Me gustaría hablar en este artículo acerca de la tremenda pérdida de estos santos consejos que vivimos en nuestra Iglesia modernizada. Consejos que ya no son tomados al pie de la letra, que ya no se quieren poner en práctica en la vida de uno, estos se quieren seguir únicamente en espíritu sin darnos cuenta de lo que dice Santo Tomás “los signos externos demuestran la reverencia interna”
Pobreza
El clero casi en su totalidad salvo algunos sacerdotes santos que aún quedan ha perdido de una manera horrible esta santa virtud que nos asemeja a Nuestro Señor. Se ha llenado de cosas superficiales, mundanizando lo divino y divinizando lo mundano. Se aborrece la modestia en el vestir. Ciertos sacerdotes dicen: los cuellos y las sotanas van de la sacristía para adentro, afuera tenemos que ser como la gente.
¿Por qué ser como la gente si tú no eres como la gente? Tú fuiste separado de la gente para el servicio a Dios. «Ustedes no son del mundo, pues, al elegirlos, yo los he separado del mundo» (San Juan 15, 18-2) dice Nuestro Señor. Una vez me impresionó muchísimo ayudarle a un sacerdote a mudarse al ayudarle a cambiar sus cosas. Sin mentir yo calculaba alrededor de 200 camisas ¡Qué escandalo! Y todas de marca, sin excepción. Que diferente sería vivir la santa pobreza teniendo unas pocas sotanas como indumentaria única en la vida clerical, pues ya no viven una vida laical. Esto tanto en la ropa como en el vivir. Dejar los lujos de carros elegantes. Si se necesita un automóvil para el ejercicio del ministerio, este debe ser modesto. Dejar los perfumes por ejemplo, ¿con quién se quiere quedar bien? Dejar los celulares caros. Si bien es cierto que ahora las nuevas aplicaciones pueden ayudarte en ciertas cosas. No es necesario traer el iPhone 6 + o el celular de última generación. Ha de procurarse siempre la modestia pues Nuestro Señor siempre practico esta virtud. Ojo no es lo mismo ser pobre que ser desaliñado. Hay que vivir la pobreza pero bien arreglados, ¿acaso no piensan que Nuestro Señor llevaba su túnica con dignidad? ¡Claro que sí! Pero es claro que no llevaba una túnica de emperador sino una de carpintero. ¡Despidamos de una vez esa teología del huarache que lleva sandalias en los pies pero llena la cartera de dinero que no es más que el excremento del diablo! Mejor tengamos en nuestro corazón el mismo sentir de los santos que siguieron a Nuestro Señor como San Francisco que decía “El hombre al no poseer nada propio, todo él pertenecía a Dios”.
Castidad
¡Qué grande y hermosa virtud es esta que nos asemeja a los santos ángeles que adoran a Dios delante de su trono y que nos diferencia de las bestias salvajes que arrastran sus cuerpos por el lodo de la tierra! De esta gran virtud decía San Josemaría Escrivá de Balaguer “La castidad es la humildad de la carne, que se somete al espíritu” Es el señorío de uno mismo. Es el que la cabeza domine al cuerpo y a los sentidos y no lo contrario que dejemos que estos nos dominen.
De esta virtud Nuestro Señor nos dice en el Evangelio “Porque hay eunucos que nacieron así desde el seno materno, hay otros que fueron mutilados por los hombre y hay otros que se han hecho eunucos a sí mismos por el Reino de los Cielos” (Mt 19, 12) En la Vulgata dice aún más fuerte, “et sunt eunuchi qui se ipsos castraverunt propter Regnum Caelorum” que diría en español “y hay eunucos que se han castrado a sí mismos por el Reino de los Cielos”. Entonces hay que entender la radicalidad que nos pide el Señor en el Evangelio. Nada de relaciones con las criaturas para quien sirve al Criador. Una vez escuchaba a un santo sacerdote que decía “Oh pobrecitos de ustedes que se casan y sus parejas van a morir, nosotros nos casamos con Dios que no se nos muere” Para el que vive al servicio de Dios de nada le sirve el mantener alguna relación con alguien pues se la debe al Señor. Cuando esto pasa se es infiel a Dios y a las almas y es cuando empiezan los problemas en el desempeño del santo ministerio. Al conocer a las criaturas antes que buscar una bonita amistad se tiene que procurar la salvación de sus almas. Al precio que fuere.
La virtud y el ejercicio de la santa pureza nos alcanzan gracias tremendas del corazón de Dios. Así como decía el Santo Cura de Ars “¡No puede entenderse el poder que un alma pura tiene sobre el buen Dios!”
Obediencia
Esta santa virtud nos asemeja a Cristo obediente, que la practicó hasta morir, y morir en la cruz. Esta virtud hay que observarla sin tacha y con mayor razón cuando nos cuesta trabajo si queremos ser como Jesús. Más no se puede obedecer siempre, hay que saber diferenciar cuando obedecer a los hombres ya no nos deja obedecer a Dios. La obediencia perfecta por ejemplo de los clérigos a su obispo, los seminaristas a sus prefectos, los religiosos y religiosas a sus superiores no se debe pelear nunca con la obediencia a Dios y a sus sagrados preceptos. Últimamente lo que se ha visto en la Iglesia es una presunta “obediencia dialogada” ¿quién te mandó entrar al santo servicio de Dios? ¿Que no tú con toda tu voluntad y con toda tu razón entraste a las cosas de Dios? Sométete entonces sin respingar y sin renegar a quien te dirige, siempre y cuando esta obediencia no se pelee con la obediencia debida a Dios. Decía el santo fundador de la Compañía de Jesús lo siguiente “Aquellos que, por un generoso esfuerzo, se resuelven a obedecer, ganan grandes méritos, pues la obediencia entraña un sacrificio parecido al martirio.” Esforcémonos pues en imitar la obediencia de Cristo reflejada en la de sus santos. Obedecer a Dios, a sus mandatos, a su Iglesia, a su vicario. Repito otra vez que no se puede obedecer a NADIE cuando nos pidan algo contrario a la verdad. Como el mismo Pio IX nos dijo “Si un futuro Papa enseñare algo contrario a la Fe católica, no le sigan” ¡incluso al Papa! Primero es Dios y su santa Iglesia.
Termino con una cita de las Sagradas Escrituras «¿Quiere el Señor holocaustos y sacrificios o quiere que se obedezca su voz? La obediencia vale más que el sacrificio.” (1 Sam 15,22)
Mientras sigamos con cleros, seminarios, conventos en que se siga una pobreza racionada, una obediencia dialogada y una castidad compartida seguiremos con una Iglesia que cada vez venga a menos. Con una Iglesia incapaz de dar testimonio de Jesucristo porque no es capaz de seguirlo como Él vivió. Y ¡¿qué cuentas daremos a Dios?!
Dios los bendiga.
Nicolás de Jesús García de León Castro