Meditación XXI
Composición de lugar. Mira a una alma justa que vive en paz con Dios.
Petición. Oh Jesús mío, mi Amado para mí, y yo toda de mi Amado.
Punto primero. No hay cosa tan hermosa y deleitosa en este valle de lágrimas que sea comparable con el alma que sirve puramente a Dios… Ni la vista del cielo sereno tachonado de esplendente astros en noche apacible y silenciosa; ni la contemplación de la vistosa pradera esmaltada de hermosas y variados flores… ni todas las perlas y piedras preciosas y de más valor que la creación atesora pueden parangonarse con la hermosura del alma que sirve puramente a Dios. Entra en este castillo primoroso y bien dispuesto, hija mía, y verás el concierto con que andan las potencias del alma… ronda alrededor de él, o desde sus almenadas torres dirige la compostura que reina en los sentidos… todo es orden, todo es paz, todo es armonía, felicidad y luz… Admira esta gradación y concierto, hija mía, y enamorada de él, te moverás a ser buena, virtuosa, santa, para gozar tanta felicidad… Los sentidos obedecen a la razón, la razón obedece a la voluntad la voluntad obedece a Dios, y Dios, autor de toda paz y felicidad, reina en el centro del alma, y desde allí como un rey desde su trono dirige potencias y sentidos, atentos siempre a cumplir las más ligeras indicaciones de su Esposo, de su Rey y de su Dios… ¿No es verdad, hija mía que no puede darse en este mundo mayor dicha que ser gobernada por Dios, dirigida por Dios, sujeta y conformada nuestra voluntad en todo con la de Dios?… ¿Cuándo, hija mía, gozarás de tal dicha? ¿Por qué no la gozas ya desde ahora? ¿Qué hacer, cobarde? Resuélvete… sé toda de Jesús. Dale la llaves de tu voluntad sin reserva… Hazlo, hija mía; cree a tu Madre que te ama, y así serás feliz… ¿Aún no estás desengañada de la infelicidad que da el mundo y el pecado? ¡infeliz!!! ¿Cuándo serás feliz?
Punto segundo. Es verdad que en este cielo sereno hay a veces nubes tempestuosas, hija mía, porque la vida del hombre sobre la tierra es una continua guerra, y a la bonanza sigue la tempestad, como al día la noche; mas también es cierto que esas nubes sólo sirven para purificar mejor la atmósfera, para probar la fidelidad de los servidores de Dios… Todas las cosas cooperan al bien de los que aman a Dios, y como Dios es fiel, no permite que esas tempestades del alma sean sobre sus fuerzas, sino que de todas ellas saca provecho para probarle su felicidad y su amor… y todos los trabajos, y si se quiere heridas que recibe en el servicio de su rey, son otros títulos de gloria que él codicia mejor que los mundanos los honores. Si esto hace el amor al Rey de la tierra, ¿cuánto mejor lo hará el amor del Rey de los cielos y tierra?
Punto tercero. Como aman, el amor endulza todos los trabajos, porque donde hay amor no hay trabajo… Se engolosinan con la cruz como los mundanos con los regalos… y así sobreabunda en gozo en medio de los más grandes tormentos y tribulaciones… ¿Quién nos separará, exclaman, del amor de Jesucristo, de su paz y felicidad? Nada ni nadie, porque el amor es fuerte como la muerte, y sus llamas, ninguna cosa de la tierra ni del cielo las puede apagar… Si, pues, las tribulaciones y trabajos son deleites para el alma que sirve puramente a Dios, ¿qué cosa podrá amargar su felicidad? Nada, ni nadie, hija mía, pues sólo Dios basta, y quien a Dios tiene nada le falta.
Padre nuestro y la Oración final.
Fruto. Buscaré en todas las cosas primeramente el reino de Dios y su justicia, pues todo lo demás se me dará por añadidura.
San Enrique de Ossó