Para el martes de la tercera semana de Adviento
PUNTO PRIMERO. Considera cuanto amó la Beatísima Virgen María la pureza, pues, como dice la Iglesia, sola y sin ejemplo de otra se consagró a Dios con voto; y para guardarla más perfectamente, se encerró en el Templo con compañía de las vírgenes, apartándose de todas las ocasiones del siglo, aunque estaba segura de no caer en ellas. De aquí has de sacar aprecio grande de esta virtud y resolución firme de apartarte de todas las ocasiones de caer y mancillar tu honestidad. Levanta el corazón a esta purísima Virgen, y pídela que te de la mano, como Madre de pureza, para seguir sus pisadas, como Madre de pureza, para seguir sus pisadas y guardar perfectamente la pureza de tu alma.
PUNTO II. Considera con san Buenaventura[1], que el primer cuidado de esta Señora en el Templo fue no vacar a la oración y trato familiar con Dios; a dónde has de meditar tres puntos: el primero, como se hubo para con Dios; el segundo para consigo; y el tercero para con sus prójimos: para con Dios, orando continuamente en el Sancta Sanctorum, a donde asistía por privilegio de los sacerdotes, como dice san Gerónimo[2]; allí gastaba las noches y días en la contemplación de los misterios divinos y coloquios dulcísimo con Dios, de los cuales no desistía en el día; porque obrando con las manos, tenía su corazón en Dios, cuyo amor ardía continuamente con su grande fervor. Este afecto y fervor procura siempre imitar, entregándote a la oración, y no apartando tu espíritu de la presencia de Dios.
PUNTO III.Considera como se hubo la Santísima Virgen en el templo para consigo: contempla despacio las virtudes que allí ejercitó, su recogimiento, su silencio, su humildad, su obediencia exactísima, así a las superioras como a los sacerdotes del templo, su pobreza, teniendo por todas sus riquezas a Dios, sus mortificación y penitencia, de la cual dice Gregorio Turonense[3], que tenía por cama una tabla, ayunaba continuamente, y siempre andaba vestida de silicio, macerando sus delicadas carnes con rigurosa penitencia: allí aprendió la ley divina, y se ocupaba en labrar lana, lino, y los paños para el servicio del templo. Contempla la vida de esta Soberana Señora, y tómala por dechado de la tuya, y pídele a Dios por sus merecimientos que te de gracia para imitar sus virtudes.
PUNTO IV.Considera cómo sus hubo para con sus prójimos, pues, como dice san Gerónimo, ardía en su pecho un fuego sagrado de caridad para con todos: ninguno la hubo menester, que no la hallase pronta a su servicio: a todos amaba igualmente, y enseña con sus acciones y palabras el camino del cielo: era ángel de paz entre sus hermanas y condiscípulas: sus palabras eran panales de dulcísima devoción: jamás estaba ociosa y cuando la saludaban, respondía gracias a Dios, por no cesar un punto de las alabanzas de Dios. La comida que le daban, repartía a los pobres, sustentándose de la providencia divina: oraba perpetuamente por sus prójimos y por el bien universal del mundo. De esta manera vivió la Virgen en el templo, y este dechado nos dejó de perfección: mírate en este espejo delante de Dios, y pídele su gracia para copiar sus virtudes en tu alma, y ser una imagen viva de su perfección.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] San Buenaventura, meditación 3 de Vita Christi
[2]Hieron, de ort. Mar.
[3] Gregorio Turonense. Apud Fr. Franc. Xim. De Vita Christi.