La dimisión del Gran Maestre de la Orden de Malta Matthew Festing, impuesta este 23 de enero por el papa Francisco, amenaza con volverse una victoria pírrica para éste último. De hecho, Bergoglio ha conseguido lo que quería, pero se ha visto obligado a emplear la fuerza, violentando tanto el derecho como el sentido común. Y eso no sólo tendrá graves consecuencias en el seno de la Orden de Malta, sino también entre los católicos del mundo entero, que cada vez están más perplejos y desorientados con la manera en que gobierna Francisco la Iglesia.
El Papa sabía que no tenía la menor autoridad jurídica para intervenir en la vida interna de una orden soberana, y menos aún para exigir la dimisión de su Gran Maestre. Sabía también que el mismo Gran Maestre no podría resistir la presión moral que supone un pedido de dimisión, por ilegítimo que sea.
Al actuar de ese modo, el papa Bergoglio ha realizado un acto arbitrario que contrasta abiertamente con el espíritu de diálogo que constituyó el motivo central del Año de la Misericordia. Ahora bien, lo más grave es que su intervención la realizado para castigar la corriente de la Orden que era más fiel al Magisterio inmutable de la Iglesia, apoyando en su lugar la secularista, que aspira a transformar a los Caballeros de Malta en una ONG humanitaria, distribuidora, «con las mejores intenciones», preservativos y píldoras abortivas. La próxima víctima designada parece ser el cardenal patrono Raymond Leo Burke, que es doblemente culpable por haber defendido la ortodoxia católica al interior de la Orden y por ser uno de los cuatro cardenales que han criticado los errores teológicos y morales de la exhortación bergogliana Amoris laetitia.
Durante su entrevista con el Gran Maestre, el papa Francisco declaró su intención de reformar la Orden, es decir, de su deseo de desnaturlizar su carácter religioso, aunque en nombre de la autoridad pontificia quiera emprender la emancipación de las normas religiosas y morales. Se trata de un proyecto de destrucción de la Orden que, como es natural, sólo podrá materializarse si se rinden los Caballeros, que no obstante parecen haber perdido el espíritu combativo que los distinguió en los campos de batalla de las Cruzadas y en las aguas de Rodas, Chipre y Lepanto. Eso sí, al obrar de esta manera el papa Bergoglio ha perdido buena parte de su credibilidad no sólo a los ojos de los Caballeros, sino de un número cada vez mayor de fieles que observan la contradicción entre sus palabras, melifluas y cautivadoras, y su modo de actuar, intolerante y amenazador.
Pasemos del centro a las «periferias», que para el papa Bergoglio son más importantes que el centro. Pocos días antes de la dimisión del Gran Maestre del la Orden de Malta, otra noticia del mismo tenor ha sacudido el mundo católico. Monseñor Rigoberto Corredor Bermúdez, obispo de Pereira (Colombia), por un decreto con fecha 16 de enero de 2017 ha suspendido a divinis al sacerdote Alberto Uribe Medina porque, según el comunicado de la diócesis, habría «expresado pública y privadamente su rechazo a las enseñanzas doctrinales y pastorales del Santo Padre Francisco, principalmente con respecto al matrimonio y la Eucaristía». El comunicado de la diócesis añade que a causa de su postura el sacerdote «se ha apartado públicamente de la comunión con el Papa y con la Iglesia».
El padre Uribe ha sido, pues, acusado de hereje y cismático por haber rechazado las indicaciones pastorales del papa Bergoglio, que, a los ojos de tantos cardenales, prelados y teólogos, huelen a herejía, precisamente porque parecen alejarse de la fe católica. Eso significa que el sacerdote que se niega a dar la comunión a los divorciados vueltos a casar o a los homosexuales practicantes es suspendido a divinis o excomulgado, mientras quien rechaza el Concilio de Trento y la exhortación Familiaris consortio es nombrado obispo, y tal vez hasta creado cardenal. Cosa que probablemente espera también monseñor Charles Scicluna, arzobispo de Malta, uno de los dos obispos malteses que autorizan la comunión para los divorciados vueltos a casar que viven more uxorio. Pareciera que el nombre de la pequeña isla mediterránea guardara una extraña relación con el futuro del papa Bergoglio, menos tranquilo de lo que cabe imaginar.
¿Quién es hoy ortodoxo, y quién hereje y cismático? Este es el gran debate que se vislumbra en el horizonte. Un cisma de facto, como lo calificó el diario alemán Die Tagespost, o sea una guerra civil en la Iglesia, de la cual la guerra en acto que está teniendo lugar en la Orden de Malta no es sino un pálido presagio.
Roberto de Mattei
(traducido por J.E.F)