Tradición católica, antídoto contra el separatismo

En estos tiempos donde el discernimiento de los contenidos de las palabras apenas carece de importancia, son donde se producen tantas confusiones. En el caso que nos atañe es la incapacidad -desde la dualidad psicológica- del nacionalista por distinguir entre Nación y Patria. Pío XI, en la Encíclica Ubi Arcano, afirma que: “Pues aún el mismo amor a la Patria y a la propia nación es fuente poderosa de muchas virtudes y de hechos heroicos si se rige por la ley cristiana, se convierte sin embargo en semilla de muchas injusticias e iniquidades cuando, excediendo los límites de la justicia y del derecho, ha surtido en un inmoderado amor a la nación”. El nacionalismo no deja de ser ese inmoderado amor a la patria, pues ha quedado absolutizado y no queda subordinado ni al amor debido a Dios, ni a la propia realidad. La expresión de Pío XI que hemos subrayado coincide prácticamente con la de Pablo VI, en la Populorum progessio“El nacionalismo (en el texto latino: propriae civitats gloratio, vanagloria del propio Estado) aísla los pueblos en contra de lo que es su verdadero bien”.

En términos tomistas, el nacionalismo, surge cuando la virtud de la piedad no se ordena a la virtud de la religión. Al respecto el aquinate, afirma que: “De dos maneras se hace un hombre deudor de los demás: según la diversa excelencia de los mismos y según los diversos beneficios que de ellos ha recibido. En uno y otro supuesto, Dios ocupa el primer lugar, no tan sólo por ser excelentísimo, sino también por ser el primer principio de nuestra existencia y gobierno. Aunque de modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. Y, por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria”[1].

Este es el planteamiento que prácticamente leemos repetido en la Sapientiae christianae, de León XIII: “Y, sin embargo (…) alguna vez el orden de estos deberes se trastorna. Porque se ofrecen circunstancias en las cuales parece que una manera de obrar exige de los ciudadanos el Estado, y otra contraria la religión cristiana; lo cual ciertamente proviene de que los que gobiernan a los pueblos, o no tienen en cuenta para nada la autoridad sagrada de la Iglesia, o pretenden que ésta les sea subordinada. De aquí nace la lucha, y el poner a la virtud a prueba en el combate. Manda una y otra autoridad, y como quiera que mandan cosas contrarias, obedecer a las dos es imposible: `Nadie puede servir al mismo tiempo a dos señores´; y así es menester faltar a la una, si se ha de cumplir lo que la otra ordena. Cuál deba llevar la preferencia, nadie puede ni dudarlo”.

El “autonomismo” de Torras i Bages, significa que los pueblos, como Cataluña, que son fieles a su espíritu cristiano, sobrevivirán a la revolución liberal que pretende modelarlos, uniformarlos y paganizarlos.

Volvemos pues a lo planteado al inicio del artículo como uno de los males del nacionalismo catalán en cuanto que autoidolatría colectiva. Esta autoidolatría, tiene su fundamento en las primeras formas teológicas de liberalismo que culminaron con la formación del actual nacionalismo. Nos referimos a la Reforma protestante luterana de la que arrancan estos males. Pío XII, en su Radiomensaje navideño de 1954, no dudó en acusar a la reforma luterana de ser el germen del nacionalismo. A más a más, en el mismo Radiomensaje nos da las claves para evitar que el amor a lo propio se convierta en una idolatría y en permanente fuente de males y conflictos. Dice el Papa: “Muchos creen que la alta política tiende de nuevo al tipo de Estado nacionalista, cerrado en sí  mismo, centralizador de fuerzas (…) se ha olvidado demasiado pronto el enorme cúmulo de sacrificios de vidas y bienes que ha costado este tipo de Estado. La sustancia del error consiste en confundir la vida nacional, en sentido propio, con la política nacionalista; la primera derecho y honor de un pueblo, puede y debe promoverse; la segunda, como germen de infinitos males, nunca se rechazará suficientemente. La vida nacional es, por sí misma, el conjunto operante de todos aquellos valores de civilización que son propios y característicos de un determinado grupo, de cuya espiritual unidad constituyen como el vínculo. Esa vida enriquece (…) la cultura de toda la humanidad (…) (Y) puede desarrollarse junto a otras en el mismo Estado, (…) La vida nacional no llegó a ser principio de disolución de la comunidad de los pueblos, sino cuando comenzó a ser aprovechada como medio de fines políticos; esto es cuando el Estado dominador y centralista hizo de la nacionalidad la base de su fuerza de expansión”.

