Por qué rezar a San José Freinademetz

Pocos son los que conocen a San José Freinademetz y le rezan. Es un santo misionero que amerita nuestra devoción en los tiempos en que vivimos.

Giusseppe nació en una aldea llamada Val Badia, entre prados y bosques circundados de altas montañas, el 15 de abril de 1852 en el seno de una familia campesina de honda fe. Era tirolés,  más precisamente hablante de ladino, súbdito de Francisco José, el emperador de Austria-Hungría. El ladino es una variedad de retorrománico que se habla en algunos valles de los Alpes Dolomitas que pertenecen a la diócesis de Bressanone. En esta pequeña localidad del Tirol del Sur se ordenó sacerdote el 25 de julio de 1875.  Tras madurar su vocación misionera, ingresó en la orden de los Misioneros del Verbo Divino, que pocos años antes había fundado San Arnoldo Janssen (1837-1909).

El 2 de marzo de 1879 recibió la cruz de misionero del papa León XIII y, dando la espalda a su terruño, uno de los lugares más bellos del mundo, partió rumbo a la China para no regresar jamás a Europa. Desempeñó su labor misionera sobre todo en la zona del Shandong meridional. China era para él un campo de batalla, y el misionero estaba resuelto a empeñar todo esfuerzo en convertir a un pueblo que aún no conocía al Dios verdadero. ««Ya soy más chino que tirolés, y quisiera seguir siendo chino hasta en el Paraíso», escribió el 9 de febrero de 1892.

En 1899 estalló la rebelión de los Bóxers, sociedad secreta anticristiana que contaba con el apoyo de la corte de Pekín bajo la dirección de la emperatriz madre Ci Xi (1835-1908). La guerra contra la presencia occidental en China, que había estallado precisamente en Shandong en junio de 1900, se prolongó hasta septiembre de 1901. Millares de católicos sufrieron el martirio, entre ellos los obispos franciscanos San Antonio Fantosati, vicario apostólico de Hunan meridional, y San Gregorio Maria Grassi, vicario apostólico de Shan Si septentrional, que cayó asesinado junto a su vicario coadjutor San Francisco Fogolla. El padre Freinademetz desafió a la muerte negándose a abandonar su misión. El 6 de julio de 1901 escribió a sus hermanos: «Los peligros del año último han sido tantos y tan terribles que nuestros misioneros ya me daban por muerto. Pero no he sido digno del martirio como tantos otros; habréis tenido noticia de que han sido asesinados cuatro obispos, unos cuarenta misioneros y veinte o treinta mil cristianos. ¡Qué persecuciones, qué horrores, que tormentos! No os podéis hacer una idea de lo que han tenido que sufrir esos pobres cristianos.»

Poco después, una alianza de ocho países realizó una expedición a China y ocupó Pekín. La misión de Shandong pudo retomar su apostolado y el padre Freinademetz fue nombrado superior provincial de los Misioneros del Verbo Divino. Los últimos años de su vida se vieron ensombrecidos por doloroso desencuentro con su antiguo compañero de misión Johann Baptist von Anzer (1851-1903), cuya conducta no aprobaba.

El padre Freinademetz  redactó  un informe  exponiendo todas las acusaciones contra su superior. La Congregación de Propaganda Fide llamó al obispo Anzer a Roma, donde falleció en 1903. Tendría que haberle sucedido en el obispado Freinademetz, pero el cardenal Kopp, príncipe obispo de Breslavia, obtuvo contra él el veto del gobierno alemán porque el padre Freinademetz era austriaco. El misionero no ocultó su desilusión: «No tanto porque no pueda ser creado obispo –nadie estará más convencido que yo de lo que ajeno que es semejante honor a mis pensamientos, y lo digo de todo corazón–, sino porque se me ha excluido por principio».

El 18 de enero de 1907 la misión de Shandong meridional celebró sus bodas de plata. El padre Freinademetz hizo el siguiente balance: «Empezamos hace 25 años con 158 cristianos. Hoy contamos con 40,000 bautizados y otros tantos catecúmenos. ¡Qué bueno es el Señor!»

