13 de febrero, 2017 (CatholicCulture.org) – La Civilta Cattolica publicó un ensayo de su editor adjunto, el padre Giancarlo Pani, quien busca reabrir la posibilidad de ordenar mujeres al sacerdocio. Este periódico, publicado por jesuitas pero aprobado por el Secretario del Estado Vaticano, es ya desde hace tiempo un medio para comunicar líneas de pensamiento consideradas importantes por los papas reinantes. Por lo tanto, la manera más amable de describir este artículo en particular es “peculiar”. Sin lugar a dudas, es peculiar en al menos tres puntos importantes: política, administrativa, y teológicamente.
Cuando digo “políticamente peculiar”, estoy aplicando la idea de lo políticamente correcto a la Iglesia. La pregunta es qué clase de “clima político” prevalece en el Vaticano bajo el papa Francisco. ¿Qué puntos de vista, sugeridos por las sutiles claves de los poderosos, indican que están abiertos a su discusión, y qué puntos de vista son desalentados al punto de exiliar a quienes los articulan? Sabemos, por ejemplo, que se considera muy bien el lamentarse por la “rigidez” de los que enfatizan que la adhesión a la doctrina católica y a la enseñanza moral nos es requerida por Jesucristo.
Esta consideración del “clima político” es relevante a La Civilta Cattolica por su posición única. Desde su fundación en Roma, en 1850, el periódico ha servido como una especie de portavoz extraoficial de la Santa Sede. Es el único periódico del mundo cuya tirada es examinada y revisada por personal del Vaticano, y cada edición debe ser aprobada antes de su publicación. Por lo tanto, la postura actual del Vaticano es, como mínimo, que el cuestionar la enseñanza católica tradicional no está mal visto. Tal cuestionamiento no es el tipo de cosa que metería en problemas a un escritor.
¿Incompetencia Administrativa?
La publicación del artículo también es “administrativamente peculiar”. Nuevamente implica como mínimo que la supervisión de La Civilta Cattolica por parte de la Secretaría de Estado es seriamente inadecuada. Pero la situación podría ser incluso peor. Si la supervisión es en realidad adecuada—en otras palabras, si la Secretaría de Estado aprobó la publicación con conocimiento y deliberadamente—entonces, o la Secretaría de Estado es incompetente o el papa Francisco ha dado señales de que alzar dudas sobre la doctrina católica establecida es algo deseable.
Esta última posibilidad viene a la mente al considerar lo sucedido con el tema de la recepción de la comunión de parte de los divorciados vueltos a casar sin la nulidad. El papa Francisco ha fomentado la conclusión de que la recepción de la comunión debiera ser posible en algunos casos tras un período de discernimiento cuidadoso, si bien no fue tan lejos en su documento oficial (Amoris Laetitia), ni emitió una revisión de la ley canónica que directamente prohíbe esta práctica que se promueve en privado. El uso estratégico de La Civilta Cattolica es otra forma de alentar ideas y prácticas que la Santa Sede jamás permitiría que un Papa especifique magisterialmente. Es imposible no imaginar que esto es parte de un patrón desafortunado.
La posibilidad de aprobación papal cobra más fuerza gracias al gran reconocimiento que brindó el papa al equipo editorial de Civilta Cattolica tras la publicación de un artículo que cuestiona la permanencia de la enseñanza de la Iglesia que sostiene que las mujeres no pueden ser sacerdotes. Entre otras cosas, Francisco dijo a los empleados que su periódico “continúa navegando valientemente en el mar abierto”, aconsejando que el católico “no debe tener miedo al mar abierto, no debe buscar reparo en puertos seguros”. El Papa enfatizó deliberadamente este punto: “Ustedes, como jesuitas, eviten aferrarse a certezas y seguridades.”
Podríamos buscarle la vuelta para sugerir que, seguramente, el Papa se debe estar refiriendo al peligro de aferrarse a meras opiniones humanas. Pero Francisco habla en términos tan amplios y frecuentes que debemos preguntarnos si la propia Iglesia, sin mencionar sus miembros, no habrá perdido de alguna manera su habilidad para distinguir lo que es divinamente permanente en la exención cristiana de interpretaciones humanas transitorias. ¿Está mal, por ejemplo, el aferrarse a la certeza de la resurrección de Jesucristo?
Peculiaridad Teológica
Ciertamente, un momento de reflexión nos permite ver que intentar reabrir la cuestión de la ordenación de mujeres es peculiar de un modo adicional: el “teológicamente peculiar”, por decirlo suavemente. Lo es por la manera deliberadamente definitiva en la que el papa Juan Pablo II resolvió esta cuestión—claramente y de una vez por todas—en su carta apostólica de 1994, Ordinatio Sacerdotalis. Tras una discusión breve sobre el asunto, en tres secciones numeradas, el Papa afirmó su conclusión nro. 4, que citaré en su totalidad:
- Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación.
Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.
