“Dad gracias al Señor porque es bueno”

I. El santo Evangelio del Domingo XIII después de Pentecostés (Lc 17, 11-19) nos sitúa a Jesús en su camino hacia Jerusalén. Al entrar en una aldea le salen al encuentro diez leprosos. También hasta ellos había llegado la fama de Cristo. «se pararon a lo lejos», como tenían mandado hablar a las gentes, «y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Él les manda presentarse a los sacerdotes que eran los encargados de certificar oficialmente la curación como estaba preceptuado en la Ley. Se encaminaron a Jerusalén y quedaron curados.

Solamente uno de ellos, un samaritano, «se volvió alabando a Dios» para dar gracias a Jesús. Cristo ratifica la curación de aquel hombre por su fe —y gratitud— en Él. Pero, al mismo tiempo, hace notar que los otros nueve, judíos, no han vuelto para dar gloria a Dios, agradeciéndole a Él el beneficio que acababa de hacerles[1].Jesús hace resaltar así que la gloria de Dios consiste en el reconocimiento de sus beneficios, como consta en otros muchos lugares de la Sagrada Escritura[2]. Así, por ejemplo, podemos citar el Salmo 135 en el que se cantan las maravillas de Dios, tanto las que se manifiestan en las cosas creadas, como las que se desprenden de la historia de Israel, intercalando entre cada alabanza un estribillo: «porque es eterna su misericordia», que es el elogio más repetido en toda la Escritura, por donde vemos que ninguna otra alabanza es más grata a Dios que ésta que se refiere a su corazón de Padre[3].

En el Evangelio que estamos comentando, Cristo, Mesías, es el bienhechor de todos. Este pasaje habla bien claro de la misericordia universal de Cristo, complaciéndose especialmente en destacar el buen corazón del odiado y despreciado samaritano cuya respuesta de gratitud se nos propone como modelo para nuestra propia vida cristiana.

II. La forma más perfecta de dar gracias a Dios es la santa Misa, a la cual llamamos precisamente Eucaristía, que significa «acción de gracias» en griego y este es uno de los fines por los que se ofrece a Dios este santo sacrificio: para agradecerle los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que hemos recibido de Él. En la Eucaristía es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias para nosotros.

Además debemos cuidar particularmente la acción de gracias cada vez que recibimos la sagrada comunión[4].

Para los efectos sacramentales que produce la eucaristía ex opere operato es más importante la preparación para comulgar que la acción de gracias después de recibirla. Porque ese grado está en relación con las disposiciones actuales del alma que se acerca a comulgar, y, por consiguiente, tienen que ser anteriores a la comunión. En cambio, para los efectos ex opere operantis interesan por igual la preparación y la acción de gracias, de ahí la importancia de esta última: «No perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado»[5], Cristo está presente en nuestro corazón, y nada desea tanto como llenarnos de bendiciones.

Para la acción de gracias nos podemos servir de oraciones vocales que encontramos en los devocionarios y procurar también un diálogo de amistad silencioso, buscando el contacto íntimo con Jesús, la conversación cordial con Él, renovando los actos de fe, esperanza, caridad, adoración, agradecimiento, ofrecimiento… la petición humilde y entrañable de las gracias que necesitamos en cada momento en favor nuestro y de los demás…

III.- Entre los motivos de acción de gracias para un cristiano ocupan un lugar primordial las alabanzas que dirigimos a Dios por los dones que otorgó a la santísima Virgen. Y por eso renovamos hoy nuestra voluntad de hacer siempre nuestra acción de gracias implorando su auxilio. De esa manera, nuestra oración irá siempre unida al agradecimiento que Dios espera de nosotros y seremos favorecidos por la intercesión poderosa de la Virgen María.


[1] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios,            Madrid: BAC, 1964, 879-880.

[2] Cfr. Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Lc 17, 18.

[3] Cfr. ibíd. in Sal 135, 1.

[4] Cfr. Antonio ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid: BAC, 1962, 426-429.

[5] SANTA TERESA DE JESÚS, Camino de perfección, XXXIV, 10.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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