Levántate, Sara, y hagamos oración a Dios hoy y mañana y pasado mañana; porque estas tres noches nos uniremos con Dios, y pasada la tercera noche haremos vida maridable; pues somos hijos de santos, y no podemos unirnos a manera de los gentiles, que no conocen a Dios.” Y levantándose juntos, oraban ambos a una, para que les fuese dada salud. Dijo Tobías: “Oh Señor Dios de nuestros padres, te bendigan los cielos y la tierra, el mar, las fuentes, los ríos y todas tus creaturas que hay en ellos. Tú formaste a Adán del lodo de la tierra, y le diste a Eva para que le ayudase. Ahora pues, Señor, Tú sabes que no llevado por lujuria tomo a esta mi hermana por esposa, sino por el solo deseo de tener hijos en los que sea bendito tu nombre por los siglos de los siglos.” También Sara oró: “Ten misericordia de nosotros, oh Señor, ten misericordia de nosotros, para que ambos a dos lleguemos sanos a la vejez.” Tobías CAPITULO VIII, 4-10
Nota de Mons. Straubinger:
Hay aquí un ejemplo de tan alta belleza, y un acto de tal valor sobrenatural, que hará meditar a muchos futuros esposos sobre el verdadero privilegio que significaría imitarlo. No es pagar demasiado caro un recuerdo sublime para toda la vida y una verdadera garantía de felicidad conyugal.
¡Ojalá puedan decir lo mismo todos los cristianos! La Iglesia tiene una bellísima Misa de Esponsales, en la cual implora sobre los contrayentes las más preciosas bendiciones de Dios para ellos y su posteridad, usando varios textos de este sagrado libro. Desgraciadamente son muy pocos los que aprovechan este privilegio, y prefieren casarse sin misa, por la tarde, o por la noche. En esos actos, sin oración de los contrayentes ni de los demás por ellos, suele profanarse el matrimonio convirtiéndolo en un asunto exclusivamente mundano. ¿Cómo se quiere luego que Dios bendiga los hogares?
Compartimos con nuestros queridos lectores este audio sobre el noviazgo mundano y sus diferencias con el noviazgo católico.
[Fuente: Radio Cristiandad]