El cuarto mandamiento de la Ley de Dios (continuación)

b.- Deberes de los padres respecto a sus hijos

Los hijos son fuente de innumerables alegrías, pero también son causa de permanentes preocupaciones. A medida que crecen los hijos, aumentan los problemas que ellos plantean. Problemas de desarrollo, de carácter, de integración, de capacidad, de salud, problemas económicos. Cuando son pequeños, en general, los problemas son pequeños…cuando crecen, los problemas son más serios.

Con los años, comienza el natural tira y afloja, entre los padres y los hijos[1]. Éstos, ansiosos por ir estrenando el don de la libertad; aquéllos, colocando límites, porque aún “son muy chicos” y pueden seguir caminos equivocados. Llegan momentos difíciles para los padres, quienes frente a diversas situaciones o circunstancias del hijo, se preguntan: ¿qué hacemos? ¿Mandamos y obligamos? ¿O les tenemos paciencia? ¿Castigamos y mano dura? ¿O somos comprensivos? ¿Qué hacemos?

La autoridad está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer uso de la libertad, capacitándoles para tomar decisiones por sí mismos y mostrándoles por cuáles valores hay que optar en la vida.

La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida.

Hoy, tal vez, sea una de las mayores fallas de los padres. No existe una verdadera protección de la libertad del hijo. Cada vez se desentienden más de los pasos y opciones de los hijos. Los padres están claudicando muy temprano en la protección de la libertad del hijo. ¿Causas? No saber cómo hacer; desentenderse porque es más fácil; querer ser padres “modernos”.

No proteger la libertad del hijo es arriesgar el proceso de maduración, y tal vez, conducir a una vida en la cual queden muy comprometidas la felicidad y la realización de aquel que se dice querer mucho. ¿Se le querrá tanto si no se protege el uso de su libertad?

Los padres han de ejercer, pues, su autoridad con respeto a la libertad del hijo. Sin autoridad no hay sociedad, ni disciplina, ni orden… habría caos, anarquía. En un último término, la autoridad legítima les viene de Dios.

Los padres deben pues, crear un hogar donde se viva la fe, el amor, la ternura, la amabilidad, el perdón, el respeto, la fidelidad, la honradez, la verdad, el servicio desinteresado… La mejor forma de enseñarles esto es con el ejemplo. Recuerda que un hijo asimila mucho más lo que ve que lo que se le dice.

Los padres deben de mirar a sus hijos como a “hijos de Dios” y respetarlos como a personas humanas. Los padres aunque se enojen, deben siempre dominarse a sí mismos, nunca maltratar ni humillar a los hijos.

Los padres, más que tratar toda la vida de controlar a sus hijos, deberán enseñarles cuando crezcan a hacer buen uso de su libertad, o sea que ellos solos, sabiendo lo que está bien y lo que no, decidan sus acciones. Hay que educarlos bien, y después soltarlos progresivamente y conforme ellos vayan mostrando madurez de conducta y pensamiento.

Los padres deben enseñar a sus hijos a cuidarse de los peligros y de las cosas malas que hay en el mundo (incredulidad, alcohol, droga, perdición…).

Los padres podrán dar su consejo pero nunca presionar a sus hijos cuando escojan una profesión o cuando escojan aquel con quien quieren casarse. Deberán aceptar con alegría y respetar a sus hijos si alguno escoge la vocación de seguir a Cristo como sacerdote o monja.

Los padres han de recibir con agradecimiento, como una gran bendición y muestra de confianza, los hijos que Dios les envía. Además de cuidar de sus necesidades materiales, tienen la grave responsabilidad de darles una buena educación, sólida, humana y cristiana. Han de llevarles a vivir una vida sencilla, sincera y alegre, de piedad; hacer que aprendan, la doctrina católica sobre la fe y las costumbres, y enseñarles a luchar generosamente por acomodar su conducta a las exigencias de la Ley de Dios.

De esta responsabilidad no deben desentenderse nunca, dejando la educación de sus hijos en manos de otras personas o instituciones, aunque sí pueden y deben contar con la ayuda de quienes merezcan su confianza. En el trato con los hijos es conveniente usar de cariño, vigilancia, fortaleza, paciencia; un gran respeto y amor a su libertad, enseñándoles a usarla bien, con responsabilidad. Hay que evitar tanto la excesiva aspereza como la indulgencia desmedida. Es importante que los padres se hagan amigos de sus hijos, ganando y asegurándose su confianza. El ejemplo de su propia conducta es de una eficacia educadora enorme.

Para llevar a buen término la tarea de la educación de los hijos, antes que los medios humanos -por importantes e imprescindibles que sean- hay que poner los medios sobrenaturales. La responsabilidad de los padres de respetar, después de haberles aconsejado, las libres decisiones de sus hijos cuando escogen el camino de su vida, en lo humano y en lo sobrenatural, merece destacarse.

