Quien obedece no se equivoca… ¿o sí?

Hoy en día, en medio de lo que San Pablo llamó «la gran apostasía», en la peor crisis de toda la historia de la Iglesia, es comprensible que la mayoría de católicos sean incapaces de navegar las turbias aguas eclesiales. Lo que hacen muchos es simplemente rendirse ante la confusión reinante: dan la espalda a la Iglesia y se olvidan de todo. ¡Gravísimo error! Otro error, no menos grave, que trataré de abordar en este artículo, es sucumbir a mensajes simplistas de los «conservadores».

Con el fin de hallar algún descanso para el alma en estos tiempos convulsos, muchos fieles delegan completamente en los pastores de la Iglesia, que ante la crisis sólo tienen una palabra: obediencia. Obedecer a los superiores legítimos es una buena norma, pero al vivir en tiempos extraordinarios, la norma no vale. Incluso en el mejor de los tiempos, es un suicidio espiritual para un fiel católico abdicar de su uso de razón y obedecer ciegamente. Y no vivimos en el mejor de los tiempos. Es muy fácil decir: «quien obedece no se equivoca», pero tras 50 años de obediencia a Roma, al Concilio Vaticano II y a todas las «reformas» que la Iglesia ha sufrido en este tiempo, los frutos están al alcance de la vista. Ya sé que ahora no se estilan las sutilezas. Estamos en la era digital, cuando la capacidad de atención de la gente ha mermado drásticamente gracias a los smartphone; cuando el pensamiento se tiene que limitar a los 140 caracteres de Twitter; cuando las propuestas políticas se resumen en eslóganes de cuatro palabras. Sin embargo, es absolutamente necesario definir qué tipo de obediencia debemos a las autoridades de la Iglesia y cuando es lícito desobedecer. Se nos va la salvación en ello.

Existen ejemplos recientes de grandes hombres de Iglesia que han desobedecido las órdenes de Roma por el bien de las almas, pero el ejemplo de SANTA DESOBEDIENCIA eclesial que hoy traigo a colación es el de Robert Grosseteste, un obispo inglés del siglo XIII. Este ejemplo lo explica maravillosamente bien el gran Michael Davies en este escrito, precisamente para ilustrar lo mismo que estoy argumentando con este artículo: que a veces es lícito y hasta necesario desobedecer una orden del Papa, si dicha orden va claramente en detrimento de las almas. La primera regla de la Iglesia, la principal razón de su existencia, es la salvación de las almas. Cualquier otra consideración es secundaria. Por tanto, cuando se ve que la autoridad está obrando en contra de la salvación de las almas, promoviendo la herejía o abandonando a los fieles, es el deber de los católicos RESISTIR a los malos pastores.

Esto es exactamente lo que hizo el obispo Grosseteste, cuando el Papa Inocencio IV nombró canónigo de la catedral de Lincoln a su sobrino, un hombre mundano que no tenía ninguna intención de pisar suelo inglés, mucho menos de cumplir con su misión como canónigo. Era evidentemente un caso más de nepotismo y corrupción en la Iglesia, una lacra común en la época medieval; los Papas mediocres «vendían» puestos eclesiales bien remunerados para ganarse los favores de gente poderosa y luchar por sus intereses políticos y militares del momento. Grosseteste, como obispo de Lincoln, se sentía responsable de las almas a su cargo, y sabiendo perfectamente lo que se jugaba, rechazó el nombramiento. Simple y llanamente desobedeció una orden directa del Papa.

Davies hace hincapié en que Grosseteste creía firmemente en la autoridad suprema del Papado sobre toda la Iglesia, tal y como se desprende de sus propios escritos. Por lo cual, nadie puede atribuir su desobediencia a una supuesta mentalidad cismática, una acusación que ahora siempre está en boca de los conservadores, frente a los católicos que intentan resistir las novedades emanadas del nefasto Concilio Vaticano II. Grosseteste no solamente rechazó el nombramiento, sino que con ochenta años, hizo el viaje desde el norte de Inglaterra hasta la corte papal en Lyons, Francia (¡con las condiciones de viaje propias del siglo XIII!) para enfrentarse a Inocencio IV en persona y explicarle porqué no podía acatar órdenes que contribuían a la degradación espiritual de su diócesis. Así describe el biógrafo de Grosseteste la escena:

Se quedó de pie solo… el Papa Inocencio IV se sentaba allí con sus cardenales y los miembros de su corte, escuchando la reprimenda más severa y vehemente que cualquier gran pontífice, en el cénit su su poder, haya podido escuchar jamás. 

