“Siento compasión de la gente”

Por segunda vez en el año litúrgico, el Evangelio de la Misa dominical propone a nuestra consideración la “multiplicación de los panes y los peces”. El IV Domingo de Cuaresma nos lo presenta en el relato de san Juan (6, 1-15) y hoy en el de san Marcos (8, 1-9).

Podemos subrayar algunos aspectos respecto al motivo, el modo y el significado de este milagro de cuya importancia en la vida de Cristo nos da idea el hecho de que lo llevó a cabo en dos ocasiones[1] y que nos lo relatan los cuatro evangelistas.

I. El motivo: la compasión de Cristo: «Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos» (vv.1-3).

Los evangelistas señalan como motivo inmediato del milagro la compasión de Jesús por la gente que había escuchado su predicación. San Marcos había señalado antes de la primera multiplicación que Jesús se puso a enseñarles también movido por la compasión: «Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34).

«En el pensamiento del evangelista, esta expresión de Cristo no se refiere a que las gentes, por seguirle incluso a lugares desiertos, se encontraran fatigadas, sin tener en aquellos lugares descampados medios de proveerse (Mt 14,14-15; Mc 6,35.36; Le 9,12.13; Jn 6,5), sino a que las gentes desfallecían sin saberlo, porque no había quien les diese el pan, la doctrina del reino. Por esto estaban “como ovejas sin pastor”. Siendo la hora mesiánica, la vieja Ley terminaba. Les hacía falta ser conducidas por el gran Pastor-Mesías a los pastos de la verdad»[2].

Por tanto, Jesús se compadece de la necesidad material y de la espiritual. Ante la primera reacciona “multiplicando” el alimento y ante la segunda con su propia Palabra. Es inevitable evocar el episodio de Marta y María y el criterio dado por Jesús en aquella ocasión: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 41). O su reproche a los judíos en Cafarnaún: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios» (Jn 6, 26-27).

II. El modo: la intervención de los Apóstoles. En las dos ocasiones en las que Jesús realizó este milagro, requiere la cooperación de los Apóstoles. No les pide a los presentes que solucionen el problema: el milagro lo hace Él, pero se sirve de su mediación para llevarlo a cabo. La insistencia en las cifras tan exiguas de lo que se dispone (en este caso siete panes y “unos cuantos” peces) tiende a garantizar más ostensiblemente el carácter subordinado (aunque no por ello menos decisivo) de esta intervención. Podemos decir con toda propiedad que lo mismo pide a nosotros: que pongamos a su disposición todo lo que tenemos; poco o mucho, da igual, pero que sea todo lo que tenemos.

La Epístola (Rom 6, 3-11) nos ayuda a entender el fundamento de una vida cristiana así considerada, que no se constituye a partir de lo que podríamos denominar “compartimentos estancos” sin relación unos con otros (la vida de piedad, las relaciones sociales, el trabajo…) sino que se sostiene sobre una radical unidad que lleva a dar a Dios todo lo que somos y tenemos. Lo que hace el cristiano encuentra su raíz en su identidad, en su ser más auténtico, que no es otro que su identificación con Cristo a quien ha sido incorporado en el bautismo[3].

III. El significado: el anuncio de la Eucaristía. Los evangelistas precisan una serie de detalles y gestos de Jesús: se sentaron, tomó los panes y los peces, levantó los ojos al cielo, recitó la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos, y los discípulos a la gente… Son las mismas palabras y con las mismas actitudes con que los Evangelios y san Pablo nos han transmitido la institución de la Eucaristía. Además el milagro va seguido, en el caso de san Juan, de un largo discurso en la sinagoga de Cafarnaún (cfr. Jn 6) que explicita el sentido de este signo poniéndolo en relación con la Eucaristía. Todo esto nos hace ver que, además de ser una muestra de la misericordia divina de Jesús con la necesidad material, la multiplicación de los panes y los peces es figura de la Sagrada Eucaristía, el verdadero alimento espiritual.

En la Comunión recibimos al mismo Jesús que da a este sacramento una eficacia sobrenatural infinita. Cada Comunión es una fuente de gracias, una nueva luz y un nuevo impulso que, a veces sin notarlo, nos la fortaleza para afrontar la vida diaria. Pero la participación de estos beneficios depende también de la calidad de nuestras disposiciones interiores, porque los sacramentos producen un efecto mayor cuanto más perfectas son las disposiciones con las que se los recibe:

Encontramos pues en este milagro un estímulo para llevar a plenitud la vida sobrenatural, la vida cristiana que se inició en nosotros el día de nuestro Bautismo y a servirnos para ello de los medios de santificación que el mismo Dios a puesto a nuestro alcance, en especial el sacramento de la Eucaristía. A la Virgen María le pedimos que nos alcance la gracia de ser fieles y corresponder a la vocación a la que hemos sido llamados. Ella nos dará sus mismos sentimientos de adoración y de amor cada vez que su Hijo viene a nuestra alma en la Eucaristía.


[1] «El problema que se plantea a propósito de este relato es saber si esta segunda multiplicación de los panes descrita por Mc-Mt es un «duplicado» de la primera, que narran los tres sinópticos y Juan, o es una escena histórica realmente distinta. Esta es la conclusión que se admite ordinariamente»: Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 685. Para este autor, la forma en que san Marcos comienza su relato subraya que este episodio de la multiplicación de los panes es distinto de la primera multiplicación.

[2] Manuel de TUYA, ob. cit., 227.

[3] Mons. Straubinger traduce así el v.5 de la Epístola: «Pues si hemos sido injertados (en Él) en la semejanza de su muerte, lo seremos también en la de su resurrección» y comenta: «Somos injertados en Cristo, vivimos en Él y Él en nosotros; somos los sarmientos. Él es la vid; resucitaremos en Él, seremos glorificados en Él, y reinaremos con Él eternamente»: La Santa Biblia, in: Rom 6, 5.

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Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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