Se necesitan nueve meses para formar un niño en el vientre de su madre. Se necesita toda una vida para ganar el cielo

Homilía del Reverendo padre Dom Jan Pateau

Abad de Nuestra Señora de Fontgombault

Fontgombault, 31 de mayo de 2020, Domingo de Pentecostés

Illumina cor hominum

Ilumina los corazaones de los hombres

Queridos hermanos y hermanas,

Mis muy queridos hijos,

Durante este tiempo de pandemia, la fiesta de Pentecostés llama a un nuevo derramamiento del Espíritu de Dios sobre nosotros, sobre todos los fieles, todos los hombres. Que Dios renueve nuestra tierra tan desolada, que ilumine y dé paz a tantos hombres atrapados por la enfermedad, la pobreza, la rebelión, o que murmuran contra el virus y las medidas que han tomado las autoridades civiles y eclesiásticas para limitar su expansión.

Es grande nuestra alegría estos días en que muchos cristianos pueden por fin volver a la iglesia y recibir, tras largas semanas de privación, los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia.

Sin embargo, muchas preguntas quedan sin respuesta. ¿Por qué esta enfermedad, que vaga inexorablemente por las ciudades, los países y los continentes? ¿Quién es responsable? ¿Son la naturaleza y sus azares, o la imprudencia o maldad del hombre? ¿Es la ira de Dios?

Sea la que sea la respuesta, es una severa lección para el hombre, que durante muchas décadas ha estado alejando, aparentemente sin estorbo, las fronteras de lo que se considera posible en casi todos los dominios. Siempre más rápido, siempre más lejos, siempre más fuerte… Pero muchos sobraban, quedaban olvidados, dejados miserablemente en la cuneta y se contentaban con mirar a través de los medios el mundo y sus logros. En esta carrera salvaje y loca, no ha quedado olvidado el sagrado dominio de la vida: mejoras humanas, niños concebidos en una probeta y después disponibles para el autoservicio… podríamos elaborar una larga lista que testimoniaría una libertad que se esperaba sin límites.

Y ahora ¡un pequeño virus cuestiona todo esto! No se salva nadie. El silbato ha dado la señal al mundo de la primera creación, convertido en un patio de juego para la re-creación. El regreso a la realidad es áspero. “Dios siempre perdona, el hombre apenas, la naturaleza nunca”. La familia y el hogar se convierten en los refugios cuando todo se derrumba. ¿Seremos lo suficientemente humildes para seguir recordando cuando hayan pasado estos días?

¡Oh, Señor, ilumina los corazones de los hombres! Eres el que renueva la faz de la Tierra. Creemos que los hechos dolorosos que permites estos días no agotan tu amor. No son tu última palabra, con la condición de que te demos libertad para hablar. A través de ellos, ciertamente, liberas una nueva palabra, una luz desconocida.

Desde la Ascensión, los apóstoles permanecían confinados en Jerusalén:

«Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, […]. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.» (Hc  1, 13-14)

Aguantar, tal es la condición necesaria para dar a luz un trabajo duradero. Se necesitan nueve meses para formar un niño en el vientre de su madre. Se necesita toda una vida para ganar el cielo. Con esta lección que nos da la naturaleza, invita al hombre a tomar tiempo, a tomarse su tiempo: tiempo para vivir, tiempo también para orar.

La efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles que nos cuenta el libro de los Hechos no es para privilegio de ellos: todo hombre y mujer ha de convertirse en morada de Dios. El Espíritu, que estaba atado, como si dijéramos, antes de que se cumpliera el misterio pascual (cf. Jon 7, 39), ahora busca llenar las almas de los fieles, en todo tiempo y lugar. Es el que conoce las respuestas de nuestras preguntas… ¿pero cómo podemos recibirle?

Si quis diligit me, sermonem meum servabit. Si alguno me ama, guardará mi palabra (Jn 14, 23)

La condición para recibir esta visita del Espíritu es convertirse uno mismo en una capacidad para Dios, guardando y poniendo en práctica su palabra. El signo visible y permanente de este estado es el amor a Dios y al prójimo. El hombre contemporáneo descuida construir esta morada interior en el recinto de su corazón, un corazón que se ha convertido, en la imagen de nuestro mundo fluido, de nuestra sociedad líquida, en un foro, un mercado, un lugar en el que todo puede comprarse e intercambiarse. Esclavizadas por corrientes incesantes, las ideas van y vienen. Como un soplo de aire, se dicen y se contradicen. Pocas son fructíferas. No se quedan en nuestros corazones.

Por desgracia, lo mismo se puede decir de nuestras familias y comunidades. La fiesta de Pentecostés nos recuerda nuestro deber de permanecer, a ejemplo de los apóstoles, capaces de amar, como lugares en los que el Espíritu pueda dar fruto y expandir el esplendor de su verdad. Con la verdad viene también la libertad verdadera, un regalo gratuito del Espíritu Santo, opuesta a esta libertad exigida, ilusoria y sin restricciones, que muy a menudo es fruto e incluso la causa de derramamiento de sangre. La primera e inviolable libertad de todo hombre es la capacidad de abrir su corazón a la presencia de Dios y a volver cada momento de su vida el lugar de intercambio con Dios. El que posee un corazón capaz de recibir la Palabra y responder a ella puede verse privado de todo y, sin embargo, poseerlo todo.

Mientras tanto, llamamos insistentemente al Espíritu Santo, Veni, no nos permitas olvidar que la ayuda que viene de lo alto y la que copiosamente derrama el Señor no nos exime del deber que tenemos de formarnos.

Hace cien años, el 18 de mayo, nacía en Polonia el que iba a ser el gran papa Juan Pablo II. Las encíclicas que ofreció a la Iglesia durante su largo pontificado atestiguan su búsqueda asidua de la verdad, su apertura a la acción del Espíritu. Son guías seguras hacia el que es el camino, la verdad y la vida. Así escribió en la encíclica Veritatis splendor, el esplendor de la verdad:

Ciertamente, para tener una “buena conciencia” (1 Tim, 1, 5), el hombre debe buscar la verdad y debe hacer juicios acordes con esa misma verdad. Como dice el apóstol Pablo, la conciencia debe ser “confirmada por el Espíritu Santo” (Rom 9, 1); debe ser clara (2 Tim, 1, 3); no debe “practicar la astucia y las trampas con la palabra de Dios”, sino “decir abiertamente la verdad” (2 Cor, 4, 2).

Al terminar el mes de mayo, el mes de María, este día, y cuando se hace a un lado la fiesta de la Visitación a Isabel ante la solemnidad de Pentecostés, oremos a nuestra Madre del cielo para que, a la Visitación del Espíritu a nuestras almas, se añada la visitación de ella.

El cardenal de Bérulle resumió en una fórmula concisa el misterio de María: “Pura capacidad para Jesús”. La que era pura capacidad se convirtió libremente en morada, la primera morada de Dios entre los hombres. Dios ocupa todo lo que se abre a Él. Que María interceda por nosotros. Que nos obtenga, a través de su ejemplo de madre, el Fiat que abrirá nuestros corazones al fuego del Espíritu y nos convertirá en una llama, en una fuente de amor.

¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones y mentes de tus siervos fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!

Amén. Aleluya

Artículo original: https://rorate-caeli.blogspot.com/2020/05/pentecost-fontgombault-sermon-nine.html Traducido por Natalia Martín

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