El padre Claude Barthe, teólogo, autor de obras como La messe, une forêt de symboles (La misa, bosque de símbolos), Les romanciers et le catholicisme (los novelistas y el catolicismo), Penser l’œcuménisme autrement (Repensar el ecumenismo) fue uno de los primeros que expresaron en Francia el pasado 8 de abril en el blog L’Homme Nouveau sus reservas ante la recién publicada exhortación Amoris lætitia. Aprovechamos un viaje a Francia para plantearle algunas preguntas.
CR – Padre Barthe, estamos muy interesados en darle la palabra, porque en su reacción a Amoris Lætitia no ha intentado, como hicieron algunos en un primer momento, leer la carta apostólica dentro de un marco tradicional, y compartimos su interpretación.
CB – Francamente, no veo cómo se pueda interpretar el capítulo VIII de la exhortación apostólica en el sentido de la doctrina tradicional. Para ello habría que violentar el texto y no respetar la intención de los redactores, que quisieron introducir un nuevo elemento: «Ya no es posible decir que…».
CR – Pero lo que dice la exhortación no es tan nuevo.
CB – Tiene razón; no es nuevo para la crítica teológica. Desde el Concilio, con Pablo VI y Juan Pablo II, los teólogos contestatarios se han dedicado ante todo a atacar la Humanæ Vitæ por medio de libros, de declaraciones y de congresos. Al mismo tiempo, la comunión para los divorciados vueltos a casar (así como para los homosexuales emparejados y para los convivientes) ha desempeñado un papel de reivindicación digamos simbólica. De hecho, es necesario saber que, en la práctica, numerosísimos sacerdotes en Francia, Alemania, Suiza y muchos otros países, dan desde hace tiempo la comunión sin problema a los divorciados vueltos a casar, así como la absolución cuando la piden.
El apoyo más destacado a esta reinvindicación lo dio una carta fechada el primero de julio de 1993 de los obispos de la región del Rin superior, Saler, Lehmann y Kasper, titulada: Los divorciados que se han vuelto a casar. El respeto a una decisión tomada en conciencia. Dicha carta contenía entre otras cosas las mismas disposiciones exactas que la actual exhortación: en teoría, nada de una admisión general a la eucaristía, sino el ejercicio del discernimiento por parte de un sacerdote, a fin de ver si los nuevos cónyuges «se consideran autorizados por su propia conciencia a acercarse a la Mesa del Señor». En Francia, algunos obispados (Cambrai, Nancy) han publicado las actas de sínodos diocesanos en el mismo sentido. El cardenal Martini, arzobispo de Milán, en un discurso que era todo un programa de pontificado, y que pronunció el 7 de octubre de 1999 ante una asamblea del Sínodo por Europa, ya había invocado igualmente la introducción de cambios en la disciplina sacramental.
De hecho, en Francia, Bélgica, Canadá y Estados Unidos se ha llegado incluso más lejos: algunos sacerdotes, relativamente numerosos, con ocasión del segundo enlace matrimonial celebran una pequeña ceremonia sin que se lo impida el obispo. Hay mitrados que alientan positivamente esta práctica, como lo hizo monseñor Armand le Bourgeois, ex obispo de Autun, en un libro titulado Chrétiens divorcés remariés (cristianos divorciados y vueltos a casar) (Desclée de Brouwer, 1990). Los diocesanos, como el de la diócesis de Auch, reglamentan esta ceremonia, que debe ser discreta, sin toque de campanas ni bendición de los anillos.
CR – ¿Comparte la opinión de que el cardenal Kasper tuvo un papel decisivo?
CB – Al principio sí. Considerado un gran teólogo por el papa Francisco poco después de su elección, preparó el terreno en el curso de una intervención con motivo del consistorio del 20 de febrero de 2014, la cual causó una tremenda conmoción. Pero enseguida la cosa se organizó con gran maestría en tres etapas. Dos asambleas sinodales, en octubre de 2014 y octubre de 2015, cuyas relaciones integraban el mensaje kasperiano.
Entre una y otra se publicó el texto legislativo Mitis Iudex Dominus Jesus, el 8 de septiembre de 2015, elaborado por el decano de la Rota, monseñor Pinto, que simplifica los trámites de la declaración de nulidad matrimonial, en particular mediante un procedimiento expeditivo del obispo, cuando ambos cónyuges acuerdan solicitar la anulación. Algunos canonistas han hablado también en este caso de anulación por mutuo consentimiento.