El heroico misionero había visto crecer en torno a él, casi de la nada, una cristiandad: había construido iglesias, casas y capillas, atravesado ríos y montañas, predicado y dado catequesis y administrado bautizos y otros sacramentos. Aspiraba a algo más que convertir almas: a cristianizar a un pueblo, conforme a la plantatio Ecclesiae que, como recordó Juan Pablo II es una obra a un mismo tiempo sacramental e institucional: «Es necesario, ante todo, tratar de establecer en cada lugar comunidades cristianas que sean un « exponente de la presencia de Dios en el mundo y crezcan hasta llegar a ser Iglesias (…) Esta fase de la historia eclesial, llamada plantatio Ecclesiae, no está terminada; es más, en muchos agrupamientos humanos debe empezar aún».(encíclica Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990).

En 1907 estalló en China una epidemia de tifus. El padre Freinademetz, que se había desvivido por asistir a los enfermos, contrajo la enfermedad y se agravó rápidamente. En una carta a sus hermanos de religión, les decía: «Muero con plena confianza en la misericordia del Corazón divino, la intercesión de María, Madre suya, mía y también de San José, patrón y protector de la buena muerte. Ojalá un día nos veamos en el Cielo todo unidos en y por toda la eternidad».

El padre Freinademetz expiró en Taikia, casa central de los verbitas, el 28 de enero de 1908, a los cincuenta y seis años de edad, y su cadáver fue sepultado en suelo chino. Cuarenta y cinco años más tarde, el antiguo Celeste Imperio se convirtió en la China comunista de Mao Ze Dong. Su tumba es actualmente lugar de peregrinación, así como su casa natal de Val Badia. Pablo VI lo beatificó en 1975, y Juan Pablo II lo canonizó el 1º de octubre de 2003, junto al fundador de su instituto Arnold Janssen. El cardenal Thomas Tien Ken-sin (1898-1967), de la Sociedad del Verbo Divino, creado arzobispo de Pekín por Pío XII en 1946 y obligado más tarde a exiliarse, conservó siempre el vivo recuerdo del misionero al que había conocido siendo rector del seminario: «Daba la impresión de que no había nada que pudiera desviarlo –testimonió–. Era un verdadero hombre de oración». El P. Divo Barsotti, que fue devoto de él, escribió que veía en su vocación misionera «una condición de por sí heroica que lo llevaba a entregarse sin medida por la salvación del pueblo que Dios le había confiado» (Giuseppe Freinademetz, un cristiano felice, Memi 2014, p. 36).

Se conservan unas setenta cartas del padre Freinametz escritas en italiano y alemán y dirigidas a su familia y a los sacerdotes de Val Badia. Esta correspondencia reviste un valor extraordinario, porque nos ayuda a entender el espíritu misionero de la Iglesia, y sobre todo lo que es ser santo. El programa de vida del misionero verbita se resume en una carta del 28 de abril de 1879: «No he venido aquí por capricho ni para ganar oro y plata, sino para ganar almas adquiridas con la Sangre preciosísima de un Dios, para hacerle la guerra al Diablo y al Infierno, para tirar por tierra los templos de los dioses falsos a fin de implantar en su lugar el leño de la Cruz y dar a conocer a los pobres paganos, que también son hermanos nuestros, el amor de un Dios crucificado, del Sagrado Corazón de Jesús y de María Santísima».

Para el padre Freinademetz, el mayor problema era la decadencia moral de Occidente. «La peor plaga para nosotros y para los pobres chinos empieza a ser la llegada de tantos europeos descreídos y totalmente corrompidos que están inundando China. Aunque son cristianos, son peores que los paganos. No tienen más interés que ganar dinero y gozar de todos los placeres mundanos» (28 de mayo de 1902). «Vivimos unos tiempos lamentables» (…) «la irreligiosidad afecta a todo el mundo», escribía el 25 de junio de 1905). La víspera de su muerte, 23 de enero de 1907, escribió: «Los chinos no son enemigos de la religión, y si Europa fuese hoy cristiana como podría y debería serlo, creo que toda la China se haría cristiana. ¡Qué triunfo sería para Santa Iglesia! Pero los vientos que llegan de Europa son demasiado fríos y malos, y por eso es de temer que los pobres chinos sigan siendo paganos y se vuelvan aún peores que los paganos. Hay que rezar mucho».

Si la China del siglo XX enfrentó el evangelio de Marx y de Lenin al de Cristo, la responsabilidad es ante todo de Occidente. Pero la exhortación de San José Freinademetz a rezar mucho por China es más urgente y necesaria en un momento de la historia en que las autoridades supremas de la Iglesia han dado la espalda a la epopeya misionera en aras de un vergonzoso acuerdo con la China comunista que está infectando al mundo con su veneno. Invoquemos, pues, en oración a San José Freinademetz.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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