Vida eterna: Tenemos la última palabra

El mes de noviembre es tiempo privilegiado de meditación personal sobre la vida eterna, sobre el fin último de nuestro camino en este mundo para el cual Dios nos llama y desea en bienaventuranza infinita (ver I Pablo a Timoteo 2,4). Y en esa meditación íntima, que debe ser alimentada por una catequesis y predicación del todo fiel a la Verdad revelada, ha de entrar necesariamente el elemento esencial de nuestra libertad, y del respeto que Dios tiene a esa libertad hasta el punto de permitir que, por un uso errado de la misma, perdamos para siempre esa dicha eterna que Dios nos ofrece gratuitamente. En este sentido es muy claro el Evangelio de Mateo 25 (juicio universal), donde de forma nítida Nuestro Señor Jesucristo anuncia un juicio para la colectividad humana que va precedido de un juicio particular sucedido en el mismo instante de la muerte. Un juicio sin apelación, definitivo, que supondrá para cada alma el anuncio de su destino eterno donde solo caben dos salidas: la salvación en el cielo o la condenación en el infierno, siendo a la vez de elevada posibilidad que la mayoría de las almas salvadas han de pasar un periodo de purificación intermedia llamado purgatorio que, no olvidemos, es dogma de fe, como dogma de fe es la existencia del infierno. Como ya expresó con claridad Juan Pablo II en una de sus catequesis: “quien niegue o ponga en duda la existencia del infierno, niega o pone en duda la misma Palabra de Dios”.

Por tanto, asumiendo con fidelidad al Evangelio el profundo significado de que somos llamados a la eternidad, y que esta vida terrena es un paso hacia la definitiva, hoy más que nunca es muy necesario asentar el mensaje cristiano ante la oleada de confusión reinante como efecto de una “catequesis” edulcorada o decididamente herética sobre la doctrina de la justificación. No en vano Pablo VI ya advirtió en 1970 que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia y quizás la mayor victoria del demonio sea hacer creer que ni existe él ni tampoco hay posibilidad de condenación. Y de esa manera su ataque se vuelve letal no sólo para las almas sino también para los   formadores de conciencias (Obispos, Sacerdotes, Catequistas…) que tratan de ser leales a la Palabra de Dios y no a las modas ideológicas de cada momento histórico. Desde ahí:

1) Dios quiere que todos los hombres se salven, si, pero nos da libertad para aceptar o no esa salvación en nuestras vidas. Dios no pone la ley natural, los mandamientos y la enseñanza moral para vivirlos. Si vivimos, y morimos, en Gracia de Dios (Cfr Catecismo de la Iglesia Católica), nos salvamos. Si vivimos en pecado mortal, y morimos en ese estado sin arrepentirnos, nos condenamos. Dios NO condena a nadie: es el alma quien se condena a si misma al rechazar a un Dios que no quiere siervos sino amigos. Y la amistad se ofrece y se acepta, nunca se impone.

2) Existe el Cielo, y es eterno. La bienaventuranza eterna es un regalo de Dios. Nadie puede “ganar· el cielo con su esfuerzo moral (eso es pelagianismo), pero si es necesario un esfuerzo para aceptar la invitación divina a la eterna felicidad. Ese matiz es muy importante. Se trata de que el alma no caiga en la tentación de presumir por sus buenas obras sino que acepte la parábola de Lucas 17,10 “somos siervos inútiles, hicimos los que debíamos”, y a la vez asumir esa bella enseñanza de Santa Teresita del Niño Jesús: “en el Cielo será Dios quien colme nuestra voluntad y deseos, y para siempre”. El cielo es el reinado absoluto del amor, que sacia sin empalagar, y que supone el FIN supremo por el cual ha sido creado el ser humano a imagen y semejanza de Dios. Como enseñaba San Ireneo: “creados a imagen de Dios por su voluntad, y adquiriendo la semejanza de Él con nuestra voluntad unid.a a la suya”. En otras palabras dice San Agustín; “Dios que te creó sin contar con tu libertad, ha de salvarte contando con tu libertad”

3) Existe en Purgatorio, y es temporal. Como nada indigno puede entrar en el Reino de los Cielos, el purgatorio es un excelso regalo de la misericordia divina para que la mayoría de los que mueren en Gracia de Dios puedan ir a la eterna dicha. Es un periodo de purificación que podríamos evitar si vivimos en este mundo con verdadera contrición, enmienda y amor a Dios y al prójimo desde Dios. El alma “ve” toda su vida pero no desde su subjetividad sino desde el Corazón de Cristo, y se da cuenta de los efectos de su pecado que no se han restaurado debidamente en la vida terrena. Es un periodo doloroso pero unido al gozo grande de saberse salvado. Y podemos ayudar a las ánimas benditas con nuestras oraciones e indulgencias, a que su camino purificador sea más breve y dichoso.

4) Existe el Infierno, y es eterno. Quien rechaza a Dios, a su Gracia Sacramental, a su Ley Natural, y muere en ese estado, se condena sin remedio. La ausencia, HOY, de sentido de pecado; la anestesia de las conciencias; el relativismo moral…..son armas de Satanás para que se condene el mayor número posible de almas. El diablo se sabe vencido por Cristo en la Cruz, si, pero también sabe que puede hacer daño y quiere hacer el mayor posible propiciando que se condenen las almas y participen con él de su eterna derrota. ¿Cual es el principio del camino para evitar el infierno? Pues empezar por creer en su existencia, y hacérselo ver a tantas conciencias drogadas por un ambiente podrido y una concepción errada de la “misericordia” de Dios. Pablo a Gálatas 6,7: “De Dios nadie se burla”. No tomemos la misericordia de Dios como barra libre para el pecado.

Que las Virgen María, Reina del Cielo y de la Tierra, Madre de Dios y nuestra, nos ampare y guíe en al camino hacia la salvación.

(Boletín de la diócesis de Oruro) 

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