Creo en la Comunión de los Santos

El sacerdote debe […] cuidar que los fieles comprendan bien la doctrina de la Comunión de los Santos, la sientan y la vivas. Con estas palabras de la Exhortación apostólica Menti Nostrae del Venerable Pío XII, se recordaba a los sacerdotes su deber de enseñar una de las verdades de fe más esenciales de lo que a la constitución de la Iglesia toca. En un ambiente materialista, el Papa recordaba a sus sacerdotes el deber de recordar a los fieles esa unión intima y real entre todos los bautizados, tanto vivos como difuntos, y que se manifiesta en la oración, el ejercicio de la caridad, la enseñanza y toda aquella obra de misericordia que toca a lo más intimo del ser de la Iglesia.

La Comunión de los santos es una de las realidades más bellas de toda la divina revelación y que nos obliga a trascender los límites de los humanamente comprensible y constatable, para introducirnos en el misterio del Cuerpo Místico de Cristo. Nos revela el sentido trascendente de la caridad cristiana que, teniendo por objeto a Dios, se dirige hacia todos aquellos que, en virtud del Bautismo, están unidos entre sí por los lazos de la Gracia. El cielo, la tierra y el purgatorio se unen así por unos lazos indestructibles, y que tienen en la Santa Misa su manifestación más perfecta y sublime. Comprender este misterio nos ayuda a superar una imagen demasiado mundanizada de la Iglesia y abrirnos a su realidad humana y divina, espiritual y temporal, tan bien entrelazada entre sí que se asemeja al misterio del Verbo encarnado “pues, así como la naturaleza humana asumida por el Verbo divino sirve como órgano vivo de salvación indisolublemente unido a él, de manera semejante el organismo social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica para hacer crecer al cuerpo” (LG 8)

La Comunión de los Santos fundada en el Bautismo

Por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte; y así la muerte alcanzo a todos los hombres, puesto que todos pecaron (…) Si por el delito de un hombre reinó la muerte, ¡con cuanta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinaran en la vida por uno ¡por Jesucristo! (…) En efecto, así como por la desobediencia de un hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos (Rom 5, 12.17.19). Estas palabras del Apóstol san Pablo en su Carta a los Romanos nos recuerda como el Pecado Original alcanzó a todos los hombres y no sólo a aquellos que lo cometieron: Adán y Eva transmitieron a su descendencia el fruto de su desobediencia, la ruptura de su unión con Dios, que era la vida de la Gracia. Pero también nos habla de cómo, a través de Cristo, el Nuevo Adán, entro de nuevo la Gracia de Dios en la Creación, alcanzando a todos los hombres que, libremente, acogen la salvación ofrecida por Dios en su Hijo.

Existe, pues, siguiendo el texto de san Pablo, una comunión en el pecado y en la gracia: por el pecado de Adán se estableció una solidaridad entre los hombres, unidos por el lazo del Pecado y sometidos al yugo tiránico de Satanás; junto a él, aparece la comunión en la gracia, la de todos aquellos que han renacido del agua y del Espíritu y han sido liberados del poder del Maligno por la sangre de Cristo, conformando la comunidad de los santos, los salvados… Ambas comuniones establecen un lazo invisible entre los hombres que a ellas pertenecen, de modo, que la acción de uno repercute en la vida del otro. La Constitución Indulgentiarum doctrina (1967) lo expresa de esta manera: Por ocultos y misericordiosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí con lazos sobrenaturales; de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los demás (…) Un testimonio de esta comunión se manifiesta ya en Adán, cuyo pecado se propaga a todos los hombres. Pero el mayor y más perfecto principio, fundamento y ejemplo de este vinculo sobrenatural es el mismo Cristo, a cuya comunión nos ha llamado Dios a todos (Constitución Indulgentiarum doctrina)

Esa comunión a la que Dios nos llama en Cristo, la alcanzan los hombres a través de las aguas del Bautismo y del efecto que estas producen en aquellos que la reciben. Las aguas bautismales liberan y renuevan al hombre, introduciéndolo en una nueva realidad espiritual, que es la vida divina, aquella misma a la que Adán y Eva renunciaron con su pecado, y de la que estuvo el hombre apartado hasta el advenimiento de Cristo. Esta supone un nuevo nacimiento ya que “consiste en ser engendrado por Dios y participar de la plenitud de su amor: A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a lo que creen en su nombre el cual no nació de sangre ni deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios” (Santo Tomás de Aquino) Este nuevo nacimiento introduce al hombre en la intimidad de la Santísima Trinidad a través de la Filiación del Verbo: después del bautismo, el Espíritu vuela hacia nosotros desde los cielos y quedamos bañados en la unción de la gloria celeste y nos convertimos en hijos de Dios por la adopción de la voz del Padre (san Hilario) A través de la Humanidad Santísima de Cristo somos injertados en la vida divina, siendo hijos de Dios en el Hijo amado: Todo creyente regenerado en Cristo, cualquiera que sea la región del mundo en que habita, rompe con el hombre viejo y, renaciendo, se convierte en un hombre nuevo. En adelante no forma ya parte de la descendencia de su padre según la carne; pertenece a la raza del Salvador, que se ha hecho hijo del hombre para que nosotros podamos ser hijos de Dios (san León Magno). El hombre es, por el Bautismo, hijo de Dios pero de un modo diferente como lo es Cristo, pues “sólo Él posee la misma naturaleza que el Padre, por quien es eternamente engendrado. Y es con relación a la Filiación del Hijo por lo que la nuestra se llama adoptiva” (Juan Francisco Pozo)

