Se debe pelear desde dentro de la Iglesia. ¿Y quiénes lo hacen realmente?

“… como impostores, siendo veraces” (San Pablo, 2 Corintios 6, 8)

Mostraré en este escrito la siguiente paradoja: que quienes en verdad están luchando desde dentro de la Iglesia Católica y por la Iglesia Católica, son unos pocos a los que muchos dan por sentado que están fuera de la referida Iglesia.

La lucha contra nosotros mismos es cuestión capital y de máxima importancia. Pero si algún enemigo, sea el que fuere, lograse corromper con sus doctrinas y si las almas no advierten tal corrupción y la consumen, mal podrán librar la batalla interior. Por ejemplo, recientemente el arzobispo de La Plata, Monseñor Víctor M. Fernández, profirió en una iglesia las siguientes doctrinas modernistas: que hemos de aceptar a todos, “de la orientación que sea”, “así como venga, me guste o no, vale más que nada en esta tierra”. Y esto otro: “La Iglesia en otros siglos fue en otra dirección (…) sin darse cuenta fue desarrollando todo una filosofía y una moral llena de clasificaciones (…): ‘este puede comulgar este no puede comulgar’ (…). Terrible que nos haya pasado esto en la Iglesia (…). Gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”. Hasta aquí algunas de las revolucionarias palabras del arzobispo. Veamos. No es verdad que alguien “como venga, vale más que nada en esta tierra”. Tamaño disparate va contra toda la doctrina católica. Cristo murió para que viviendo en su gracia empecemos a valer. Es dentro de su gracia que valemos y sin ella nada somos. Él lo ha dicho: “Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera como los sarmientos y se seca; después los recogen y los echan al fuego y se queman” (Jn 15, 6); y “Quien no está conmigo está contra Mí” (Mt 12, 30). No es entonces “como venga”, porque si viene sin el traje debido no ingresará a las bodas. Una vez más Fernández va contra San Pablo, que lejos de decir que “vos vales más que nada así como vengas, con la orientación sexual que se te antoje”, sostuvo sin rodeos: “Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas (…) heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6, 9). De modo que el cielo no admite “como venga”, admite arrepentidos que mueren en la amistad divina. ¿Y qué es eso de la “otra dirección”? ¿Vieron? Textuales palabras: “OTRA DIRECCIÓN”: que comulgue cualquiera, total es otra dirección la que se ha tomado. Claro está que San Pablo era de la Iglesia “de otros siglos”, por eso decía: “el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo del Señor, como y bebe su propia condenación” (1 Corintios 11, 29). Que unos puedan comulgar y otros no, no es invención de la Iglesia, es Palabra de Dios. ¿Qué sucede? San Pablo defiende algo llamado catolicismo, mientras que Monseñor Fernández, confesando ir en “otra dirección”, está dentro del modernismo. En fin, como se ve, una doctrina mala puede arruinar el alma. Luchemos entonces contra el modernismo con todas nuestras fuerzas.

Año tras año, desde un ya algo lejano 1988, se escucha repetir, una y otra vez, en contra de quienes realmente defienden la Tradición Católica y a quienes se tiene por separados: “Hay que pelear estando dentro de la Iglesia”. La frase, como se deja ver, quiere significar que la pelea de esos “obstinados y desobedientes expulsados” es errada, en tanto que estarían librando una batalla estando fuera de la Iglesia. Cuando realmente se conoce la dirección histórica de los sucesos empiezan a aparecer bastantes sorpresas para muchos, y resulta que lo que aparentaba ser de un modo no lo es, dándose más bien lo contrario. A tenor de lo dicho, ayuda increíblemente comenzar por hacer esta interrogación: ¿Quién ha expulsado a quién y hacia donde es la expulsión? Y la respuesta se hace más patente día tras día, semana tras semana, año tras año, década tras década: Se trata de la expulsión que hace el modernismo respecto de los seguidores de la Tradición Católica, y esa expulsión entonces –nótese la paradoja- es hacia la misma Tradición despreciada por el modernismo. Es el modernismo echando de su lado a la Tradición que tanto aborrece pero de la que se sigue sirviendo ladinamente para conservar, con toda hipocresía, la etiqueta de “católico”. El agua y el aceite no se mezclan.

Es el modernismo el que se ha apartado de la Tradición Católica, de modo que tenemos esto: que el modernismo apartado de la sana doctrina, de la Verdad, usurpa ya hace tiempo un lugar, se hace pasar por lo que no es, esto es, católico, y expulsa fieramente a los que realmente son católicos. Muchos, tristemente engañados, creen que libran la batalla católica defendiendo a la Iglesia de Cristo ¡partiendo desde entramados modernistas!, de modo que no solo no libran ninguna batalla verdaderamente católica, sino que más bien les son útiles a la pestilencia indicada, viniendo en verdad a luchar contra lo que pretenden defender. Y como el modernismo se aparta cada vez más groseramente de la Tradición Católica, se sigue que los pretensos batalladores que “libran” batallas bajo el amparo del modernismo imperante, no son ellos los que con toda propiedad están luchando desde dentro, sino que están cada vez más lejos de la Casa, bregando, muchos inconscientemente, contra la Casa.