La vida nacional siempre se ha de diferenciar de la política nacional. En un. Sentido muy estricto -y para evitar equívocos en el lenguaje- diremos que donde se sustenta la Tradición es en lo que el Papa denomina “vida nacional”. Sólo desde esta perspectiva podremos entender lo que pretendía transmitir Torras i Bages en La Tradició catalana. Debido al abuso de ciertas interpretaciones, muchos han querido ver en este texto un precedente del nacionalismo catalanista. No negamos la dificultad de una lectura adecuada pero el contexto magisterial que hemos expuesto puede ayudar a interpretar lo que el Obispo de Vich quiso dejar escrito.

Al hablar de Estado, Torras lo identifica con el Estado revolucionario y una estructura administrativa, puramente accidental y mutable, que no puede “encerrar” a las naciones y pueblos. De ahí su defensa del regionalismo.

El problema de La Tradició catalana es que se ha convertido en un referente sin que haya sido estudiado y leído convenientemente. Una obra que es el resultado de una sucesión de artículos publicados muchos de ellos anteriormente en La veu de Montserrat, junto a un añadido final sobre figuras del pensamiento y cultura catalanas[2].  Las claves para entender la obra deben situarse en una profunda crítica al liberalismo homogeneizador y centralista que inaugura la Revolución francesa, por un lado. Por otro, la comprensión que: “Cataluña y la Iglesia son dos cosas en el pasado de nuestra tierra que es imposible separar”. Esta afirmación se concreta en el famoso lema atribuido a Torras i Bages: “Catalunya serà cristiana o no serà”. Esta identificación entre el pasado de Cataluña y el pasado de la Iglesia es lo que le permite afirmar a Torras i Bages la necesidad de que Cataluña tenga su “Ley nacional”, su “propia Ley” i “autonomía”.

Pero cuando Torras i Bages habla con este lenguaje que ha retomado el nacionalismo moderno, quiere significar lo contrario que pretende éste. La pérdida de autonomía de los pueblos se realiza -según el obispo de Vich- en los tiempos posrevolucionarios, con: “el servilismo de la moda … el moderno furor nihilista, un criminal odio parricida, un vano amor a las cosas extranjeras” (cap. I).  Esta “Ley” es el reflejo del espíritu de un pueblo. Torras i Bages, no concibe que Cataluña pueda desprenderse de su cristianismo, ni si quiera permite concebir una Cataluña sin fe. Con un agudo providencialismo, afirma: “Cataluña la hizo Dios y no los hombres: los hombres solo pueden deshacerla; se el espíritu de la patria vive, tendremos patria: si muere, morirá ella misma”. El “autonomismo” de Torras i Bages, significa que los pueblos, como Cataluña, que son fieles a su espíritu cristiano, sobrevivirán a la revolución liberal que pretende modelarlos, uniformarlos y paganizarlos.

Esta autoidolatría, tiene su fundamento en las primeras formas teológicas de liberalismo que culminaron con la formación del actual nacionalismo. Nos referimos a la Reforma protestante luterana de la que arrancan estos males.

El “autonomismo” del nacionalismo moderno, entiende la autonomía como una autonomía de otros poderes políticos y de todo tipo de Ley trascendente. Por eso, Torras i Bages, contra lo que plantea el nacionalismo moderno y revolucionario, propone que las naciones y pueblos, sobreviven a los Estados, más aún, se pueden desarrollar y vivir sin ellos. Al hablar de Estado, Torras lo identifica con el Estado revolucionario y una estructura administrativa, puramente accidental y mutable, que no puede “encerrar” a las naciones y pueblos. De ahí su defensa del regionalismo. Para Torras i Bages el regionalismo es la reivindicación de que las naciones no necesitan identificarse exclusivamente con un Estado: “Los organismos políticos, los Estados -afirma- se hacen y deshacen según las circunstancias; incluso de los constituye en congresos diplomáticos, por ello su duración es limitada” (cap. III).

El concepto de Tradición que reivindica Torras i Bages, para evitar la construcción de una “Cataluña de papel” es el que implica no confundir la vida “nacional” con la política nacional, como decía Pío XII; es el que no aspira a que la nacionalidad (en la lectura de la época sería sinónimo de regionalismo) no aspira a constituirse en un Estado y mucho menos en un Estado idolátrico, como reflejo de la autodivinización inmanentista de un pueblo. Evitando todo ello, que no es otra cosa que el liberalismo en su sentido más profundo, es donde reposa la cura de los males de Cataluña.

Javier Barraycoa

NOTAS

[1] Suma teológica – Parte II-IIae – q. 101. a.1. Respondo.

[2] Consciente del peligro de malainterpretación, Torras i Bages, en la segunda edición de la obra (1905), quiso dejar bien claro que no debía hacerse una lectura en clave de confrontación entre España y Cataluña: “Es certament aquest llibre un breviari del culte a la pàtria-terra: però que de cap manera no s´oposa, ans al revés, al culte d´Espanya, conjunt de pobles units per la Providència, i al culte de la universal Humanitat, a la qual amem,  ens sembla, molt més intensament que els sans patrie que es glorien d´essér humanitaris per excel.lència”.

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