“Tú eres el honor de nuestro pueblo”

I. A lo largo del Año Litúrgico la Iglesia celebra los diversos misterios de la vida de la Virgen María: su concepción inmaculada, nacimiento, maternidad divina, dolores… Hoy recordamos que «terminado el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»[1].

El contenido de este dogma de fe (definido por Pío XII el 1 de noviembre de 1950) se puede sintetizar en los siguientes términos: la bienaventurada Virgen María, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su Concepción Inmaculada en previsión de su maternidad divina. Por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo como el resto de los justos[2].

Cuando decimos en el Credo «Creo en la resurrección de la carne» o «en la resurrección de los muertos»  estamos confesando nuestra fe en que «al fin del mundo, antes del juicio final, el alma de cada hombre se volverá a unir con su propio cuerpo para no separarse nunca más de él»[3]. Dios ha dispuesto la resurrección de los cuerpos para que, habiendo el alma obrado el bien o el mal junto con el cuerpo, sea también junto con el cuerpo premiada o castigada.

Tan erróneo y funesto resulta concebir la muerte como el final de todo, ante la que se estrellan todas las esperanzas, como presentar la resurrección como equivalente a la participación en la felicidad eterna. El mismo Cristo establece la distinción: «Todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán los que hicieron buenas obras, a resucitar para la vida eterna; pero los que las hicieron malas, resucitarán para ser condenados» (Jn 5, 28-29). Por eso habrá grandísima diferencia entre los cuerpos gloriosos de los escogidos y los cuerpos de los condenados. Los primeros tendrán, a semejanza de Jesucristo resucitado y del cuerpo de María asunta al cielo, las dotes de los cuerpos gloriosos mientras que los segundos llevarán la horrible marca de su eterna condenación[4].

La Virgen María es la criatura humana que realiza por primera vez el plan de la Divina Providencia, anticipando la plenitud de la felicidad prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos. En la Epístola de la Misa (Jdt 13, 22-25; 15.10: Vg.) la Liturgia de la Iglesia aplica sus palabras a la Virgen, cuya figura es Judit. «La Iglesia ve en esta mujer tan adornada de virtudes, especialmente por su triunfo sobre Holofernes, una figura de la Virgen María. Porque María Santísima posee una santidad incomparable en cualquier aspecto, y por medio de su divino Hijo ha vencido al enemigo de la humanidad; por esto la ensalzan los ángeles y los hombres por encima de todas las mujeres en los siglos de los siglos»[5].

II. De las muchas enseñanzas que podemos obtener de la Asunción de la Virgen María señalamos dos:

II.1. En primer lugar, es un estímulo para nuestra configuración con Cristo. La Asunción y consiguiente exaltación de la Virgen como Reina de Cielo y tierra es el punto culminante de una vida de completa identificación con su divino Hijo.

En el orden sobrenatural, también los cristianos estamos unidos a Jesús; esa unión se realiza en cada uno de nosotros mediante el bautismo, por el que quedamos incorporados y como sumergidos en Cristo, en su muerte y en su vida. Ese es el fundamento de nuestra confianza en participar un día de su gloriosa Resurrección[6]. Pero para llegar a esa meta tenemos que estar unidos a Cristo por la gracia santificante mientras vivimos en este mundo. Es necesario que luchemos para ser buenos hijos de Dios, cumpliendo sus mandamientos y que procuremos mantener el alma limpia, por la Confesión sacramental frecuente y por la recepción de la Eucaristía.

«Dios, por una gracia particular, nos ha llamado a la Iglesia de Jesucristo, para que con la luz de la fe y la observancia de la divina ley le demos el debido culto y lleguemos a la vida eterna»[7]. La Asunción de Nuestra Señora nos alienta en ese camino que nos falta por recorrer hasta llegar al Cielo. Ella nos da ánimo y fuerzas para alcanzar la santidad a la que por vocación hemos sido llamados.

II.2. La Asunción de la Virgen nos sostiene en la esperanza de alcanzar la vida eterna del Cielo donde María Santísima reina ya junto con su Hijo.

«El último artículo del Credo nos enseña que, después de la vida presente, hay otra, o eternamente bienaventurada para los escogidos en el cielo o eternamente infeliz para los condenados al infierno»[8]. Jesús nos advierte en muchas ocasiones acerca de la insensatez de quienes descuidan ocuparse de su propia salvación: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Lc 12,40). Si en el momento de la muerte y del Juicio se decidirá nuestro destino para toda la eternidad según lo que haya sido nuestra vida, debemos tener presente que en cualquier momento podemos morir; poner orden en nuestra vida estando siempre dispuestos para este juicio divino y pedir la gracia de una buena muerte por intercesión de la Virgen y de san José.

III. Oremos al Señor para que contemplando la Asunción de nuestra Señora en cuerpo y alma nos haga comprender qué preciosa es a sus ojos toda nuestra vida, refuerce nuestra fe en la vida eterna en la Gloria del Cielo y nos sostenga en la esperanza de poder alcanzarla un día.


[1] PÍO XII, Munificentissimus Deus (1-noviembre-1950).

[2] Cfr. ibíd.

[3] Athanasius SCHNEIDER, Credo. Compendio de la fe católica, nº 792, Madrid: Luz de Trento, 2024.

[4] Cfr. Catecismo mayor I, 12, nn. 240-246.

[5] Schuster-Holzammer, cit. por Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Jdt 15, 10.

[6] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 527.

[7] Cfr. Catecismo mayor I, 10, nº 147

[8] Cfr. Catecismo mayor I, 12, nº 247.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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