De cómo nuestra señora volvió a Nazareth, y lo que allí pasó hasta ir a Belén

MEDITACION V

Para el jueves de la cuarta semana de Adviento

PUNTO PRIMERO. Considera cómo la Santísima Virgen se volvió a su recogimiento de Nazareth en naciendo san Juan, dejando consolada y gustosa a su prima Isabel, enseñándonos a recogernos en acabando el ministerio en que Dios nos pusiere a mirar por nuestras almas, y atender a nuestro aprovechamiento. Acompáñala en este camino, pidiéndola humildemente que te admita en su compañía con las personas santas que la acompañaban: mira la modestia y recato con que iba, cómo procedía en las posadas, las palabras tan dulces y santas que salían de su boca: conversaba con los hombrees en lo exterior, y en lo interior toda se ocupaba en Dios, amándole, hablándole y uniéndose íntimamente con él; mira la presteza con que volaba a su recogimiento, y el deseo de entregarse toda a Dios; y pídele que te enseñe a conversar de tal suerte con los hombres, que no pierdas a Dios, antes cada día crezcas y te adelantes en su servicio; y al Señor que enderece tus caminos para gloria y honra suya y provecho de tu alma.

PUNTO II. Considera el silencio que la Beatísima Virgen tuvo en guardar los misterios divinos, y las mercedes que recibió de la mano del Señor, pues no descubrió la mayor de haber encarnado en su seno a quién tanto amaba, como fue su esposo san José, conociendo y sabiendo que la había de ocasionar sentimientos, cruz y dolor, y dejó a Dios esta causa, fiando de su bondad que la sacaría con ganancia de la guerra que esperaba, y revelaría el misterio a su esposo, cuando fuese necesario y conviniese para su santo servicio; y saca de aquí grandes propósitos de guardar en silencio las misericordias de Dios, y una firme confianza en su piedad, y que te sacará con ganancia de las ocasiones en que te pusiere. Clama y pide a la Santísima Virgen que te enseñe a ser fiel tesorero de las mercedes del Señor, y al Señor que te dé gracia para guardarlas y estimarlas como tienes obligación.

PUNTO III. Contempla las olas de pensamientos que combatían el alma del glorioso san José, cuando sintió el preñado de la Purísima Virgen, y cómo nunca se rindió a creer cosa menos pura de ella, el dolor de dejarla, la aflicción de ausentarse, el temor de quedarse, el sentimiento de la Virgen por el que padecía su santo esposo, la angustia de ambos en tan apretada ocasión, y el medio que tomaron, que fue recurrir a Dios, el cual tan fácilmente con un sueño, en que le reveló el misterio, dio corte y consuelo a los dos, y deshizo los nublados que oscurecían sus corazones. Pondera para tu aprovechamiento, cómo es costumbre antigua del Señor hacer grandes beneficios a los suyos con pensión de cruz y trabajos por ellos, y apercíbete a padecer el día que pidieres y recibieres mercedes de su mano, y dile con fervor: Dadme más y más cruz, Señor, que más y más quiero padecer por vuestro amor. Aprende a confiar en Dios y llamarle en tus aflicciones, que él te consolará y sacará de ellas ganancioso, como sacó a estos dos santos casados.

PUNTO IV. Considera por una parte el gozo y por otra el empacho con que se vería el santo José con la Santísima Virgen, pasada esta tormenta, el gozo por el misterio viendo en su casa al Salvador del mundo, y la ocasión de servir a su Sacratísima Madre, y gozar de su compañía y presencia, asistirla y defenderla, y regalarla con todas sus fuerzas, y el empacho; ya por los pensamientos pasados, ya por tenerse indigno de servir y acompañar a tal Señora. Medita las palabras que la diría tan llenas de humildad como de estimación de su persona, y las palabras que la humildísima Virgen le respondería, el nuevo lazo de amor espiritual con que se enlazarían aquellos celestiales amantes, la devoción y ternura de sus corazones, las dulces lágrimas que corrieron de sus ojos, y cómo mudas las lenguas se hablarían las almas, y se enlazarían con nuevo vínculo de caridad sus espíritus para servir al Señor, que los había juntado en tan soberano ministerio; que este resultado producen los trabajos sufridos por Dios. Saca de aquí afectos de paciencia en los tuyos y propósitos de no condenar a ninguno por sospechas, indicios o rumores, pues aun lo que se ve muchas veces no se puede condenar, y más en personas espirituales, remitiendo siempre el juicio a Dios, el cual debe ser bendito y alabado en todo y por todo por los siglos de los siglos. Amén.

 Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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