Querido sí sí no no:
De un tiempo a esta parte, estoy encontrando muchachos buenos. Un distintivo común: aman a la Santísima Virgen y recitan el Rosario, aunque sea pocas decenas al día, a lo sumo una corona. Sobre los temas de la familia, del amor conyugal, del matrimonio, de la vida naciente… estos muchachos razonan y piensan mejor que ciertos sacerdotes, que ciertos obispos y, oso decir, mejor que el ilustre inquilino de Sta. Marta.
Uno de estos jovencísimos está furioso con el Papa Bergoglio por su motu proprio sobre la anulación, en septiembre pasado, del matrimonio. «Ya – ha dicho – se trata de un divorcio “católico”. Pero – agregó – el matrimonio no es un escupitajo».
Cuando hablo un poco con jóvenes así, después de haberlos escuchado, les pregunto: «¿Dónde has aprendido a pensar, a vivir así?”. Respuesta: «No de mis padres» «No en la parroquia» «No en la hora de religión en la escuela» «No en el catecismo, donde no me han enseñado nada» Pregunto yo: «Y, entonces, ¿dónde y de quién?»
A menudo responden: «De mis abuelos». Pero uno, más bien más de uno, me ha respondido: «Mis abuelos han pasado por un año extraño, el “68”, y tienen ideas torcidas; es por esto que mi padre creció más torcido que ellos. Por tanto, vea profesor, aprendí a vivir como católico de mi bisabuela, que es una santa. Seguramente más católica que el párroco que viste como un depravado».
Otro me ha dicho: «Los sacerdotes de mi parroquia razonan mal. Entonces, he cambiado de parroquia y voy a misa donde hay un párroco de 85 años, es decir, de 70 años más que yo, el cual me ha enseñado a amar a Jesús y a no ofenderle con las porquerías de hoy, a ser sano, puro, generoso, feliz». Otro, de veinte años, un geniecillo que ya trabaja en un banco, me ha confiado: «De pequeño encontré al rector de un santuario mariano, que ahora tiene 87 años, pero yo lo frecuento todavía para la confesión y la guía de mi alma. No imagina cuantas cosas santas me ha enseñado. Antes que nada el Rosario a la Virgen».
He aquí amigos, estos muchachos, estos jovencísimos, inspirados por Dios, han elegido la vía justa: la vía recorrida por los abuelos, a menudo por los bisabuelos, los cuales crecieron estudiando y practicando el Catecismo de San Pio X. Así, en la confusión babélica de los «nuevos sacerdotes», de los «pastoralistas», de los estafadores, del Vaticano hasta la última capellanía de esta pobre Iglesia, estos muchachos encontraron el catolicismo verdadero, bello, digno de ser vivido partiendo de los ancestros que han conservado integra la fe, no obstante la tormenta que se ha extendido por más de 50 años.
En definitiva hay un catolicismo abuelos-nietos, a veces bisabuelos y bisnietos, que es un encanto. Así, sucede que hay parroquias con sacerdotes de 40 años, donde no se ofrece la confesión, no hay un niño en la Misa, no hay monaguillos, donde las buenas familias no se sabe qué fin tuvieron y así sucesivamente… y hay parroquias con párrocos octogenarios que tienen los monaguillos en torno al altar; niños y niñas en los bancos; familias jóvenes con hijos que ocupan cada una dos bancos de la iglesia; pequeños grupos de jóvenes buenos, bellos en su rostro pero, sobre todo, en el alma.
Lo decimos a aquellos que hablan «un lenguaje eclesial» a los «pastoralistas» a los «catequistas» de hoy, a aquellos que parecen sabérselas todas: «Este catolicismo abuelos-nietos tiene su futuro y transmitirá la fe a la posteridad, porque está centrado en la Verdad que es Jesucristo. En cambio, esta “mezcla” que dan ustedes no producirá nada, porque quieren prescindir de Jesús, pero, “Sin Mi – dijo Jesús – no pueden hacer nada”». (Jn. 15,5)
Candidus
[Traducción de O. D. Q. A.]