I. Este domingo XVI después de Pentecostés hacemos conmemoración de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, una fiesta litúrgica que viene celebrándose desde muy antiguo y que tiene su origen en la dedicación de una iglesia en su honor en el que se consideraba el lugar de su nacimiento (s. V). Más tarde se extendió en Oriente (s. VI) y en Occidente (s. VII). Al principio tenía diversas fechas según los lugares pero cuando la fiesta de la Inmaculada Concepción (8-diciembre) empezó a hacerse universal, se estableció con relación a ella la fiesta de la Natividad, y así el 8 de septiembre se hizo común[1].
Esta fiesta se diferencia de la forma corriente de las festividades de los santos en la Iglesia que ha conservado la costumbre de celebrar mediante una memoriaespecial el dies natalis de los mártires, es decir, el aniversario de su martirio. Por eso, ordinariamente la Liturgia no conmemora el nacimiento de los santos sino el día de la muerte.
En el caso de Jesucristo, su nacimiento no solamente se recuerda como un hecho histórico sino como la actualización,en el misterio, de la salvación que Cristo inauguró con su Encarnación[2]. Y con el nacimiento de Jesús guardan estrecha relación los otros dos nacimientos que conmemora la Liturgia: el de la Virgen María, la madre, sin la cual no se podría dar el nacimiento de Jesús; y el de san Juan Bautista, llamado Precursor de Jesucristo porque Dios le envió para anunciar a los judíos su venida y para prepararlos a que lo recibiesen.
Solamente ellos, en efecto, nacieron santos a diferencia de todos los demás que, a causa del pecado original, nacen «hijos de ira» (Ef 2, 3[3]). Pero hay que observar que la Santísima Virgen no sólo nació en gracia, sino que también fue en gracia concebida, mientras que de san Juan Bautista solamente puede decirse que fue santificado antes de nacer porque fue santificado en las entrañas de su madre santa Isabel, a la presencia de Jesucristo y de la Santísima Virgen y por eso no nació en pecado como los demás hombres[4].
Del nacimiento de la Virgen podemos decir que fue santo y trajo al mundo una santa alegría porque indicaba estar próxima la venida del Mesías: «Tu Natividad, oh Virgen y Madre de Dios, fue un anuncio de alegría para el mundo entero porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, quien, borrando la maldición, nos trajo la bendición del cielo, y, triunfando de la muerte, nos dio la vida perdurable»[5].
II. El evangelio de la fiesta es la genealogía de Jesús (Mt 1, 1-16) con la que san Mateo nos muestra que en Él se han cumplido los vaticinios del Antiguo Testamento, los cuales decían que el Mesías prometido había de ser de la raza hebrea de Abrahán y de la familia real de David.
San Mateo también resalta con fuerza la intervención virginal de María en la historia de la salvación. La genealogía termina con estas palabras: «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (v. 16). Al explicitar que Jesús nació de María (en discontinuidad con el esquema literario que venía siguiendo), el evangelista quiere destacar la concepción virginal de Cristo que va a exponer con más detalle a continuación[6].
El plan de salvación de Dios se nos presenta así como perseverante en medio de las vicisitudes de la historia humana: Dios es fiel a sus promesas y nos ofrece sus cuidados como Pueblo de Dios y a cada uno de nosotros en su individualidad («me amó y se entregó por mí»: Gal 2, 20). Dios cuenta con la respuesta de la libertad humana, con la correspondencia de la criatura al amor de su Creador y Redentor pero no deja nuestra libertad en el abismo de la incertidumbre acerca de su respuesta sino que Él mismo sostiene nuestra fragilidad con su fidelidad y nos invita a orientar siempre nuestra vida hacia Él, rectificando incluso el rumbo si es preciso para caminar siempre hacia Cristo.
III. «Celebremos con júbilo la Natividad de María Santísima, para que ella interceda por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo»[7].
En este día procuremos venerar su santidad y dar gracias a Dios por los dones y privilegios singulares con que la enriqueció sobre todas las criaturas. A Dios también le pedimos que por su intercesión destruya en nosotros el reino del pecado y nos dé constancia y fidelidad en su santo servicio. Y, por último, hagamos el propósito de imitarla, guardando cuidadosamente la gracia y ejercitando las virtudes, principalmente la humildad y pureza, por las cuales mereció concebir a Jesucristo en sus purísimas entrañas[8].
Hagamos nuestra, con estas intenciones, la oración colecta de la misa de la Natividad de nuestra Señora:
«Señor, te suplicamos concedas a tus siervos el don de la gracia celestial, para que la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, traiga aumento de paz a quienes su parto le fue principio de salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén»[9].
[1] Cfr. José Antonio ABAD IBÁÑEZ; Manuel GARRIDO BOÑANO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Madrid: Palabra, 1997, 781; Gabriel M. ROSCHINI, La Madre de Dios según la fe y la teología, Madrid: Apostolado de la Prensa, 1955, 648-651.
[2] Cfr. ibíd. 793. 736.
[3] San Agustín dio a esta expresión el sentido de “por nacimiento”, y señalaba este texto paulino como una afirmación directa del pecado original; su autoridad ha influido en los exégetas que la sostienen mientras que otros la interpretan en el sentido de «por natural impulso», es decir, por lo que tenemos de nosotros mismos, en contraposición a lo que nos viene de Cristo y de la gracia. En todo caso, esa inclinación de la carne, que nos lleva al pecado y nos atrae la ira de Dios, tiene su origen en el pecado original. Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 572.
[4] Cfr. CATECISMO MAYOR, Instrucción sobre las fiestas II, 1, nº 130-135 y 7, nº 177-186.
[5] Vísperas antífona Magníficat, traducción del p. Germán Prado y los monjes de la Abadía de Silos in: Gaspar LEFEBVRE, Misal diario y vesperal, Bilbao: Desclée de Brouwr, 1965, 1692.
[6] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Mt 1, 1ss; Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 24-25.
[7] Vísperas antífona, traducción del p. Germán Prado y los monjes de la Abadía de Silos in: ob. cit., 1692-1693.
[8] Cfr. CATECISMO MAYOR, Instrucción sobre las fiestas II, 1, nº 135.
[9] Traducción in: Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 1402.