A todos los efectos se había formado una especie de núcleo directivo, la cúpula del Sínodo, en torno al muy influyente cardenal Baldisseri, secretario general del Sínodo, junto a monseñor Bruno Forte, arzobispo de Chieti, secretario especial, es decir el número dos del Sínodo, monseñor Fabio Fabene, de la Congregación para los Obispos, subsecretario del Sínodo, el cardenal Ravasi, presidente del Consejo de la Cultura, responsable del Mensaje de la Asamblea, asistido en particular por monseñor Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica de Argentina, el jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, y otras personalidades influyentes, todas muy allegadas al Papa, como el obispo de Albano, Marcello Semeraro y monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Consejo para la Familia. Se les sumó el cardenal Schönborn, arzobispo de Viena, que fue el principal artífice del Catecismo de la Iglesia Católica, y que desempeñó la función de garantizar la ortodoxia del texto, función que el cardenal Müller se negó a asumir. Todo este equipo realizó una labor considerable con miras a lograr el objetivo que se perseguía.
CR – Para terminar por elaborar, tras la segunda asamblea, un texto de más de 250 páginas…
CB – Antes. El texto de la exhortación postsinodal, a grandes rasgos, ya había sido redactado en septiembre de 2015, antes de la inauguración de la segunda asamblea del sínodo sobre el matrimonio.
CR – Ha dicho que se perseguía un objetivo. Exactamente ¿cuál?
CB – Es muy posible que, en la intención del papa Francisco, al principio sólo se tratara de conceder un salvoconducto pastoral y misericordioso. Pero como la teología es una ciencia rigurosa, era necesario enunciar unos principios que justificasen la decisión en conciencia de acercarse a los sacramentos por parte de las personas que viven en adulterio público. Desde el comienzo, numerosos pasajes de la exhortación preparan el discurso doctrinal del capítulo VIII. Ese capítulo se refiere a diversas «situaciones de fragilidad o imperfección» y sobre todo de los divorciados que han emprendido una nueva unión «consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas» (nº 298). En esta situación «imperfecta» de cara al «ideal pleno del matrimonio» (nº 307), la exhortación fija las reglas para un «discernimiento especial» (nº 301).
Esto se lleva a cabo normalmente con la ayuda un sacerdote «en el fuero interno» (¿para los dos integrantes de la pareja?), lo cual permitirá a los interesados formarse un juicio correcto de conciencia (nº 300). Dicho juicio (¿del sacerdote? ¿de los integrantes de la pareja con aclaraciones del sacerdote?), a causa de diversos condicionamientos podrá conducir a una imputabilidad atenuada o nula, haciendo posible el acceso a los sacramentos (nº 305). Entre paréntesis, no se dice que este juicio se imponga a los demás sacerdotes que tengan que administrar los sacramentos a los interesados. De todos modos, hay que reconocer que el texto no se centra en el acceso a los sacramentos, del que se habla en una nota y de un modo un tanto embarazoso (nota 351).
Esto plantea, por el contrario, claramente el principio teológico, recapitulado en el nº 301, y que es preciso citar: «Ya no es posible decir que todos los se encuentran en una situación así llamada irregular viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permitan obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa».
Lo cual se puede analizar de la siguiente manera: 1) debido a circunstancias concretas, las personas que se hallan en estado de adulterio público activo, incluso conociendo la norma moral que lo prohíbe, se encuentran en una situación que, si no la abandonasen, incurrirían en culpa (en particular con relación a los hijos nacidos de dicha unión), 2) de modo que esas personas que viven en adulterio público activo no cometen un pecado grave permaneciendo en él. En realidad, las consecuencias negativas que resultarían de cesar dicho estado de adulterio (los hijos nacidos de la unión ilegítima sufrirían la separación de sus progenitores), no constituyen un nuevo pecado, sino efectos indirectos del acto virtuoso, o sea de la cesación del estado de pecado. Es evidente que la justicia se respeta: en particular se deberá proseguir con la educación de los hijos nacidos de la segunda unión, pero no se hará en la situación de pecado. Hay, por tanto, una oposición frontal con la doctrina precedente, expuesta en el nº 84 de Familiaris consortio de Juan Pablo II, que precisaba que en caso de existir motivos graves que impidan a los recasados dejar de vivir bajo un mismo techo deberán hacerlo como hermano y hermana. La nueva propuesta doctrinal se resume al contrario de esta manera: en determinadas circunstancias, el adulterio no es pecado.
CR – ¿Dijo que no se recupera el instinto de la fe?
