Más obispos y menos sacerdotes: ¿azar o estrategia?

MÁS OBISPOS Y MENOS SACERDOTES: ¿AZAR O ESTRATEGIA?

    La estadística oficial de la santa sede nos ofrece una curiosa tendencia que se hace firme en las últimas décadas (a nivel mundial): crece el número de obispos y disminuye el de sacerdotes. Esto puede ser azar o puede ser fruto de una estrategia pastoral consolidada desde el último concilio. Para “resolver” esta cuestión conviene recordar que:

En el antepenúltimo concilio universal (de Trento) se dignificó sensiblemente el sacerdocio ministerial. El magisterio emanado del concilio tridentino establece el sacerdocio como pilar fundamental de la Iglesia y, por ende, se crean los seminarios (llamados conciliares por ese concilio) para velar por la debida formación de quien es llamado a ser otro Cristo en medio del mundo.

En el penúltimo concilio (vaticano I) se trabaja sobre la infabilidad del Papa y, por tanto, queda muy exaltada su figura dentro de la Iglesia. Fue un concilio interrumpido por los avatares políticos en Italia y, paradójicamente, cuando más se trataba del poder del Papa éste se quedó sin poder estatal al suprimirse de un plumazo la legalidad pública del Vaticano (recuperada en 1929 gracias al concordato de Letrán firmado por el Papa Pío XI y Mussolini).

El último concilio universal (vaticano II) sin duda alguna exalta el concepto y figura del episcopado. Es el concilio de los obispos. Quizás por la tendencia ecumémica de acercamiento a los protestantes o quizás por otros motivos pastorales. Lo cierto es que, desde ese concilio, se multiplican las ordenaciones de obispos y aparece esa figura del “obispo auxiliar” con la que una diócesis ya no tiene una sola cabeza sino varias. A la vez nacen las conferencias episcopales que, de hecho, como bien reconoció en su momento Ratzinger (Cfr “Informe sobre la fe” de 1984), actúan muchas veces como fagocitadoras de valientes iniciativas particulares de cada obispo en su diócesis. Digamos que la Iglesia “avanza” hacia una especie de estructura compleja del tipo “puzle” donde la llamada “colegialidad” desfavorece la debida autoridad tanto del Papa como de cada obispo.

La situación actual es bastante compleja:

El Papa no aparece tanto como suprema autoridad, y vicario de Cristo, sino como un coordinador de asambleas episcopales. Cada obispo a su vez ve recortada sus iniciativas habida cuenta de la presencia de las conferencias episcopales. Se multiplican los estratos intermedios como “vicarías”, “arciprestazgos”, “comisiones”….con las que todo párroco debe contar para no ser acusado de ser “poco o nada diocesano” (sin que nadie explique aún lo que significa eso). A todo el conjunto se la llama “sinodalidad”.

Compartiré con los lectores una incidencia tan real como que es personal de quien firma este breve artículo: cuando estaba a pocas semanas de mi ordenación sacerdotal mi rector me preguntó si yo tenía claro lo que significaba ser sacerdote. Sin que me diera tiempo a responder me aclaró que: “se trata de ser ayudante del obispo: como en la diócesis el obispo no puede llegar a servir a todo el pueblo de Dios, precisa de ayudantes que somos los que recibimos el grado sacramental de presbítero”. Confieso que la definición me dejó helado: había respondido a una llamada de Dios para ser un monaguillo del obispo, hablando claro. Y me añadieron que me ordenaba “para la diócesis”….no para la Iglesia universal.

Con estos precedentes nada extraño es que vayamos hacia un modelo de “iglesia” episcopal similar a la de tantas confesiones protestantes, donde la multitud de obispos gobiernan como reinos de taifas y al presbítero se le vaya reduciendo a una simple misión de acolitado donde ya no tenga sentido el celibato por el Reino de Dios ni haber recibido un sacramento que imprime carácter eterno.

Por lógica antropológica: si este modelo no se reforma en el futuro vamos al modelo de iglesia centrifugada. Dios no lo permitirá.

Padre Ildefonso de Asís
Padre Ildefonso de Asís
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