El 22 de febrero del 2023, con el miércoles de ceniza, inicia la Cuaresma. No he tenido nunca mucha simpatía por este tiempo de austeridad. No me gusta, por instinto de sobrevivencia, la fórmula según la cual se imponen las cenizas, incluso si es trágicamente verdadera: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (desde hace algunos años se puede decir: “Conviértete y cree en el Evangelio”). A lo que una buena viejecilla le respondió al párroco: “Preocúpate por ti”. Por lo tanto, si yo fuese el Papa, haría usar para la imposición de las cenizas esta bella fórmula que me apaciguaría con la Cuaresma: “Recuerda hombre que eres hombre y que te transformarás en Cristo”.
“Eres polvo”. ¿Quién lo puede negar? Ya el poeta Horacio, pagano y epicúreo, lo sabía y “lloraba” en sus odas: “Ruit hora”. Precipita la hora y “Fugaces labuntur anni”. Fugan, resbalan los años. El salmo 89 con tristeza canta: “la suma de nuestros años son 70, si somos robustos, 80; pasan rápido y nosotros desaparecemos”.
Pero Dios no creó la muerte, así como la soportamos hoy con toda su devastación. El hombre, quien salió bello de las manos de Dios, fue hecho participe de Su vida divina “a Su imagen y semejanza” y habría de regresar a Él de manera dulcísima, como en un abrazo de un padre a su hijo. Pero el hombre pecó, tratando de hacerse “dios” en el lugar de Dios, estableciendo por él mismo lo que es el bien y el mal. El neo humanismo del mundo contemporáneo brota trágicamente de la culpa original, “la culpa primera” del primer hombre. Todo el mal sin límites de la humanidad proviene de aquí.
Pero por toda la eternidad Dios pensó al hombre y cada realidad humana en su Hijo hecho hombre, Jesús Cristo, nunca fuera del Hijo, nunca contra su Hijo. Nosotros los hombres, incluso siendo pecadores, fuimos pensados y queridos por Dios nuestro Padre “en Cristo”. No fuimos dejados errantes en salida libre sin saber quién somos ni de dónde venimos, sino que fuimos queridos en Cristo. La divina Revelación nos lo enseña de manera clarísima.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Jn. 1, 1-3). Así, fuimos hechos en vista del Verbo, Su Hijo. Pero debemos conocerlo, acogerlo, vivirlo, hacerlo nuestro hasta hacer la admirable experiencia “De su plenitud todos nosotros hemos recibido, gracia sobre gracia” (Jn. 1, 16).
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesús Cristo quien nos ha bendecido con todas las bendiciones espirituales en Cristo… Él (el Padre) nos hizo conocer el misterio de Su voluntad (…) para realizarlo en la plenitud de los tiempos, el diseño de RECAPITULAR EN CRISTO TODAS LAS COSAS” (Ef. 1, 3 – 10). Por lo tanto, en el plan de Dios, nosotros debemos dejarnos recapitular, compendiarnos, incorporarnos en Cristo. Solo éste es el verdadero culto, la verdadera Religión, la Religión absoluta y perfecta, la obediencia más plena de que nosotros estamos en Cristo. Ésta es nuestra pasión.
Este anuncio se hace siempre más claro. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Rom. 8, 28 29)
Antes de crear al hombre y a la mujer, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”: el hombre y la mujer salieron de las manos de Dios, vestidos de Su vida divina –
elevados al orden sobrenatural – resplandecientes de Su imagen divina. Pero ellos quisieron deificarse por sí mismos, fuera de Dios y en contra de Dios. Y terminaron, por su trágica elección, como desgraciados. Así, el hombre rebelde a Dios es un desgraciado: privado de la gracia de Dios, privado de Su imagen divina.
Pero Dios no se rindió. Mandó a su Hijo a revestirse de nuestra humanidad; Él que “es la imagen del Dios indivisible” (Col. 1, 15), para restituirnos a nosotros los pecadores la imagen y la semejanza con Dios. El Hijo de Dios hecho hombre, Jesús, ha expiado con Su sangre sobre la cruz nuestro pecado y nos ha merecido de nuevo la vida divina para hacernos así conformes a Su imagen y ser nosotros los hermanos de Él, nuestro Primogénito.
En el Bautismo, esta imagen del Hijo de Dios, Jesús, fue estampada en nuestra alma. Cada vez que le pedimos perdón por nuestros pecados, con el arrepentimiento y la confesión, Jesús repristina y hace más bella esta Su imagen en nosotros. Cuando nos recostamos en la Misa-Comunión crecemos en Él, hasta alcanzar Su plenitud, Su estatura. Toda nuestra lucha contra el pecado, todo el empeño que con la gracia de Dios gastamos para amarlo siempre más, nos configura cada vez más a Él.
Debemos acoger en nosotros a Jesús vivo, cada vez más. Él desde nuestro Bautismo vive en nosotros con el Padre y el Espíritu Santo. “Si alguien me ama, mi Padre lo amará y nosotros nos reuniremos con Él y estableceremos en Él nuestra demora”, aseguró Jesús. “No soy más yo que vive, es Cristo que vive en mí”. (Gal.2, 20).
Esta nos es una idea abstracta, no es ni siquiera un sentimiento fervoroso, una especie de calor interior como sucede entre amigos, sino que es “realidad ontológica”. Es Su Ser divino que, incluso continuando a ser distinto de nosotros (¡no somos panteístas!) toma posesión y ocupa nuestro ser.
Santificarnos no es solo seguir a Jesús, como se puede seguir a un líder de este mundo, sino pasar de la sequela Christi a la intimidad real con Él (Communio Christi). Santificarnos es transfigurarnos en Cristo; es dejarnos transfigurar por el Espíritu Santo en Cristo mismo. Como rezaba Santa Isabel de la Trinidad: “Fuego que consume, Espíritu de amor, desciende en mí para que se haga en mi alma una encarnación del Verbo. Que yo le sea una prolongación de humanidad, en la cual Él pueda renovar todo su misterio. Y Tú, oh Padre, inclínate hacia tu pobre y pequeña criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en mí algo más que la Dicha en la cual has puesto tus complacencias”.
Corresponder al amor de Dios, acoger el proyecto de Dios en nuestra vida, no pretender que todo lo haga Dios de modo que si también “perseveramos” en el pecado, Él nos salva igualmente, como enseña una insipiente teoría de la Misericordia que no tendría “recipiente que perder”. Seamos agradecidos a Dios y correspondamos su proyecto. Seremos salvados si Dios, al final de nuestra existencia terrena podrá ver en cada uno de nosotros una imagen cada vez más bella de Jesús su Hijo. Entonces, vivir se convierte en “vivir a Cristo” (Fil. 1, 21), crecer en Cristo, transfigurarse en Cristo. “Nunc intellico me solum emendari, sed transfigurari”. Transfigurarme en Jesús.
La Cuaresma cada año regresa porque nosotros nos empeñamos cada vez más en esta transfiguración. Así, soy polvo, pero me transfiguro en Cristo. Por esto, si fuese Papa, con motu proprio, establecería que el miércoles de ceniza, cada cura diga: “Recuerda, hombre, que eres polvo, pero te transformarás en Cristo”
De todos modos este año lo intentaré más. Bello ¿sí o no?, Bellísimo.
Candidus
Traducido por S. Cuneo