado a los emperadores. (…)

(…) Hasta ahora habíamos creído que el papa era la cabeza de la Iglesia, el más santo, el salvador de toda la cristiandad. Ahora, vemos que él, junto a sus cardenales romanos, no son más que sinvergüenzas capaces de cualquier cosa, enemigos de Dios y del hombre; los destructores de la cristiandad y morada corporal de Satán; quienes, a través de él, perjudican a la Iglesia y al Estado, como un hombre-lobo y se burlan y ríen para su capote cuando oyen que eso hace daño a Dios o a los hombres. (…)

(…)

(…) E, incluso, si pudieran reformarse con un concilio, lo que en realidad no es posible, y el Papa y los cardenales hicieran la promesa de sangre de conservarlo, aún serían problemas y trabajo desperdiciado; se volverían peores de lo que eran antes, como ocurrió tras el Concilio de Constanza. Para siempre, creen que no hay Dios, que no hay infierno, que no hay vida después de la vida y viven y mueren como una vaca, cerdo u otro animal, por lo que, para ellos, es ridículo mantener los sellos, las cartas y la Reforma (2Pe. 2,12). Por eso, sería mejor que el Emperador y los Estados del Imperio dejaran que los blasfemos, bribones abominables y escoria maldita de Satanás de Roma, se fueran al diablo.   (…)

(…) Por eso, este Papa de sodomitas, este fundador y maestro de todos los pecados, quiere extender el pecado y la condena sobre el Emperador Carlos aunque sabe muy bien que su lengua viperina miente abominablemente.   Y esos villanos malditos quieren convencer al mundo de que son cabeza de la Iglesia, la Madre de todas las Iglesias y maestros de la fe. Porqué, aunque fuéramos piedras o bloques de madera, por sus obras podemos ver, a lo largo de todo el mundo, que están perdidos, que son niños desesperados del diablo y también locos, asnos embrutecidos en las Escrituras. Probablemente, algunos querrían maldecirles para que sean derrumbados por rayos y truenos, quemados en el fuego infernal, que les cojan las plagas –sífilis, epilepsia, la plaga de San Antonio, la lepra, el ántrax- y todas las plagas; pero éstas son sólo caricias y Dios hace tiempo que les ha castigado con las mayores plagas, como sólo los menospreciadores de Dios y blasfemos pueden ser castigados (1Rom. 1, 26-27), a saber: que en la cordura han sido tan obviamente locos y delirantes que no saben si son o quieren ser hombres o mujeres; no tienen vergüenza en presencia de las mujeres y sus madres, hermanas y abuelas están obligadas a ver y oír cosas de ellos que les causan aflicción. ¡Qué vergüenza, papas, cardenales y lo que sea que seáis en la Curia, que no teméis a los adoquines por los que pisáis, los que quisieran tragaros! (…)

(…) Las leyes imperiales tienen mucho que decir acerca de cómo manejar a esta gente furiosa, demente e insensata. Cuan grande es aquí la necesidad de ponerles en prisión, con cepo y cadenas, al papa, los cardenales y toda la Sede Romana, que no se han vuelto locos de forma convencional, sino que se enfurecen de forma tan horrible que, en algunos momentos, quieren ser hombres, e otros mujeres y nunca saben en que momento su humor les atacará. ¡Sin embargo, nosotros los cristianos creemos que tales delirantes y lunáticos Romanos hermafroditas poseen e Espíritu Santo y son la cabeza, los eruditos y los maestros de la Cristiandad! Pero, debo parar aquí o parar hasta que pueda escribir más tarde contra las cartas papales y las bulas, porque mi cabeza está débil y siento que no podría decirlo todo; y, sin embargo, todavía no he tocado todos los puntos que tenia intención de conseguir en este libro. (…)»

Estos extractos de la carta expresan su mensaje de forma precisa, aunque la totalidad del texto (que es bastante largo) contiene pasajes que son considerablemente más vulgares y obscenos que los mencionados aquí.

