La religiosidad popular es, sin duda alguna, un fenómeno que crece de manera sensible y de forma especial en España y las naciones hispanas. Hermandades, cofradías, agrupaciones de fieles, asociaciones laicales de devotos…etc suman una considerable cantidad dentro de la Iglesia Católica cuyas jerarquías no cesan de estimular y alentar. Es de justicia que, de entrada, se valoren de forma objetiva todos los elementos positivos de esta forma de piedad cristiana y se destaquen los siguientes:
1. Ante la ola que crece, en progresión geométrica, del secularismo agresivo que pretende (y consigue) borrar y/o reducir al máximo toda expresión pública de fe cristiana, la religiosidad popular actúa como un fuerte dique de contención que consigue hacer físicamente presente las principales verdades de la religión católica y sus eventos más significativos. Donde hay religiosidad popular la población “sentirá” que llega la navidad, la semana santa, el mes de María Santísima…y otras fechas grandes del calendario litúrgico. Hay naciones, como España, donde se da una clara diferencia entre el norte y el sur por ejemplo cuando llega la semana mayor y el triduo pascual. La diferencia la marca la existencia o ausencia del fenómeno citado.
2. Son muchas las personas bautizadas que mantienen un único contacto con la vida eclesial a través de sus hermandades o cofradías. Si éstas no existieran jamás pisarían un templo a no ser por causa, digamos, “sociológica”, como acudir a una boda o entierro.
3. Las convocatorias que vienen de la religiosidad popular constituyen, de hecho, una oportunidad para que los sacerdotes (o cualquiera que en la Iglesia asuma tareas catequéticas) puedan dar un mensaje de formación católica que quizás cale en alguno de los asistentes. Dado que toda alma es única y eterna, merece la pena cualquier esfuerzo aunque sea solo por una sola alma.
Pero es también de justicia, y de querer vivir en la realidad, reconocer y señalar las grandes lagunas que tiene la religiosidad popular y como éstas configuran, de forma sorprendente, una auténtica “iglesia” paralela a la Iglesia real.
La Iglesia se configura con un credo, unos sacramentos, una enseñanza moral, y unas autoridades con potestad canónica. Señalemos, en contraste, los apartados que forman esa iglesia paralela:
- El credo estaría sustituido por la regla de hermandad. Sorprende constatar cuantos cofrades conocen muy bien la regla y desconocen dogmas de fe y/o enseñanzas definitivas que integran el depósito de la fe.
- Si bien hay siete sacramentos, sabemos que el católico practicante es quien vive de forma regular dos de ellos: eucaristía y confesión. En la religiosidad popular la confesión se sustituye por la estación de penitencia y la Misa en sus sentido de precepto (domingos y otros días señalados) por los días de cultos de la hermandad (quinario, triduo, función…).
- La enseñanza moral en la religiosidad popular se enmarca bastante en la acción social (bolsas de caridad, iniciativas de ayuda…) y minimiza los mandamientos que afectan, sobre todo, a los ámbitos de afectividad, vida, sexualidad, familia, matrimonio…, habiendo no pocas voces muy críticas con la enseñanza de la Iglesia Católica en todos esos ámbitos.
- La jerarquía católica está formada por la cabeza, el Santo Padre, los obispos, los párrocos…como bien se define en el derecho canónico. La religiosidad los acepta de manera formal pero de “facto” son los dirigentes de las mismas hermandades los que son admitidos como jerarquía en la vida cotidiana de estas entidades, y en no pocas ocasiones los mismos sacerdotes se ven hasta desplazados en tomas de decisión sobre cuestiones tan importantes como la liturgia o la formación
Conste que este artículo no debe asumirse como una enmienda a la totalidad de la religiosidad popular pero si como una llamada de atención sobre los defectos graves que pueden enquistarse de forma definitiva si de parte de la alta jerarquía no se toman medidas efectivas a tiempo para que la “epidemia” no se haga “endémica”. Desde mi modesta posición como sacerdote propongo las siguientes medidas de “contención y reforma”:
- Exigir no solo el bautismo para ser miembro de una hermandad sino también la confirmación (para los mayores de edad al menos) y la primera comunión para los niños en edad de haberla hecho.
- Por supuesto no admitir a la jura como hermanos a los que viven en forma contradictoria con la enseñanza cristiana, hasta que no hayan superado esa etapa desde la conversión. Me refiero a los casados por lo civil y/o parejas que conviven antes de casarse. Hay que recordar que jurar sobre la Biblia sin tener ánimo de arrepentimiento y enmienda es, sencillamente, perjurio.
- Imponer una formación básica obligatoria todos los hermanos para que asuman el deber de práctica religiosa mínima (Misa dominical y confesión al menos anual) y la obligación de aceptar la doctrina moral católica en todos sus ámbitos de vida.
- Que ante cualquier incidencia entre párroco y algún órgano de gobierno de la hermandad, el obispo aplique siempre de la presunción de “inocencia” de su sacerdote y que sea la otra parte quien tenga que demostrar el error del clérigo, y no al revés.
Confiemos que en el futuro, no lejano, la religiosidad popular aporte a la Iglesia no solo ser dique de contención anti-laicista sino fuerte intendencia que nutra seminarios, noviciados y matrimonios cristianos que formen hogares ejemplares en esta sociedad que nos ha tocado vivir. Pero advirtamos que, como reza el refrán: “no hay más ciego que el que no quiere ver”; ante ello, que haya valentía para VER y, de esa manera, REFORMAR.