Rex pacificus magnificatus est,
cujus vultum desiderat universa terra
El mundo entero anhela contemplar el hermoso rostro del Rey de la paz, que se dignó nacer según la carne hace dos mil veintidós años para liberarnos del yugo de Satanás y alcanzarnos la gloria de Cielo con su santísima Pasión.
Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, que lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la paz. Se dilatará su imperio, y de la paz no habrá fin. Se sentará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y consolidarlo mediante el juicio y la justicia, desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto (Is.9,6-7). Estas solemnes palabras referidas al Redentor que viene nos estimulan a reconocer las señales de la soberanía y colaborar para que triunfe la paz, que es la estabilidad del orden fundado en la ley y la justicia.
En este mundo rebelde e indócil al Niño-Rey; en este mundo que se engaña a sí mismo haciéndose creer que puede edificar la paz prescindiendo de Aquél que es su cimiento eterno, dé cada uno testimonio de fe en Nuestro Señor Jesucristo con valor y coherencia de vida, ofreciendo su corazón como pesebre místico para que descanse y trono para que se siente y reine supremo sobre vosotros, vuestras familias y vuestras ciudades. Que en vuestras acciones y palabras resplandezca la Faz del Señor para que todos los pueblos de la Tierra se conviertan, se postren adorantes ante Él y le restablezcan la corona real que le arrebató la Revolución.
Así sea.
+Carlo Maria Viganò, arzobispo
Santísima Navidad MMXXII
Traducido por Bruno de la Inmaculada