“Taussig quería ahorcar una gallina a escondidas en el fondo del patio, y de repente se vio con todos los reflectores encima en la cancha de River”.
Primera Enseñanza
Al igual que el acoso moral, psicológico y laboral, el hostigamiento de Mons. Taussig al laicado, seminaristas y sacerdotes –maximizado en el anuncio del cierre del Seminario Diocesano de San Rafael– sólo tiene eficacia en tanto sea desconocido por la opinión pública. Tan pronto comienza a ventilarse, su poder se erosiona; y se debilita más mientras más se ventile.
Esto vale para todo tipo de acoso: el acosador necesita de la oscuridad, del ocultamiento. Esto pasa con el mobbing laboral, con los hostigamientos escolares y laborales. En este caso, lo que más nervioso pone a Monseñor Taussig y a todo su séquito es que sus actos hayan salido y estén saliendo a la luz. ¿En qué nos basamos para semejante acusación? En la convergencia de numerosísimos testimonios y testigos. Hemos intentado contrastar las versiones. La presunción de inocencia siempre guió los pasos de nuestra investigación y nos hemos permitido dejarla de lado ante la acumulación de evidencia concordante.
Segunda enseñanza
En el blog Infovaticana, un comentarista anónimo reproduce una anécdota de Santo Tomás Moro en relación a su glorioso martirio. Al negarse a asistir a la coronación de Ana Bolena, Moro sostuvo: “Un emperador romano, que tenía gran admiración por la virginidad, dictó un decreto por el cual los delitos que se regulaban con la pena capital no serían aplicables a las vírgenes. Pero al tiempo, cuando una virgen cometió uno de estos delitos, el emperador se vio ante una disyuntiva. No castigarla produciría inseguridad jurídica y castigarla significaba contradecirse. El caso se trató en el Senado. Luego de varios dimes y diretes, sin arribar a conclusión alguna, algún patricio arriesgó: «¿Para qué armar tanto alboroto por tan poca cosa? ¡Que la desfloren primero y luego que sea devorada por las fieras!».
Luego de contar esto, nuestro santo sostuvo:
“Lo mismo opino yo. Aunque los obispos se han mantenido hasta el presente con integridad en el asunto del matrimonio del Rey, deben prestar atención para seguir manteniendo la virginidad. Hoy, solicitan su presencia en la coronación; mañana, que prediquen en favor del nuevo matrimonio y, más adelante, que escriban libros en su defensa; y así terminarán siendo desflorados y, después de haber sido desflorados, serán devorados. Por mi parte no está en mí evitar que me devoren; pero, con la gracia de Dios, procuraré que nunca me desfloren…»
Entonces, hay que tener conciencia de que el laicado católico –y el sanafaelino no es la excepción– viene siendo cocinando lentamente por sus enemigos. Como decía Moro, un día los esbirros de Enrique VIII solicitaron a las autoridades presenciar una farsa, otro día les indicaron que prediquen en favor de esa falsedad, otro día que defiendan racionalmente la mentira… Y así las fuerzas se van mellando y el ánimo se va debilitando.
Hay que saber, entonces –y con perfecta lucidez– que los demoledores atacan las verdades religiosas, las piadosas tradiciones, los fundamentos de la fe, pero que lo hacen de a poco, con pocos sobresaltos (al mejor estilo gramsciano). Como el ataque no es total, sólo una porción de los católicos (no todos) reacciona y una gran cantidad de gente prefiere quedarse cómodamente en el molde, consolándose con el pensamiento de que “todavía conserva algo bueno”. En vez de contraatacar para ir “a por todas” –como dicen los españoles–, se consuelan con mantener algunas cosas, consintiendo que les roben otras.
El problema es que el ladrón sigue robando.
Evidentemente, todos los que no reaccionan cuando el ataque es suave restan apoyo a la resistencia ante el mal. El enemigo siempre quiere ir por todo, aún cuando –por estrategia– en un momento determinado ataque sólo un punto. Reproduzco las palabras de un sacerdote mendocino al respecto: “El enemigo viene por todo, y nosotros siempre vamos por una partecita. El enemigo viene degollando y nosotros queremos dialogar. Hay que presionar hasta la raíz en donde se encuentra el hueso y la carne”. La medida de cerrar el seminario vuelve transparente las intenciones que Monseñor Taussig, antes, no podía menos que insinuar.