Ha sido una jugada maestra de Satanás lograr que muchos que se dicen católicos y que están nadando en las aguas del modernismo, fustiguen a los católicos amantes de la Tradición y que hoy llevan el  mote de expulsados. ¿Se ha reparado que la batalla de los primeros al fin de cuentas se reduce a martillar a los segundos, puesto que, si son realmente coherentes con su “obediencia”, deben tragar limpiamente el destructivo ecumenismo que les predica una falsa unidad y una dañina oración con musulmanes, luteranos, judíos, anglicanos, pachamámicos, etc.? Esos modernistas, principalmente una cantidad de obispos, lograron su objetivo liquidando la verdadera virtud de la obediencia y suplantándola por una viciosa obediencia o seudo-obediencia. No podía ser de otra manera: también el modernismo aplicó su maquinaria innovadora para con lo que se tenía por virtudes, modificándolas, haciendo que la patraña en su variada gama fuese ahora lo recto. Esa falsa obediencia peca no solo contra la razón, sino principalmente contra la fe. Fue el arma más amada por los obispos consabidos, pues entendieron sin mucha dificultad que tenían en su poder el instrumento maestro para asestar el golpe preciso que llevaría al silencio, a la complicidad y al amansamiento del rebaño contra todo posible comportamiento que intentase la sublevación. Calza aquí a la perfección aquellas palabras que si mal no recuerdo las escribió G.K. Chesterton: “La falsedad nunca es tan falsa como cuando es casi la verdad”.

Satanás azuza a su viciosa obediencia haciendo que guerreé a brazo partido contra la virtud de la obediencia, y ha conseguido que la virtud de la obediencia sea excomulgada por la viciosa obediencia.

Seamos francos, vamos: ¿qué tipo de pelea será la que libre quien lamentablemente está acorralado por la seudo-obediencia manejada por los obispos amantes del modernismo? ¿Cómo puede alguien pretender una verdadera lucha por la Iglesia de Cristo si se deja arrastrar por quienes están contra la Iglesia de Cristo?

Veamos qué nos dice el obispo San Atanasio en una de sus cartas enviadas a sus fieles de Alejandría:

“¡Que Dios os consuele! (…). Lo que tanto os entristece es que los enemigos han ocupado por violencia vuestros templos, en tanto que vosotros, en todo este tiempo, os encontráis afuera. Es un hecho, que ellos tienen los edificios, los templos; pero, en cambio, vosotros tenéis la fe apostólica. Ellos han podido quedarse con nuestros templos, pero están fuera de la verdadera fe. Vosotros tenéis que permanecer fuera de los lugares del culto, pero permanecéis, en cambio, dentro de la fe.

Reflexionemos: ¿qué es más importante, el lugar o la fe? Evidentemente, la verdadera Fe. En esta lucha, ¿quién ha perdido, quién ha ganado: el que ha guardado el lugar o el que ha guardado la fe?

El lugar, es verdad, es bueno, (pero) cuando se predica en él la fe apostólica; es santo, si todo lo que sucede y pasa en él es santo.

Sois vosotros afortunados, porque permanecéis en la Iglesia por vuestra fe, que ha llegado a vosotros por la Tradición apostólica y si, sometidos a la presión, un celo execrable ha pretendido quebrantar vuestra fe, esa presión no ha tenido éxito. Son ellos los que se han separado, en la crisis presente de la Iglesia.

Nadie prevalecerá jamás contra vuestra fe, hermanos carísimos. Y nosotros sabemos que Dios nos devolverá un día nuestros templos.

Así, pues, mientras más se empeñen en quitarnos nuestros lugares de culto, más se separarán de la Iglesia. Pretenden representar a la Iglesia, cuando en realidad ellos se han expulsado a sí mismos de ella y se han extraviado (Coll. selecta SS. Eclesiæ Patrum, Caillau et Guillou, t. 32, p. 411-412).

Esos fieles a la Tradición Católica y a los que hoy se tiene por fuera de la Iglesia, esos mismos, digo, son quienes están librando una batalla sin precedentes y desde dentro de la Iglesia. Son ellos los que verdaderamente están defendiendo a la Esposa del Cordero contra los embates del embaucador modernismo.

Desde las reformas en las que se ha introducido el modernismo por doquier, sencillamente no se puede librar ninguna batalla verdaderamente católica, y la razón es de rigurosa lógica: pues si se aceptan las innovaciones se ve claramente que no hay pelea alguna; mas, cuando alguien osa decir algo contra las introducciones modernistas, aparece prontamente el castigo que sanciona, que expulsa, que pide silencio, que quiere uniformar la tropa, que obliga a la adhesión, todo lo cual, si bien se mira, busca reducir al que quiere luchar. Entonces, guste o no guste, ese batallador expulsado o reducido que quiere seguir denunciando el error, el mal, el engaño, la innovación dañina, se encontrará en la vereda contraria a ese modernismo atacado, y es así como, al fin de cuentas, uno se encuentra luchando fuera del modernismo contra el modernismo, y dentro del catolicismo a favor del catolicismo.

Hace más de treinta años muchos –por la razón que fuere- insisten en que “pelean” desde dentro del catolicismo, pero sin querer ver -¡o viendo!- que en realidad lo hacen inmersos en las venas del modernismo. Así entonces no solo nunca han librado una verdadera pelea sino que gradualmente han sido fagocitados por el movimiento funesto indicado.

De ese grupo reducido de católicos amante de la Tradición Católica y a los que desde hace algunos años a la fecha se los tiene por fuera de la Iglesia, me atrevo a aplicarles las palabras del Cid Campeador: “Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor”.

En esos que hoy muchos tienen por expulsados se cumple bien de San Pablo: “como impostores, siendo veraces”.

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.

Del mismo autor

Defensa de la corredención de la Santísima Virgen María

Hay distintos tipos de envenamientos. Uno de ellos se llama crónico,...

Últimos Artículos

La santidad de la Iglesia y los escándalos en su seno

Como explican los teólogos, la Iglesia fundada por Jesucristo...

El concepto católico del derecho

Introducción El 25 de marzo de 1953 el cardenal Alfredo...