En relación con Lutero y el luteranismo, es importante llamar la atención en el hecho de que, recientemente, el cardenal Koch y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana, han publicado un documento sobre las relaciones entre católicos y judíos titulado: Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables. El objetivo indicado es contribuir a “enriquecer e intensificar la dimensión teológica del diálogo judeo-católico”. Al igual que el documento sobre el luteranismo, no tiene autoridad magistral, pero se ha presentado como la posición oficial de la Iglesia. A la luz de la alabanza del Consejo Pontificio a la “visión de Martin Lutero y la experiencia espiritual del Evangelio de la justicia de Dios”, es oportuno recordar la posición de Lutero acerca de los judíos. Inicialmente, Lutero, esperaba que los judíos se convirtieran al luteranismo e hizo algunas afirmaciones positivas sobre ellos; pero cuando se negaron a hacerlo, cambió el tono. La madurez de su pensamiento sobre los judíos y el judaísmo, se expresa en su obra Sobre los judíos y sus mentiras. Sus principales recomendaciones son las siguientes:

***

Sobre los judíos y sus mentiras

Martin Lutero

« ¿Qué debemos hacer los cristianos con los judíos, esa gente rechazada y condenada? Desde que viven con nosotros, no nos atrevemos a tolerar su conducta; ahora que somos conscientes de sus mentiras, sus injurias y blasfemias… les daré mi sincero consejo:

Primero: prender fuego a las sinagogas o escuelas y enterrar y cubrir con tierra todo lo que no se quema, para que ningún hombre jamás vuelva a ver una piedra o ceniza de ellos (…)

Segundo: les aconsejo que también sean arrasadas y destruidas sus casas. Porque en ellas buscan los mismos objetivos que en sus sinagogas. En su lugar, deben alojarse bajo un tejado, o en un granero, como los gitanos. (…)

Tercero: aconsejo que se les quiten todos sus libros de oraciones y escritos talmúdicos, en los que enseñan tal idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. (…)

Cuarto: aconsejo que se prohíba a sus rabinos enseñar de ahora en adelante, so pena de perder algún miembro o la vida. (…)

Quinto: aconsejo que, a los judíos, les sea abolido el salvoconducto en las carreteras. (…)

Sexto: aconsejo que se les prohíba la usura y se les quite todo el dinero en efectivo, así como los tesoros de plata y oro, y sean custodiados aparte. (…)

Séptimo: recomiendo poner un mayal, un hacha, un azadón, una pala, una rueca o un husillo en manos de jóvenes y fuertes judíos y judías y dejar que se ganen el pan con el sudor de su frente, como se impuso a los hijos de Adán. Porque no es apropiado que nos dejen la maldición, las caras sudadas, a los goyim[2], mientras ellos, el pueblo elegido, malgastan su tiempo tras la estufa, festejando y pedorreando y, sobre todo, jactándose blasfemamente se su señorío sobre los cristianos por medio de nuestro sudor. No, hay que echar a estos granujas perezosos por las posaderas de sus pantalones. (…) En breve, queridos príncipes y señores, aquellos de ustedes que tengan judíos bajo su ley: si ni consejo no les gusta, encuentren un asesoramiento mejor, para que ustedes y todos nosotros nos podamos librar de la insoportable carga diabólica de los judíos. (…)

»Ahora permítanme encomendar, sinceramente, a quién sienta el deseo de albergar a estos judíos, alimentarlos y honrarlos, para que sea esquilmado, robado y saqueado, difamado, vilipendiado y maldito por ellos; y a sufrir todos los males en sus manos –esas serpientes venenosas, hijos del diablo-, los enemigos más vehementes de Cristo Nuestro Señor y de todos nosotros. Y si eso no es suficiente, métanselos en la boca o arrástrense sobre la espalda  adoren ese objeto sagrado. Entonces, alardeen de misericordia, déjenles gloriarse de haber fortalecido al demonio y su prole para blasfemar aún más a nuestro Señor y su preciosa sangre con la que nosotros los cristianos somos redimidos. Entonces, serán cristianos perfectos, llenos de obras de misericordia por las que Cristo les recompensará el día del Juicio, ¡en el fuego eterno del infierno, junto a los judíos! »

La absurdidad del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, ambos documentos emitidos con un mes de diferencia (12 de diciembre de 2015 el del luteranismo y el 11 de enero de 2016 el documento sobre judíos y católicos), es demasiado patente para necesitar comentarios.

John R. T. Lamont
(articulista invitado)

Traducido por Rocío Salas. Artículo original.

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[1]             Catholic-Lutheran ‘Common Prayer’ for 500 years of Reformation

[2] Epíteto con que los judíos denominan a los cristianos. Lutero lo cita así en su obra y se ha mantenido en la traducción al inglés. Creemos conveniente conservarla, a causa del tono despectivo que manifiesta. (N. de la C.).

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