Tercera enseñanza
Todos los que conocen o han tratado con Monseñor Taussig coinciden en que él sólo busca –o buscaba– el poder. Buscaba escalar. ¿Y qué se necesita para escalar hoy? Se necesita fundamentalmente de una situación diocesana sin turbulencias, mediocre, chata. Es la ley de los términos medios: la vida tiende al equilibrio, y los extremos tienden a ser eliminados. Es una especie de ley salvaje darwinista: permanecen los que hacen la plancha, los que no son ni muy-muy, ni tan-tan. Un obispo tradicional es resistido, y más temprano que tarde será desplazado. Un obispo que no puede gobernar su diócesis tampoco puede permanecer mucho tiempo, aún cuando no tenga culpa en eso.
En otras palabras, Taussig quería –¿quiere?– ascender y para ascender necesita tranquilidad. El levantamiento que se produjo –tanto en las calles como en las redes sociales– es justamente lo que está vedando sus posibilidades de ascenso, y él lo sabe. Lo grave es que muchos otros obispos –nos consta– también restringen las prácticas tradicionales de su diócesis. Pero como lo hacen con mayor disimulo y astucia, no levantan tanta resistencia. Ahora toma el Seminario como botín de guerra.
Cuarta enseñanza: los tentáculos del pulpo
El “Caso Taussig” pone de manifiesto que ninguna tiranía –o, si prefieren, despotismo– puede subsistir en el tiempo sin cooperadores. No puede subsitir en el tiempo sin cooperadores del despotismo, quienes ejecutaban las absurdas normas de Mons. Taussig, como tomar los datos de los asistentes a misa.
Son también cooperadores del despotismo quienes niegan su apoyo a los laicos que vienen enfrentando al Monseñor.
Son cooperadores del despotismo quienes llevan y traen comentarios.
Son cooperadores del despotismo los que trabajan en “Productora San Gabriel”, quienes realizan los videos para Monseñor en Youtube.
Cooperó con el despotismo el cameraman que –con astucia pero tarde– desvió la cámara para que no se apreciara en detalle que Monseñor Taussig le estaba negando la comunión en la boca a un señor mayor de edad, con bastón para más señas.
Son cooperadores del despotismo los que defienden a Taussig en las redes sociales.
Son cooperadores del despotismo, por omisión, quienes sabiendo que es perverso no lo atacan.
Son cooperadores del despotismo quienes –para cuidar su fuente de trabajo– se ponen en contra de sus propios hermanos. Al igual que los policías que (por esta “pandemia”) criminalizan a la gente que camina por la calle.
Entonces, esta es la lacra que nos asfixia y agobia. El problema no sólo es este descendiente de los Apóstoles. No nos confundamos. Hay también un intrincado sistema, un tejido social, un conjunto de alcahuetes, de cristianos excelentemente formados y llenos de excusas, los que hacen posible el despotismo.
Colofón final: ¿Dios o las obras de Dios?
Hay un último sector de laicos y sacerdotes, que no puede ser colocado al lado de los cooperadores del mal. La reflexión final corresponde a este espacio. Lo constituyen aquellos que veían –y ven– con toda claridad las maniobras despóticas del obispo, juzgándolas negativamente. Pero que mantuvieron, hasta donde pudieron, una suerte de pacto de no agresión con el déspota. Ellos querían conservar el favor del Obispo, quería conservar ventajas legítimas para sus obras –sus buenas obras que dan gloria a Dios, y que queremos que sigan adelante– y por tanto no arremetieron públicamente contra él.
Ahora bien, Mons. Taussig –que sabe que ellos amaban esas obras– les concedía migajas a estos sacerdotes y laicos, con tal de que ellos siguieran adelante con las mismas. Y así, ellos quedaban “prisioneros” dentro del favor recibido, inhabilitados para cuestionar a la misma autoridad de la que recibían auxilio. Chantaje. Extorsión.
Decía el Cardenal Van Thuan: “Las obras de Dios no son Dios mismo; hay que cuidarlas, pero son las obras de Dios, y no Dios mismo”.A veces Dios pide que se sacrifiquen las obras de Dios para que brille más la Gloria de Dios. Este apego de muchos laicos y sacerdotes a las obras de Dios frenaba y terminó por sofocar, durante mucho tiempo, la resistencia de máxima a la tiranía del obispo. Tomemos nota de esta última enseñanza: el adversario no puede enfrentar a una diócesis si la totalidad de la misma se decide a ponerse decididamente de pié. Estamos seguros de que si se hubiese resistido hace años, todos y en bloque, a los abusos de autoridad –ya existentes– de Taussig, la historia en San Rafael hubiese sido distinta. Taussig y la Santa Sede podrán cerrar el seminario, pero no podrán cerrar los corazones de los sanrafaelinos. La batalla continúa, y no está dicha la última palabra.