La vocación divina en un hijo supone un regalo de Dios para una familia; si ésta no sabe apreciarlo, hay que pensar, por su ceguera y falta de fe, que no saben discernir los dones de Dios.

Los padres pues, han de ejercer la autoridad dando ejemplo, dialogando con sus hijos, estimulándoles en las cosas que hacen bien, insinuando y aconsejando en los problemas, corrigiendo en los errores y sobre todo, marcando los ideales de vida. Todo ello lo han de hacer con respeto, desinterés y humildad.

Meditad lo que significa ser padre o madre.  Ser padre no es sólo trabajar y llevar dinero a casa. La esposa necesita un marido que ame su hogar, y los niños necesitan un padre que sienta preocupación por ellos, que los cuide, que se interese por sus cosas. Así sería llevadera la obediencia.

¿De qué sirve un padre que compra una mejor casa, un mejor auto, si su esposa, de quien no se preocupa, se va alejando de él? ¿De qué sirve que al padre le vayan bien los negocios, si no sabe qué hace su hijo, cómo le va en la escuela, qué amigos tiene, a dónde va?

Ser madre no es sólo trabajar en una empresa, cocinar, lavar…, sino dar cariño, amor, ternura; es ser luz, piedad, aliento, solicitud, paciencia; ser calor y delicadeza, intuición y detalle. Así sería llevadera la obediencia a la madre.

Ser padre es tener una relación de amistad con el hijo, preocuparse por él, ayudarle, darle ejemplo y  buenos consejos; atenderlo material y espiritualmente; vigilar discretamente las compañías de su hijo, alentarle en sus fracasos y compartir sus alegrías. ¿Qué mejor “negocio” que su propio hijo, verle crecer, progresar, alegrarse con sus triunfos?

¿Qué diríamos de esos padres a quienes no les interesa la primera comunión de su hija, que no la acompañan en la catequesis, ni en la participación en las misas, que no les da ejemplo confesándose y comulgando, a quien no le interesa rezar en casa?

¡Qué difícil se hace la obediencia cuando no hay por delante un ejemplo de vida! ¿Cómo va a respetar a su padre de la tierra, cuando su mismo padre no respeta al  Padre de los cielos? Los padres deberían sentir que Dios les ha encomendado la suerte terrena y eterna de sus hijos, ¡Qué responsabilidad!

c.- Deberes con los que gobiernan y edifican la Iglesia

Han de ser honrados, no tan sólo aquellos de quienes hemos nacido, sino también los que se denominan padres, como obispos y sacerdotes, por ser dignos de recibir muestras de nuestro aprecio, de nuestra obediencia y de nuestra protección, aunque unos más que otros. De los obispos y demás padres de almas, dice el Apóstol:

“Los presbíteros que cumplen bien con su deber sean dignos de doble honra, mayormente los que trabajan en predicar y en enseñar” (1 Tim 5:17).

También se debe proveerles de las cosas necesarias que requiere la vida. Así mismo, deben ser obedecidos:

“Obedeced a nuestros prelados y estad sumisos a ellos, pues ellos velan, como que han de dar cuenta a Dios de vuestras almas” (Heb 13:17).

Se deben poner en práctica las indicaciones de la jerarquía eclesiástica en materia de fe y costumbres. La fiel adhesión y unión con el Papa, Cabeza visible de la Iglesia y Vicario de Cristo en la tierra, y con los obispos en comunión con la Santa Sede, es garantía de la unión personal con Dios y de la unidad de los cristianos.

d.- Deberes de los que gobiernan con respecto a la familia

El Catecismo de la Iglesia católica dice:

“La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad(CEC nº 2207).

“La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas” (CEC nº 2209).

“La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:

  • la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
  • la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
  • la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
  • el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
  • conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
  • la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
  • la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles” (CEC nº 2211).

“Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor” (Mt 20:26). El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” (CEC nº 2235).

e.- Deberes con la patria

“El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella” (CEC nº 2234).

A la patria hay que amarla, obedecer sus leyes justas y cumplir los legítimos mandatos de su autoridad. Es preciso tener en cuenta la gran importancia que tiene el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes ciudadanos. Al mismo tiempo, se ha de tener un corazón grande, que aborrezca todo nacionalismo. De la misma manera, se ha de advertir la importancia de la responsable intervención de cada ciudadano en la cosa pública y, de los que tengan esa vocación profesional, en la política activa. Se debe tener en todo caso afán de servir y de facilitar el servicio de los que legítimamente mandan.

