Para el miércoles de la cuarta semana de Adviento
PUNTO PRIMERO. Lo primero a considerar son los deseos que tuvo la Santísima Virgen desde el primer instante de su Concepción, en la que le fue adelantado el uso de la razón. Y prevenida como estaba, con la gracia y luces divinas, de que debía venir al mundo el Deseado de los siglos y el que había de ser la salud de las naciones; tales deseos fueron creciendo continuamente, al tiempo que aumentaba su caridad y santidad. Y en el momento del parto serían como un río caudaloso cuando desemboca en el mar, y como un fuego devorador que, cebándole continuamente, llega hasta el cielo con sus llamas. Así estaría la Bienaventurada Virgen María de inflamada en deseos de ver, tener, servir, adorar y reverenciar al Salvador del mundo. Considera que no lo deseaba tan sólo para sí, sino para todo el orbe, como el santo Simeón para la salud de Israel, y aprende de la celestial Maestra cuáles deben ser los deseos y trabajos de tu corazón, de modo que no se ocupen de las cosas terrenas y transitorias, antes que de las divinas y celestiales, y en el bien universal de tus hermanos.
PUNTO II. Considera de qué manera la Bienaventurada Virgen juntó deseos a oraciones, plegarias, gemidos y obras piadosas, por todo lo cual mereció que Dios abreviase el plazo y viniese a devolver la salud al mundo, cumpliendo lo dicho por boca de David[1]: Por la misericordia de los necesitados y por el gemido del pobre me levantaré, dice el Señor: y así se levantó y vino por los gemidos y plegarias de la Virgen. Considera lo que reveló a la viuda Santa Isabel, según lo escrito por San Buenaventura, que consumía horas de la noche y del día en oración y deseos de ver y de conocer a Aquélla que sería tan dichosa de merecer la Maternidad Divina. Y en esto se abrasaba en vivas ansias de servirla como esclava, pensando que era tan vil e indigna de ello, aunque sin cesar, por ello, en pedirle al Señor le concediese esta gracia; y por semejante humildad y deseos, mereció ser Ella la escogida para Madre del Salvador cuya vista tanto deseaba: a partir de lo cual deberás aumentar tus deseos de servir a Dios y a los que lo sirven, y fervor espiritual para acompañarlos con obras santas, oraciones y mortificaciones, si deseas obtener lo mejor de aquéllos.
PUNTO III. Considera la firme esperanza que tuvo la Reina de los ángeles de alcanzar sus deseos; y aunque dice el Sabio[2] que la esperanza que se retrasa aflige al alma, nuestra Señora no se afligía aunque su esperanza se retrasara, si no que siempre con el mismo ánimo y serenidad de espíritu, esperaba que Dios le cumpliera sus deseos, agregando cada día plegarias, gemidos, oraciones, penitencias y obras santas, con firme esperanza de alcanzar lo que deseaba. De Ella debes aprender a tener longanimidad en tus deseos, y confianza en tus peticiones de alcanzar lo que pides y deseas: confía en el Señor, aunque se retrase, y contemplarás la realización de tus deseos.
PUNTO IV. Considera que acercándose el tiempo del parto, se aumentarían los deseos de la Santísima Virgen de ver y servir al Deseado de las naciones, así como sucede con la piedra, que corre con mayor velocidad cuanto más se acerca a la tierra. Y repetiría aquellas palabras de los Cantares[3]: ¿Quién hará que vengas a mí, oh hermano mío, pendiente del pecho de mi madre? Y de la misma manera que las llamas suben del fuego, así del fuego de los deseos de la Santísima Virgen subían llamas de peticiones y continuos gemidos y plegarias, pidiendo para el mundo el Salvador; y Dios le cumplió sus deseos. Le sucedió como a Moisés, cuya petición le fuera cumplida cuando puso en sus manos el maná del cielo para salud de los hombres. Considera en este punto, que del mismo modo como las flores son causa del fruto, así los deseos son semilla de las obras. Cuando Dios quiere hacer favores a alguien, primero lo colma de deseos, y cuanto más intensos se vuelven los deseos, es mayor indicio de que Dios abrevia los plazos para cumplirlos: ten, por ello, cuidado de no malograr los deseos que Dios te da, más bien estímalos como prendas de sus misericordias y de los favores que te quiere hacer: levanta el corazón a Dios y pídele constancia en tus deseos, espíritu y fervor para ponerlos por obra y recibir en tu alma su divina visita.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] Sal. 11
[2] Prov. 3
[3] Cant. 2