San Juan Bosco y el Islam

La visita del Papa Francisco a los Emiratos Árabes Unidos fue ciertamente un evento de gran importancia histórica, aún cuando los medios no le dieron gran espacio: los viajes de Juan Pablo II tuvieron una resonancia mil veces mayor. Estos tres días constituyeron para Bergoglio un éxito personal, ya que persigue el objetivo de la unidad entre los pueblos y las religiones. La autoridad islámica de los Emiratos concedieron al Papa, por la primera vez en la historia, celebrar una Misa pública en el Golfo Pérsico, en Abu Dhabi, en el estadio más grande (Zayed Sports City) de un país en el cual la Iglesia no puede tener la cruz en el techo. El estadio estaba abarrotado por 45 mil personas, el resto asistió en las áreas adyacentes, en total 120 mil (católicos de aproximadamente 100 nacionalidades), entre los cuales 4 mil musulmanes y entre estos el Ministro de la Tolerancia. El Pontífice concluyó ayer su visita a los Emiratos Árabes con una jornada dedicada a la comunidad católica local, compuesta por 900 mil fieles, en su mayoría trabajadores inmigrantes de los Países asiáticos como India y Filipinas, fieles equivalentes al 10% de la población local.

Una vez más la fe presentada por el Papa fue de carácter sentimental y en la homilía de la Misa precisó que la vida cristiana «No se presenta como un listado de prescripciones exteriores o como un conjunto complejo de doctrinas por conocer. En primer lugar no es esto; es saberse, en Jesús, hijo amado del Padre». Pero para sentirse amado es necesario saber quién es Aquel al que se ama y qué se debe hacer para profesar el Credo en la Trinidad. La vida cristiana no es sentimentalismo, sino conocimiento de la verdad, a través de la mente y del corazón: esto siempre lo ha sustentado la Iglesia. De ahí la fuerza de la Iglesia, cuyo valor le es dado no por su ideal social y colectivo, sino por su peso espiritual, que hoy se hace pasar mediáticamente a un segundo plano incluso en un viaje de tal envergadura.

El 31 de agosto la liturgia recordó a San Juan Bosco, el cual no solamente instruía a sus jóvenes con el Catecismo, por lo tanto con la doctrina, sino que conocía muy bien la Historia y la escribía para transmitir la realidad de los hechos y para dar el sentido correcto a la vida de cada uno. Es lo que puede leerse en su documento «El Católico instruido en su religión: entretenimientos de un padre de familia con sus hijos, según las necesidades de la época» (Tip. Dir. Da P. De Agostini, Turín, 1853):

«Sin duda alguna para un católico no existe ciencia más importante que aquella que lo instruye en su propia religión. Ciencia importante, y al mismo tiempo sumamente consoladora, porque tiene fundamento en cosas ciertas y claras que desde todos los puntos de vista nos hacen reconocer la contribución de la Omnipotencia Divina. Esta Religión de Jesucristo, que únicamente se conserva en la Iglesia Católica Romana, según las palabras del mismo Salvador, debería ser perseguida de todas las maneras, pero no vencida».

En lo que dice respecto al islamismo, Don Bosco respetaba a las personas, pero no los errores, de ahí su rigurosa objetividad en buscar siempre, únicamente y por todas las formas la salvación de las almas. La edificación de una sociedad sana y justa, formada por «ciudadanos honestos», no era otra cosa, para el fundador de los salesianos, que una directa consecuencia de las personas formadas en la libertad de la Verdad revelada. Afirmaba que Mahoma había propagado su religión no con milagros o con la persuasión de la palabra, sino con la fuerza de las armas: «como único argumento él levantaba la espada sobre el jefe de los vencidos gritando: creer o morir » (cfr. ibid.).

En Santa Marta, durante la homilía en el día de San Juan Bosco, Francisco habló de la atención que él tenía por la pobreza, encuadrándola en una cuestión de injusticia social, señalando que en aquella época «masónica», de «come-curas» y de «una aristocracia cerrada, donde los pobres eran realmente los pobres, lo descartado, él vio en las carreteras esos jóvenes y dijo: ´¡No puede ser!´ […] Pero no, ¡esto no puede ser así! Estos jóvenes quizás acaben con Don Cafasso, en la horca… no, no puede ser así”, y se conmovió como hombre y como hombre comenzó a pensar en caminos para hacer crecer a los jóvenes, para hacer madurar a los jóvenes. Caminos humanos. Y después tuvo el coraje de mirar con los ojos de Dios e ir ante Dios y decirle: “Pero, déjame ver esto… esto es una injusticia… qué se hace delante de esto … Tú has creado a esta gente para una plenitud y ellos están en una verdadera tragedia …”. Y así, observando la realidad con amor de padre – padre y maestro, dice la liturgia de hoy – y mirando a Dios con ojos de mendigo que pide algo de luz para comenzar a avanzar».

La tragedia, para Don Bosco, como para Jesús no es la pobreza de cosas, sino la pobreza de no estar en la gracia de Dios, porque: «Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt. 6, 33). La mirada de Don Bosco siempre fue de carácter sobrenatural, aún en lo concreto de las cuestiones prácticas, pero éstas eran siempre en función de la verticalidad de la Fe. Fue emblemática la actitud que asumió con el primer muchacho en la fundación del Oratorio salesiano. Era el 8 de diciembre de 1841: Bartolomeo Garelli, albañil de 16 años, llegado de Asti, huérfano, analfabeto, pobre, indefenso, fue el primero a ser instruido por el Padre y Maestro de la juventud y es el prototipo de todos los jóvenes, de todas las familias y de todos los pueblos que la orden salesiana ha evangelizado, utilizando el sistema preventivo de Don Bosco, fundado sobre tres pilares: Razón, Religión, Cariño.

Asistir a la Santa Misa e ir a la escuela de Catecismo -el doctrinal, no ecuménico ni interreligioso- fue lo primero que propuso el santo sacerdote a Bartolomé, no ciertamente la reivindicación de sus “derechos”. A la iglesia de San Francisco de Asís llegaron, después de ochos días, llevados por el mismo Garelli, seis muchachos mal vestidos y otros dos enviados por San José María Cafasso.

Hoy, con una visión horizontal, se dice que Don Bosco se ocupó de la juventud para levantarla de la miseria, de la ignorancia, ofreciéndole también la posibilidad de calificarse con un trabajo. Pero, en realidad, el único verdadero fin de la acción “social” de don Bosco fue aquella de llevar el mayor número de almas al Paraíso, comenzando por aquellos que la Divina Providencia le confiaba.

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