En cuanto al deber electoral, no es lícito apoyar a quienes programan un orden social contrario a la doctrina de la Iglesia católica y, por lo mismo, falso y contrario a la voluntad divina y a la verdadera dignidad del hombre. La obligación de votar urge, por lo menos en virtud de la justicia legal, a todos cuantos tienen derecho al voto.

“Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (Cfr Rom 13: 1-2): “Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana […]. Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios” (1 Pe 2: 13.16.). Su colaboración leal entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa crítica de lo que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la comunidad” (CEC nº 2238).

“Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas” (CEC 2241).

f.- Deberes en el trabajo profesional

La profesión ocupa la mayor parte del tiempo, de las preocupaciones y del esfuerzo de cada día de un individuo normal. En ella se enfrenta con las exigencias de su vida, con la repercusión social de su trabajo, con la relación de éste con Dios y con la salvación de su alma.

Para cumplir honradamente con su trabajo, no le es lícito ejercer una profesión para la que no está preparado, en perjuicio de sus clientes y del bien común. Tampoco debe querer abarcar demasiados cargos, si no puede desempeñarlos bien. Debe hacer su trabajo con conciencia recta, sin considerar tan sólo el aspecto económico del mismo. Cualquier trabajo repercute en la sociedad, por eso quien lo ejerce tiene que tener el respeto de los derechos de los demás que él quiere que tengan con los suyos. La justicia y la caridad son dos aspectos principales a tener en cuenta en el ejercicio de la profesión, con todas las exigencias de ambas: aquí entra la consideración de la obediencia en los servicios o trabajos a los que se ha obligado y del actuar con sentido de responsabilidad en la misión correspondiente.

Por otra parte, el recto desempeño de la profesión equivale al cumplimiento de la voluntad de Dios, ya que su providencia fue quien le señaló esa determinada profesión para ese hombre determinado. Lo que dignifica al trabajador no es la excelencia del trabajo, sino el amor de Dios que pone en él. En todos los puestos de la sociedad se puede y se debe servir a Dios como hijo suyo. Es a Él a quien se sirve.

4.- El modelo de la Sagrada Familia

María y José cuidaban a Jesús, se esforzaban y trabajaban para que nada le faltara, tal como lo hacen todos los buenos padres por sus hijos. José era carpintero, Jesús le ayudaba en sus trabajos, ya que después lo reconocen como el “hijo del carpintero”. María se dedicaba a cuidar que no faltara nada en la casa de Nazaret.

Tal como era la costumbre en aquella época, los hijos ayudaban a sus madres moliendo el trigo y acarreando agua del pozo y a sus padres en su trabajo. Podemos suponer que en el caso de Jesús no fue diferente. Jesús aprendió a trabajar y a ayudar a su familia con generosidad. Él siendo Todopoderoso, obedecía a sus padres humanos, confiaba en ellos, les ayudaba y quería.

¡Qué enseñanza nos da Jesús, quien hubiera podido reinar en el más suntuoso palacio de Jerusalén siendo obedecido por todos! Él, en cambio, rechazó todo esto para esconderse del mundo obedeciendo fielmente a María y a José y dedicándose a los más humildes trabajos diarios.

Las familias de hoy, deben seguir este ejemplo tan hermoso que nos dejaron Jesús, José y María, tratando de imitar las virtudes que vivía la Sagrada Familia: sencillez, bondad, humildad, caridad, laboriosidad, etc.

La familia debe ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de sus vidas y donde se aprende a ser un buen cristiano. Es en la familia donde se formará la personalidad, inteligencia y voluntad de los niños. Esta es una labor hermosa y delicada. Enseñar a los niños el camino hacia Dios, llevar estas almas al cielo. Esto se ha de hacer con amor y cariño.

Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y respetuosos con todos, ser estudiosos, obedecer a sus padres, confiar en ellos, ayudarles y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia.

Recordemos que “la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”. La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Es la célula de la sociedad.

Es la Sagrada Familia como un faro que ilumina todas las numerosísimas relaciones familiares y sus diversos aspectos y circunstancias. Ella es modelo de amor y de obediencia delicada. Es el amor -a Dios y a los demás por Dios- lo que debe movernos en todo momento a cumplir gustosamente nuestros deberes. Toda autoridad proviene de Dios, y pierde su legitimidad cuando, y en tanto, manda contra Dios.

En el seno de la Sagrada Familia se enseña a santificar los más humildes oficios y todos los instantes de la vida. Imitando su modelo, la vida se convierte en un caminar hacia Dios con el alma cargada de méritos y de alegría.

 

Oración a la Sagrada Familia

Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.

Padre Lucas Prados


[1] Para profundizar en este tema puede leer mi libro “La Educación Cristiana de los Hijos” que puede encontrar en formato pdf para descargar en: https://adelantelafe.com/download/la-educacion-cristiana-los-hijos-p-lucas-prados/

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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