Inicio SAN MIGUEL ARCÁNGEL ¡Si estas enfermo! Por nada del mundo dejes esta lectura (Parte I)

¡Si estas enfermo! Por nada del mundo dejes esta lectura (Parte I)

¡Si estas enfermo! Por nada del mundo dejes esta lectura (Parte I)

Pasaje de la vida de Santa Liduvina (Modelo de enfermos, Patrona de los enfermos crónicos)

…A  pesar de esto, no vayamos a creer que Liduvina hubiese llegado ya, y menos aún que hubiese llegado sin pena y sin combate a una perfección serena y sin nublado. Los santos no son de otra naturaleza que la nuestra, y ¡Dios sea por ello alabado! ¡Pues si nos apareciesen siempre como seres sobrehumanos extraños a todas nuestras debilidades: y si no los viésemos más que en el deslumbrante y lejano esplendor de una santidad consumada, desde luego quién sin sentirse anonadado, querría detenerse sólo en el pensamiento de elevarse hasta ellos! Nosotros necesitamos pues mirarlos de cerca, y contemplarlos marchando por nuestro mismo sendero, con nuestras mismas miserias y nuestros mismos desfallecimientos; y entonces, al ver sus luchas, al oír sus gemidos, y al tocar sus llagas, santamente entusiasmados nos decimos. ¡Nosotros también caminamos con ellos! Su debilidad entonces forma nuestra fortaleza; y sus imperfecciones nos alientan a imitar sus virtudes.Liduvina pagó también su tributo a la humanidad.

Al principio de sus pruebas le costó excesivo trabajo dominarse, y más de una vez su paciencia se desmintió. Algunas veces sufría unos fuertes accesos de tristeza y desaliento, y sentía crueles desolaciones. Un día, por ejemplo, desde su lecho oyó ruido de risas en el exterior, pues unas jóvenes casi en su puerta se entregaban a una ruidosa alegría, que le hizo mal, pues la imaginación le representó inmediatamente el doloroso estado en que ella se hallaba. ¡Ah! Díjose a sí misma, para mí no hay diversiones ni gozosas risas, para mí no hay esperanza de curación, mañana, y pasado mañana, siempre durará mi padecer hasta el sepulcro y el aislamiento y el olvido sobre todo. Y se puso a llorar con tal abundancia y amargura que partía el corazón; y otras muchas veces se puso a llorar del mismo modo.

Esas desolaciones duraron los cuatro primeros años de su enfermedad. Sin duda cuando se renovaban acudirían cerca de ella su padre o su anciana madre que con toda la ternura de su corazón ensayaban consolarla; otras veces venían algunas de sus amigas menos olvidadizas y más caritativas, o algunos vecinos y parientes y le decían cuanto podían para alentarla y hacerle olvidar sus dolores; mas nadie lo podía conseguir.

Muchas veces lejos de aliviarla los consuelos le eran pesados, porque los puramente humanos no pueden curar ni aliviar nuestros males. Liduvina se afligía siempre, y muchas veces se le oía en la fuerza de su angustia mezclar con los sollozos las quejas más lamentables. ¡Dios mío! exclamaba con acento desgarrador: Dios mío; ¿por qué no tenéis compasión de mí? Mis días y mis años son puros lamentos: mi vida no es más que una horrorosa muerte que se prolonga esto es ya mucho padecer, y soy muy desgraciada. ¡Quién es castigado y humillado como yo! ¡Dios mío! poned fin a vuestros rigores, o a lo menos por ¿qué no me ayudáis?

Esos cuatro años fueron harto difíciles, pues eran como el ensayo del martirio, o el noviciado del dolor.

Mas el día de las verdaderas consolaciones estaba cerca; Liduvina iba en fin a escuchar la palabra que embalsama todos los sufrimientos y los hace suaves y gloriosos; iba a unirse a Dios sólo, con Dios toda entera y sin reserva, mas con una unión tan estrecha como no la había conocido hasta entonces; desde ahora Dios iba a hablarle al corazón y con santas y sobreabundantes delicias, se disponía a recompensar a su fiel y amada sierva.

Un día vino un sacerdote a visitar a Liduvina, y este santo eclesiástico, era uno de esos sacerdotes animados del espíritu de Dios a quien una tierna caridad abrasa y a quien las lágrimas y la desgracia atraen, como se dice que los cantos lastimeros atraen a ciertas aves del cielo, una de esas almas que Dios saca de sus tesoros y que parece haber formado de los esplendores de su bondad para darles la más dulce y gloriosa de las misiones sobre la tierra: la de consolar.

En presencia de Liduvina, y a la primera ojeada el hombre de Dios profundamente compadecido, había sondeado la inmensidad de su infortunio; mas lleno de experiencia, también había comprendido lo que faltaba a esta alma escogida, y lo que podía realzar su belleza: “Hija mía, le dijo con paternal dulzura; vuestros males son inauditos; todos ciertamente os compadecen y se contristan al veros; mas ¿sabéis lo que yo pienso?  ¿Vos, padre mío? respondió Liduvina asombrada, vos que sois bueno sin duda como todos, pensáis que tengo mucho porque compadecerme. —Pues bien, desengañaos, le dijo, yo estoy lejos de hablar y de pensar como el mundo, yo pienso, al contrario que sois bienaventurada —Cómo, exclamó Liduvina, presa de una visible emoción: yo bienaventurada! yo clavada en este lecho y para siempre quebrantada por el dolor en todos mis miembros. —Sí, vos, vos misma. ¡Ah! sin duda, hija mía, yo más que nadie compadezco vuestros crueles sufrimientos. Más veo en vos el alma cristiana, a la amante y a la esposa de Jesucristo; y he aquí por qué, cuanto más horribles son vuestros males más me creo con derecho para deciros que sois bienaventurada ¡Ah! sí, vos lo sabéis el padecer cristianamente, hija mía, es el cristianismo, es el Evangelio entero: porque ésta es la fe que adora, es la esperanza que espera y se regocija, éste es el amor que se inmola. O más bien, éste es Jesucristo mismo que viene a vos, que os toma, y os pone en una cruz para que le seáis semejante, y queriendo hacer resplandecer en vos todas las magnificencias del alma, os perfecciona en alguna manera por el dolor, como el artífice perfecciona con el cincel la obra maestra que ha soñado su genio. Por el sufrimiento os purifica de las menores manchas del pasado, protege y glorifica lo presente y lo venidero, y os da como un nuevo bautismo de inocencia, adornando vuestra frente con todas las glorias de la virtud y abriéndoos las puertas del cielo.

¡Ah! ¡Padre mío! dijo Liduvina, ya lo comprendo: tenéis razón al llamarme bienaventurada; mas el sufrir no es bastante, como lo habéis dicho, sino que es necesario sufrir cristianamente, sufrir con sumisión y con paciencia, y aun padecer con amor; y lo que me desconsuela, es que no puedo lograrlo.

“VIDA DE SANTA LIDUVINA”