La carta que Grosseteste envió al Papa para justificar su postura debería ser lectura obligada para cualquier candidato al episcopado hoy en día. Decía lo siguiente:

Ningún súbdito fiel de la Santa Sede, ningún hombre que no esté apartado por el cisma del Cuerpo de Cristo o la misma Santa Sede, puede someterse a mandatos, preceptos u otras órdenes de este tipo, ni siquiera si sus autores fueran ángeles del más alto rango. Hay que repudiarlos y resistirlos con toda la fuerza posible. Debido a la obediencia a la que estoy sujeto; debido al amor por mi unión a la Santa Sede en el Cuerpo de Cristo; como hijo obediente, desobedezco, contradigo, me rebelo. Ustedes no pueden tomar acción alguna contra mí, porque en mis palabras y mis actos no hay rebeldía; sólo hay amor filial debido por mandato divino hacía padre y madre. Tal y como ya he dicho, la Sede Apostólica en su santidad no puede destruir, sólo puede edificar. Esto es lo que significa la plenitud de poderes: puede hacer todas las cosas por la edificación. Sin embargo, estos mal-llamados mandatos no edifican; sólo destruyen. No pueden ser obra de la Santa Sede Apostólica.

Inocencio IV estaba fuera de sí de rabia por la actitud recalcitrante del anciano obispo inglés, y estaba muy tentado de hacerle detener, para que pasara sus últimos días en un calabozo; sin embargo, sus cardenales le desaconsejaron tal acción. Uno de ellos le dijo esto:

No debe hacer nada. Es verdad, no le podemos condenar. Es un católico y un santo; es mejor hombre que nosotros. No tiene igual entre los prelados. Todo el clero francés e inglés lo sabe… Si la verdad de esta carta saliera a la luz, podría poner a muchos en nuestra contra. Es muy estimado como filósofo, un erudito en literatura latina y griega, celoso por la justicia, un lector de las escuelas de teología, un predicador al pueblo, un enemigo activo de los abusos.

¿Cuál fue la resolución de este entuerto? Ese mismo año Grosseteste murió, en su lugar fue nombrado un obispo de Lincoln más «de acuerdo con los tiempos». Davies, reflexionando sobre este insigne personaje, dice que si hubiera vivido en tiempos de Enrique VIII sin lugar a dudas hubiera muerto por fidelidad a Roma, junto al obispo San Juan Fisher. Yo añado a esta reflexión que hombres como estos suelen ser extremadamente raros, sobre todo entre los que ostentan cargos influyentes. Es muy fácil hoy en día mirar hacía atrás y decir: «yo hubiera hecho lo mismo que él»; pero el hecho es que quedarse solo ante el Poder no es del agrado de nadie. Hace falta, primero tener los principios MUY CLAROS en la cabeza, y segundo, tener una fe en Dios inquebrantable.

Este artículo nace de mi preocupación por la situación actual en la Iglesia. Hoy en día, igual que hace 800 años, hay un hombre sentado sobre el trono de San Pedro que antepone sus propios intereses mundanos a la edificación de la Iglesia. Huelga decir que cualquier católico preferiría a un Inocencio IV a un Francisco, porque si el primero fue un corrupto, al menos nunca promovió ninguna tesis herética, ni una moral inicua, como lo hace el segundo. Hoy en día también hay un hombre de Iglesia que se ha atrevido a contradecir al Papa; un hombre que parece resistir la influencia secularizante de Roma en pro de las almas. No es un inglés, sino un estadounidense: el Cardenal Raymond Burke. Tras la publicación de sus dubbia sobre la nefasta exhortación apostólica Amoris Laeticia, que tanto revuelo causó, Burke advirtió que en caso de no recibir ninguna respuesta por parte de Francisco (ya estamos más de un año esperando), llevaría a cabo una corrección pública al Sumo Pontífice por favorecer herejías. Todos los que amamos la Iglesia estamos impacientes, esperando que Burke cumpla su palabra. El tiempo pasa y más de uno duda si el cardenal ha decidido recular en el último momento, para no meterse en líos. Pido a Nuestro Señor Jesucristo que Burke sea valiente y haga lo que tiene que hacer: defender la fe, con su vida si es preciso. Entre el episcopado quedará prácticamente solo ante Roma; será el villano de la película para todos los medios de comunicación, un apestado en los círculos «respetables» de la Iglesia. Pero le vendría bien a Burke recordar la historia de Grosseteste. Aquel hombre también quedó absolutamente solo. Pero murió en paz con Dios, tras cumplir con su deber.

Christopher Fleming

Christopher Fleming
Christopher Fleminghttp://innovissimisdiebus.blogspot.com.es/
De nacionalidad británica. Casado con tres hijos. Profesor de piano y organista. Vive en Murcia, España. Converso del ateísmo y del protestantismo-modernismo. Católico hasta la muerte, por la gracia de Dios.

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