Sencillamente, no es posible que el magisterio resulte más claro que esto. De hecho, el mismo papa Francisco pareció decirlo durante la entrevista en el vuelo de regreso de su visita a Suecia: “sobre la ordenación de mujeres en la Iglesia Católica, la última palabra es clara y la dio San Juan Pablo II y esto permanece.”
Es revelador que el padre Pani, al sugerir una reapertura de esta cuestión, diera como razón lo que él describe como tensiones entre la enseñanza de la Iglesia y el trabajo de los teólogos. Corriendo el riesgo de descarrilar hacia lo desconocido, esto se torna más y más extraño. Es peculiar al extremo, perpetúa una idea falsa de la teología desarrollada por teólogos disidentes durante el siglo XX, que aún hoy afecta a un gran número de teólogos académicos. Debemos sacudir rotundamente de nuestra confusa mente la noción de que el rol de los teólogos es reflexionar sobre los cambios culturales como si pudieran discernir en ellos nuevas y alteradas verdades de la fe.
Verdadera Teología
En realidad, para un teólogo que comprende la naturaleza de su disciplina, es imposible encontrar que sus percepciones teológicas lo confrontan con las enseñanzas de la Iglesia. Cada disciplina tiene su propia materia de estudio y sus métodos. La materia de estudio propia de la Teología es la Revelación Divina, expresada y clarificada sólo en las escrituras, la tradición, y el magisterio de la Iglesia, con la garantía del Espíritu Santo de que están libres del error. Por lo tanto, es el rol del teólogo católico el captar el significado de la revelación de una manera más completa, explicándola en mayor profundidad y con una comprensión más precisa, a medida que avanza su estudio en el tiempo.
No puede haber jamás una tensión legítima entre la enseñanza de la Iglesia y el trabajo de los teólogos, por la simple razón de que la enseñanza de la Iglesia es parte de la información teológica que el teólogo busca comprender. La teología siempre es fe buscando comprensión a través del estudio de la revelación. Los teólogos no tienen materia de estudio y no puede haber una disciplina llamada “teología” más allá de todo esto. En ese caso, el modernismo implícito del autor se transparenta claramente, como sucede siempre en los escritos de este tipo, al criticar que la declaración de la CDF en 1995, recordándonos que la enseñanza del papa Juan Pablo II era definitiva, “no toma en cuenta los avances producidos por la presencia de la mujer en la familia y la sociedad en el siglo 21.”
Pero estos avances culturales, ya sean buenos o malos, no son en absoluto datos para la teología. Lo que son es una fuente de preguntas adicionales que los teólogos pueden necesitar encarar más claramente, en base a un estudio renovado de la información revelada, con nuevas preocupaciones en mente. De hecho, el papa San Juan Pablo II hizo eso mismo en Ordinatio Sacerdotalis. Al considerar justamente este tipo de preguntas que surgen precisamente de asuntos culturales que hace tiempo pasaron a primer plano, Juan Pablo escribió:
Por otra parte, el hecho de que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, no recibiera la misión propia de los Apóstoles ni el sacerdocio ministerial, muestra claramente que la no admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del universo. [3]
Amigos míos, ese es un ejercicio de teología, y para nuestro tiempo es una gran prueba que tantos de los que juegan un rol en la clarificación de la doctrina católica carezcan incluso de la comprensión básica de lo que significa dominar una disciplina tan sublime. Este esfuerzo por provocar cambios en la doctrina católica por tendencias culturales ha sido siempre una señal segura de que un teólogo sometió su mente no a Cristo y la Iglesia sino al espíritu de su época. La teología sin fidelidad a la revelación no es teología en absoluto.
Finalmente, me entristece una vez más ver y demostrar que el papa Francisco no cree que una parte significativa de su responsabilidad como Vicario de Cristo es proteger a los fieles de cualquier cosa que debilite su confianza en la permanencia de las enseñanzas de la Iglesia Católica. Incluso muchas veces, Francisco sugiere lo contrario—que la confianza está puesta en el lugar equivocado. Debemos recordar que cuando Nuestro Señor reprendió a los fariseos, no habló en general de su “rigidez”, sino de su firme empeño hacia las cosas malas, refiriéndose a su manera mundana de pensar:
Les dijo: “Con razón Isaías profetizó sobre vosotros, hipócritas, como está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. Me rinden un culto vano, enseñando doctrinas (que son) mandamientos de hombres.” [Mc 7:6-8]
Estas palabras de Jesucristo son aplicables de manera directa al enfoque erróneo de La Civilta Cattolica sobre la ordenación de mujeres como sacerdotes. Para enfatizar este punto, esto es lo que Cristo en su gloria pidió a San Juan que transmita a la Iglesia, en el tercer capítulo del Libro del Apocalipsis: “Pronto vengo; guarda firmemente lo que tienes para que nadie te arrebate la corona.”
Por Jeffrey Mirus
(Traducido por Marilina Manteiga)