¡Qué hermosa es esta invocación! ¡cuánto enriquece nuestra alma! Nada de más santo, ningún otro nombre puede ser pronunciado de manera eficaz fuera del Santísimo Nombre de Jesús, seguido naturalmente de los Santísimos nombres de María y José. ¡Cuando invocamos el Nombre de Jesús debemos decir entonces “Oh, buen Jesús”, o “Jesús mío”! Hoy, por el contrario, se suele decir simplemente “Oh Jesús” y de esta manera, no se distingue al Señor de cualquier otra persona. El, el Buen Dios, se convierte en una persona cualquiera, un amigo cualquiera, no distinto de todos los demás.
Pero Jesús es Jesús, el Salvador, y no podemos tratarlo como a uno cualquiera; ni siquiera por un sólo instante podemos olvidar que El es Dios Omnipotente y Eterno, que es el Señor del Cielo y de la tierra, Aquél que gobierna el Universo. No podemos permitirnos ninguna familiaridad con el Señor. Debemos, sin embargo, mostrar sólo la máxima reverencia y el máximo respeto. ¡Todo honor y gloria a Jesús, que ha “bajado del Cielo” para nuestra salvación!
Ante el Santísimo Sacramento, ante el Ciborio del Altar, donde, mediante la Hostia consagrada está la presencia sustancial de Jesús vivo y verdadero -como nos atesta la fe católica- nuestra reverencia y nuestro respeto deben ser elevados al máximo grado; no basta una simple inclinación, de la cual incluso se prescinde, sino que es necesario doblar la rodilla sin buscar excusas. Es necesario arrodillarse, aun cuando cueste y se sienta dolor.
A Jesús se le adora, como hicieron en primer lugar María y José, seguidos de los pastores, los Reyes Magos y, como nos enseña el Evangelio, de muchos otros, hasta el día en el cual ascendió a la gloria del Cielo. Una “nueva evangelización” no sirve, antes bien, nos daña, si nos aleja de la fe de los Padres. Recordemos que el apóstol S. Pablo nos advierte y nos exhorta a no creer en un Evangelio distinto del enseñado por El.
¡Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos eternos! No cambia la Fe, aunque todo debiera cambiar, aun cuando la gente cambia de modo de vestir y todas las demás cosas. La única cosa que no puede cambiar es la Fe cristiana y católica, que debe continuar dando la orientación correcta a nuestra vida de cada día.
Esto nobis Jesus! ¡Sé para nosotros Jesús! ¡Sé para nosotros el Salvador! Sin Jesús no puede haber salvación. Tenemos necesidad de Él como del aire para respirar, como de los ojos para ver. Jesús es nuestra vida y fuera de Él no tenemos nada. Solo hay tinieblas sin la verdadera Luz que ilumina esta tierra. “El pueblo que caminaba en las tinieblas -nos dice el profeta Isaías- vio una gran luz”. ¡Sin embargo, las tinieblas deben acoger la luz, como cada persona humana debe acoger a Jesús y la salvación que sólo Él nos trae y nos da! “A cuantos lo acogieron les dio el poder de convertirse en hijos de Dios”. El prólogo de S. Juan, texto fundamental, presente siempre en el Vetus Ordo, nos recuerda la Fe de siempre y como siempre, esto es, inmutable. ¡Oh, buen Jesús, sé para nosotros Jesús, el de siempre!
[Traducido por Marianus el Eremita.]