CB – No se ajusta en modo alguno a la moral natural y cristiana: a las personas que tienen conciencia de que hay una normal moral que las obliga sub gravi (el mandamiento divino que prohíbe la fornicación y el adulterio) no se las puede excusar de pecado, y por tanto no se puede decir que estén en gracia de Dios. Santo Tomás lo explica en una cuestión de la Suma teológica que conocen bien todos los moralistas: la cuestión 19 de la IA y IIAE: lo que hace bueno un acto de la voluntad es la bondad del objeto que nuestra razón se propone, no las circunstancias del acto (art. 2); y que si bien es cierto que la razón humana puede errar y considerar bueno un acto malo (art. 5), hay algunos errores que jamás son excusables, en particular el de ignorar que no se debe desear la mujer ajena, porque lo ordena expresamente la ley de Dios (art. 6).
En otro pasaje, igualmente muy conocido por los moralistas, el Quodlibet IX, cuestión 7, art. 2, Santo Tomás explica que las circunstancias pueden alterar, no el valor de un acto, sino su naturaleza. Por ejemplo, matar o golpear a un malhechor para hacer justicia o en uso de legítima defensa: no se trata de una violencia injusta, sino de un acto virtuoso. Es más, el Doctor Común afirma que algunas acciones adolecen de un defecto que les es inherente, como la fornicación, el adulterio y otras cosas por el estilo, no pueden en modo alguno hacerse buenas.
Un niño que estudia el catecismo entendería bien estos conceptos, afirmaba Pío XII el 18 de abril de 1952 en un discurso en el que condenaba la moral de situación, que no se basa en manera alguna sobre las leyes morales universales, como por ejemplo los Diez Mandamientos, sino «sobre las condiciones o circunstancias reales y concretas en las que ha de obrar, y según las cuales la conciencia individual tiene que juzgar y elegir». Recordaba que un fin bueno jamás puede justificar medios reprobables (Romanos 3, 8), y que hay situaciones en las que hombre, y de manera especial el cristiano, debe sacrificarlo todo, incluso la vida, por salvar el alma. Del mismo modo, la encíclica Veritatis Splendor de Juan Pablo II, al afirmar que las circunstancias y las intenciones jamás podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en una acto subjetivamente honesto, citaba a San Agustín (Contra mendacium): la fornicación, la blasfemia, etc., por mucho que se cometan por una buena razón siempre serán pecado.
CR – ¿Qué se puede hacer ahora?
CB – No se pueden alterar las palabras de Cristo: «Quien repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si una mujer repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio» (Mc 10, 11-12). El profesor Robert Spæmann, filósofo alemán amigo de Benedicto XVI, señala que cualquier persona capaz de reflexionar puede constatar que nos encontramos ante una ruptura. No creo que nos convenzan proponiendo una interpretación del capítulo VIII de la exhortación según la cual nada ha cambiado. Además, hay que tomarse en serio la palabra del Papa, que, en el avión de regreso de Lesbos, avaló la presentación del texto por parte del cardenal Schönborn.
La propuesta teológica es en sí clara, y el deber de la verdad nos impone decir que no es aceptable. Y tampoco lo son las proposiciones anejas, como la que afirma que la unión libre o la de divorciados vueltos a casar realizan el ideal del matrimonio «al menos de modo parcial y análogo» (n.292). Es de esperar, en el sentido estable de la esperanza teologal, que sean muchos los pastores, obispos y cardenales que hablen claro por el bien de la salvación de las almas. Por otra parte, se puede desear, exigir, invocar una interpretación auténtica ˗˗en el sentido de interpretar el depósito de la Revelación, sin olvidar la amonestación a mantener el depósito de la ley natural al que está ligado˗˗ por parte del magisterio infalible del Papa o del Papa y los obispos en unidad con él. Un magisterio que discierne declarando la verdad y rechaza en nombre de la fe lo que no es verdadero.
Tengo la impresión de que actualmente, cincuenta años después del Concilio Vaticano II, entramos en una nueva fase del postconcilio. Ya habíamos visto cómo se socavaba, con algunos pasajes de textos sobre el ecumenismo y la libertad religiosa, un dique que se creía firme: el de la enseñanza eclesiológica romana magisterial y teológica. Se había construido otro dique para contener la marea de la modernidad: la moral natural y cristiana, con la Humanæ Vitæ de Pablo VI y todos los documentos de Juan Pablo II sobre estos temas. Todo lo que se ha dado en llamar restauración, según el término empleado en el Informe sobre la fe de Joseph Ratzinger, se ha construido en buena parte sobre estos cimientos en defensa del matrimonio y de la familia. Parece como si este segundo dique estuviera a punto de ceder.
[Traducido por J.E.F]