Nadie mejor que san Pablo ha podido expresar esta verdad, a través de ese hermoso himno que abre su Carta a los Efesios, y que es todo un compendio del Plan de Salvación de Dios realizado en Cristo para nuestra salvación: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo (…) Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya a ser sur hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. (Ef 1, 1.4-7)

La Comunión de los santos manifestada en Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia

El Bautismo establece una comunión espiritual entre Dios y los hombres, pero también entre sí, al participar de una misma vida divina otorgada generosamente por el Creador en su Hijo amado y mediante la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, Dios ha querido que esa nueva vida se manifestara y acrecentara visiblemente a través de una realidad humana, sensible, que sirviera igualmente como vehículo para que alcanzase a todos los hombres. Esa comunidad humana constituida por Dios y formada por sus hijos es la Iglesia, que a través de sus elementos sensibles manifiesta la realidad espiritual de esa comunión de salvación que tiene a Cristo como origen y fundamento.

Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio rodeado de una luz del cielo. Y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, ¿por qué me persigues? Él contesto: ¿Quién eres Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch 9, 3-5) El encuentro de san Pablo con Cristo en Damasco es crucial para comprender la unión íntima que existe entre Cristo y los bautizados, entre la Cabeza y los miembros de la Iglesia. Pablo no conoció personalmente a Jesús, al cual consideraba muerto cuando inicio su persecución contra los cristianos, entonces, ¿por qué el resucitado le dice que le está persiguiendo? ¿No hubiera sido más lógico que le dijera: porque persigues a mis seguidores? Sin embargo, le dice: ¿Por qué me persigues? y se identifica como aquel a quien está persiguiendo. Aquí Pablo descubre la intima ligazón que existe entre Cristo y los cristianos, que le lleva a adoptar la imagen del cuerpo humano para hablar de la unión sobrenatural entre ambos forjada en el Bautismo y manifestada en la Iglesia: Porque así como, siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así también es Cristo. Porque también nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu (1 Cor 12, 12-13) El Apóstol de los Gentiles descubrió tan dramáticamente que perseguir al cuerpo es perseguir a la cabeza, combatir a la Iglesia es combatir al mismo Cristo. Jesús mismo lo había dicho en la Ultima Cena: La persona que me odia a mí odia también al Padre (…) El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros (…) pero todo esto os lo harán a causa de mi persona, porque no conocen al que me ha enviado (Jn 15, 23; 20.21)

Esta misma idea la volverá a retomar san Pablo en su I Carta a los Corintios, donde los términos <<Cristo>> e <<Iglesia>> parecen intercambiarse: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo (1 Cor 12,12). No cabe duda que para san Pablo no tendrían razón de ser afirmaciones tales como la de <<Cristo si Iglesia no>>, pues del mismo modo que un cuerpo no puede vivir separado de su cabeza, la Iglesia y el cristiano no pueden vivir sin aquel que les comunica su fuerza y su energía. Igualmente, es impensable esa separación en cuanto que, como nos enseña la Iglesia, esta prolonga en la historia de la humanidad la persona y enseñanzas de Cristo, comunicando su mensaje y aplicando sus efectos divinos. En palabras de un filósofo español, X. Zubiri: La Iglesia, ciertamente, es la vida misma de Cristo presente; o como dice el Catecismo de la Iglesia nos enseña, siguiendo a San Agustín: Cristo y la Iglesia son el <<Cristo total>>. La Iglesia es una con Cristo (CEC 795).

Ahora bien, san Pablo no sólo destaca la identificación entre Cristo y la Iglesia, sino que habla de una relación vertical y horizontal entre la cabeza y los miembros de este místico cuerpo. A Cristo <<cabeza de ese cuerpo>>, se hayan unidos todos los miembros por la fe y del bautismo, recibiendo de Él la vida sobrenatural que cohesiona y une a cada miembros entre sí y con su cabeza. A esta relación vertical, el Apóstol de los Gentiles une otra horizontal, es decir, de los miembros del cuerpo entre sí: Pues así como nuestro cuerpo, aunque es uno, posee muchos miembros, pero no todos desempeñan la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo: los unos somos miembros para los otros (Rom 12, 4-5) De esta unión nacen los lazos de caridad entre los miembros de la Iglesia que, dotados de diversos carismas, sirven a los demás miembros con una entrega y una disponibilidad semejantes a las de Cristo: Por tanto, aunque los miembros son muchos, el cuerpo es sólo uno. Y no puede el ojo decir a la mano:<< ¡No te necesito!>>, ni la cabeza a los pies: << ¡No os necesito!>> (…) Ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro con una función peculiar (1 Cor 12, 20-21.27)

Conclusión

Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él; si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su alegría (1 Cor 12,26) Con estas palabras san Pablo nos introduce ya en el misterio de la comunión de los santos, que es una lógica consecuencia de lo que hemos ido exponiendo a lo largo del presente trabajo.

La comunión de salvación introducida por Jesucristo con su salvación; los vínculos de gracia y filiación que adquirimos los cristianos por el Bautismo; y la realidad divino – humana de la Iglesia, son elementos que nos invitan a afirmar que existe un vinculo místico de unión entre los cristianos que revela una realidad que supera los lazos humanos y terrenos de caridad, trascendiéndolos en el espacio y en el tiempo, e introduciéndonos en el misterio de la eternidad. Hijos de un mismo Padre, revestidos de Cristo y renovados por el Espíritu Santo, los vivos, difuntos y santos siguen estando unidos y formando una misma Iglesia humana y divina, santa y pecadora… que honrando a los santos e intercediendo por los difuntos, peregrina por este mundo con los ojos puestos en Cristo, su Esposo y Salvador.
(Continuará)

Padre Vicente Escandell

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