Los reportes de noticias nos han estado mostrando ya por algún tiempo que la iglesia rica de Alemania es la principal promovedora y atizadora del Harmagedón sinodal, pasado y futuro.
Como sabemos, hay dos tipos de pobreza: material y espiritual. La iglesia africana, en muchos sentidos materialmente pobre (ciertamente en comparación a la alemana), es espiritualmente rica, con católicos luchando, frecuentemente en circunstancias terriblemente difíciles, en vivir aquello que el Papa Juan Pablo II llamaba «el Evangelio de vida».
La iglesia alemana, en contraste, muestra ser espiritualmente pobre en proporción a sus inmensos bienes materiales, una vez más estableciendo una ley tan antigua como la revelación divina: «Hay quien se las da de rico y nada tiene, y quien se hace el pobre, y tiene grandes riquezas» (Proverbios 13:7). «Más vale lo poco al justo, que las inmensas riquezas de los impíos» (Salmos 36:16). «Lo que cayó entre espinos son los que oyeron, pero en su caminar, se ahogan a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de esta vida y no llegarán a dar fruto» (Lucas 8:14). Las riquezas terrenales de la iglesia alemana serán la piedra que la arrastre hacia la profundidad de la Gehenna -toda menos al remanente que, despreciando estas pompas vanas, se sujete a la intachable Palabra de Dios.
En su magnífica pequeña obra Sobre la Perfección de la Vida Espiritual, Santo Tomás de Aquino nos recuerda sobre los peligros de la riqueza material y la urgente necesidad de abandonarla por Cristo:
Cuando el joven que estaba inquiriendo acerca de la perfección escuchó las palabras de Cristo, se marchó triste. Y «Observen,» dice San Jerónimo en su comentario de San Mateo, «la causa de esta tristeza. Él tenía muchas posesiones, las cuales, como espinas y zarzas, asfixiaron la semilla de las palabras del Señor.» … Es claramente evidente que aquél que posee riquezas entrará al Reino de los Cielos sólo con dificultad. Porque así mismo dice Él en otra parte (Mateo xiii. 22), «Las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda estéril.» En verdad, es imposible para aquellos que aman al dinero desmesuradamente entrar al Cielo. Es mucho más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja. Esta hazaña sería de hecho imposible sin violar las leyes de la naturaleza. Pero si un hombre codicioso fuera admitido en el Cielo sería contrario a la justicia divina, la cual es más infalible que cualquier ley natural.
Los maestros espirituales frecuentemente conectan el amor a las riquezas con el vicio del orgullo, por la simple razón de que aquél quien está lleno de bienes de este mundo tiene, parece, a todos a su entera disposición y puede mandar a cualquiera. Como de hecho los obispos alemanes ricos -con la excepción de unos poquísimos pastores virtuosos entre ellos- han estado haciendo. Y es característico de los orgullosos despreciar los mandamientos de Dios. ¿Quién es el Señor (parecen decir) para decirnos qué es lo que debemos hacer o no hacer, quién es Él para poner limitaciones a nuestra libertad?
San Roberto Belarmino habla con su usual sabiduría sobre este punto, en su comentario del Salmo 118:22-23:
El orgulloso no sólo rehúsa a obedecer a Dios, sino que incluso desprecian e insultan a aquellos quienes le obedecen; pero tal insolencia finalmente cae sobre ellos mismos, como David predice aquí … Él, por lo tanto, dice, «Aparta de mí oprobio y desprecio»; el tiempo vendrá en que quitarás ambos de mí, y los lanzarás de vuelta a los orgullosos que te desobedecieron; «porque yo he observado tus preceptos.» los cuales ellos despreciaron guardar. En el siguiente versículo él asigna una razón para esto; es, «Aunque los príncipes se sentaron para hablar contra mí; tu siervo se ocupó en tus estatutos.» Príncipes orgullosos, sentados en sus tronos, presidiendo en sus consejos, o disfrutando de sus riquezas y de su poder, «hablaron contra mí»; me reprocharon por obedecer los mandamientos de Dios; «pero tu siervo se ocupó de tus estatutos»; a pesar de sus amenazas o sus reproches, yo estaba totalmente envuelto en la consideración, el anuncio, y la realización de tus preceptos.
Esto es exactamente lo que todo el clero, religiosos y laicos fieles deben estar haciendo hoy y todos los días: considerando, anunciando, y realizando los mandamientos de Dios en toda su verdad, integridad, y santidad, sin compromiso, sin atenuación, sin traición -pase lo que pase. No tememos a los orgullosos príncipes que presiden en consejos y disfrutan sus riquezas y poder. El Señor está con los pobres que tiemblan a Su Palabra.
El Libro de Proverbios lo ha dicho todo: «Es mejor ser manso de espíritu con los humildes, que repartir botín con los soberbios» (Prov 16:19). «Vale más el pobre que camina con integridad, que un rico de labios perversos y necio» (Prov. 19:1). «Mejor es el pobre que camina en su integridad, que el rico en caminos retorcidos» (Prov. 28:6).
[Traducido por Denis Robertson. Artículo original.]