Cincuenta años de la otra «intervención Ottaviani», Cum oecumenicum concilium: una apelación final a los obispos del mundo para erradicar las herejías
Hoy se cumple el 50 aniversario de uno de los primeros documentos doctrinales en ser lanzado por el antiguo Santo Oficio bajo la nueva denominación «Doctrina de la Fe», la circular Cum oecumenicum concilium. El texto latino se puede encontrar en Acta Apostolicae Sedis 58 (1966), pp. 659-661.
Firmado sólo 7 meses después del final del Vaticano II por Alfredo cardenal Ottaviani, el último secretario del Santo Oficio (1959-1965) y Pro-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1965 hasta enero de 1968, demuestra la rapidez con la que la herejía abierta se extendió aún más en la Iglesia en el período inmediatamente posterior al Consejo. Este es el último documento de la Santa Sede que habla de herejías como «perniciosos errores», y uno de los últimos en llamar sin rodeos a los obispos a «erradicarlos».
En enero de 1968 el cardenal Ottaviani se había ido; con su retiro el viejo espíritu de lucha del Santo Oficio se había perdido irrevocablemente. Las suaves y, a veces casi apologéticas «notificaciones» de prefectos posteriores contra herejes individuales no representan exactamente el mismo espíritu; no sin razón han sido ridiculizados como meros «malas reseñas de libros».
La experiencia de los últimos 50 años es una prueba del fracaso del episcopado católico en su conjunto para atender la llamada del cardenal Ottaviani.
[mks_separator style=»solid» height=»5″ ]
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
CARTA A LOS PRESIDENTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES SOBRE LOS ABUSOS EN LA INTERPRETACIÓN DE LOS DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO II
Una vez que el Concilio Vaticano II, recientemente concluido, ha promulgado documentos muy valiosos, tanto en los aspectos doctrinales como en los disciplinares, para promover de manera más eficaz la vida de la Iglesia, el pueblo de Dios tiene la grave obligación de esforzarse para llevar a la práctica todo lo que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha sido solemnemente propuesto o decidido en aquella amplísima asamblea de obispos presidida por el Sumo Pontífice.
A la jerarquía, sin embargo, corresponde el derecho y el deber de vigilar, de dirigir y promover el movimiento de renovación iniciado por el concilio, de manera que los documentos y decretos del mismo concilio sean rectamente interpretados y se lleven a la práctica según la importancia de cada uno de ellos y manteniendo su intención. Esta doctrina debe ser defendida por los obispos, que bajo Pedro, como cabeza, tienen la misión de enseñar de manera autorizada. De hecho, muchos pastores ya han comenzado a explicar loablemente la enseñanza del concilio.
Sin embargo, hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá, y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles. Hay que alabar los esfuerzos y las iniciativas para investigar más profundamente la verdad, distinguiendo adecuadamente entre lo que debe ser creído y lo que es opinable; sin embargo, a partir de documentos examinados por esta Sagrada Congregación, consta que en no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe.
Es preciso señalar algunas de estas sentencias y errores, a modo de ejemplo, tal como consta por los informes de los expertos así como por diversas publicaciones.
- Ante todo está la misma revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos.
- Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio.
- El magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.
- Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.
- La misma adorable Persona de nuestro Señor Jesucristo se ve afectada, pues al abordar la cristología se emplean tales conceptos de naturaleza y de persona, que difícilmente pueden ser compatibles con las definiciones dogmáticas. Además serpentea un humanismo cristológico para el que Cristo se reduce a la condición de un simple hombre, que adquirió poco a poco conciencia de su filiación divina. Su concepción virginal, los milagros y la misma Resurrección se conceden verbalmente, pero en realidad quedan reducidos al mero orden natural.
- Asimismo, en el tratado teológico de los sacramentos, algunos elementos o son ignorados o no son considerados de manera suficiente, sobre todo en lo referente a la Santísima Eucaristía. Acerca de la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino no faltan los que tratan la cuestión favoreciendo un simbolismo exagerado, como si el pan y el vino no se convirtieran por la transustanciación en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino meramente pasaran a significar otra cosa. Hay también quienes, respecto a la misa, insisten más de la cuenta en el concepto de banquete (ágape), antes que en la idea de Sacrificio.
- Algunos prefieren explicar el sacramento de la penitencia como el medio de reconciliación con la Iglesia, sin expresar de manera suficiente la reconciliación con el mismo Dios ofendido. Pretenden que para celebrar este sacramento no es necesaria la confesión personal de los pecados, sino que sólo procuran expresar la función social de reconciliación con la Iglesia.
- No faltan quienes desprecian la doctrina del Concilio de Trento sobre el pecado original, o la explican de tal manera que la culpa original de Adán y la transmisión del pecado al menos quedan oscurecidas.
- Tampoco son menores los errores en el ámbito de la teología moral. No pocos se atreven a rechazar la razón objetiva de la moralidad; otros no aceptan la ley natural, sino que afirman la legitimidad de la denominada moral de situación. Se propagan opiniones perniciosas acerca de la moralidad y la responsabilidad en materia sexual y matrimonial.
- A todo esto hay que añadir alguna cuestión sobre el ecumenismo. La Sede Apostólica alaba a aquellos que, conforme al espíritu del decreto conciliar sobre el ecumenismo, promueven iniciativas para fomentar la caridad con los hermanos separados, y atraerlos a la unidad de la Iglesia, pero lamenta que algunos interpreten a su modo el decreto conciliar, y se empeñen en una acción ecuménica que, opuesta a la verdad de la fe y a la unidad de la Iglesia, favorece un peligroso irenismo e indiferentismo, que es completamente ajeno a la mente del concilio.
Este tipo de errores y peligros, que van esparciendo aquí y allá, se muestran como en un sumario o síntesis recogida en esta carta a los Ordinarios del lugar, para que cada uno, conforme a su misión y obligación, trate de solucionarlos o prevenirlos.
Este sagrado dicasterio ruega insistentemente que los mismos Ordinarios de lugar, reunidos en las conferencias episcopales, traten de estas cuestiones y refieran oportunamente a la Santa Sede sus determinaciones antes de la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo del presente año. Esta carta, que evidentes motivos de prudencia impiden hacer pública, los Ordinarios y otros a los que éstos consideren oportuno comunicarla, deben mantenerla en estricto secreto.
Roma, 24 de julio de 1966.
Alfredo Card. Ottaviani
[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]