Para el lunes de la cuarta semana Adviento
PUNTO PRIMERO. Contempla a la Beatísima Virgen que parte de su casa a pie y acompañada con su santo esposo san José y otras parientas suyas, va camino de diez y seis leguas a las montañas de Judea, a donde habitaba santa Isabel, a visitarla y a darla el parabién del hijo que había concebido, y a santificarle en el vientre de su madre; atiende al paso tan apresurado que lleva, deseando llegar presto al recogimiento y a santificar la casa de Zacarías; oye los coloquios santísimos que tiene con las personas con quien camina, las palabras de vida tan dulces y provechosas que salen de su boca, el júbilo y consuelo de los que la acompañan; mira los ángeles que van con ella, gozándose de su compañía y cortejando a aquel Señor que lleva en sus entrañas; entra con la meditación en lo interior de su espíritu, y contempla el fuego divino que ardía en su pecho, los afectos de su alma, los coloquios que llevaba con Dios y que tenía en su seno, y las mercedes que a cada paso recibía de su divina mano; júntate con aquella santa compañía, camina con la Beatísima Virgen, no la pierdas de vista, ni la dejes: pídela que te permita acompañarle, y oye, y gusta, y goza aquellos coloquios celestiales, y aprende juntamente los que has de tener en tus caminos; y cómo los has de hacer, y cómo te has de portar con Dios y con los hombres en ellos para bien y provecho de tu alma.
PUNTO II. Considera la caridad y humildad de la Virgen, que resplandece en esta visita, la caridad en dejar su recogimiento, que tanto amaba por ir a santificar aquella casa, y en especial a san Juan que había de ser precursor de Cristo; y saca de aquí afectos de ayudar a tus prójimos en el bien de sus almas, aunque sea necesario dejar a veces el recogimiento, y (como dicen) a Dios por Dios, y a diligenciar su bien de tal suerte, que no pierdas el tuyo. Pondera su humildad, visitando la superior a la inferior, la Madre de Dios a su sierva, y entrando en su casa y saludándola primero, condenando con esta acción todos los pundonores humanos, y enseñándonos a humillarnos más cuanto a mayor dignidad fuéremos sublimados.
PUNTO III. Considera las palabras que dijo nuestra Señora a santa Isabel y los efectos de ellas; las palabras fueron según san Buenaventura (1): Salve soror Elisabeth: Dios te salve mi hermana Isabel, y fueron tan operativas, que luego sin dilación estuvo nuestro Señor Dios en ella, y en el hijo que tenía en sus entrañas y en Zacarías su marido, y toda aquella casa se llenó del Espíritu Santo; porque como la Virgen estaba tan llena de Él, de la abundancia de su corazón se llenó toda aquella casa, y san Juan, acelerado el uso de la razón, dio saltos de placer por el júbilo que recibió su alma con la gracia del Señor; y como dijo san Crisóstomo, empezó con aquella acción a predicar a Cristo y hacer oficio de precursor: tales efectos tuvieron las palabras breves de María. Exclama y di con encendido afecto de tu corazón: ¡Oh boca del Espíritu Santo y lengua encendida en fuego de caridad, hablad una palabra a este corazón helado, para que se encienda en fuego de divino amor! ¡Oh Reina del cielo, visitad mi alma, más necesitada que la de san Juan, y sacadla del pecado y de la tibieza en que está! Aprende, oh alma, a visitar a los hombres cuando fuere necesario; conoce cómo has de gastar el tiempo y las palabras en las visitas, y en qué te has de ocupar; contempla despacio lo que hizo y dijo la Beatísima Virgen tres meses que estuvo con santa Isabel, y aprende en su escuela lo que tú debes obrar.
PUNTO IV. Considera la respuesta de santa Isabel, tan humilde y reconocida a la merced que la Santísima Virgen la hizo: ¿De dónde a mí, que venga a mí la Madre de mi Señor? En llegando la voz de tu salutación a mis oídos ha saltado de placer el infante en mis entrañas: Bendita eres, que creíste, porque se cumplirá en ti lo que ha dicho el Señor. A donde tienes mucho que meditar y que aprender, sacando afectos de imitación, de gozo y devoción de cada palabra y misterio que en ella encierra: reconoce la virtud de la devoción de esta Soberana Señora, y cuánto crecerán en virtud los que la trataren con familiaridad: pues una palabra sola la tuvo tan grande para con toda aquella casa, que saltó san Juan de placer en recibiendo la gracia, saliendo del pecado; porque no hay júbilo ni contento verdadero sino en la gracia de Dios, ni puede tenerle quien se halla preso en las cadenas de la culpa: salió san Juan de ellas en visitándole la Virgen Santísima, porque es Madre de pecadores, y por su medio salen los pecados; y añade santa Isabel, que fue bienaventurada la Virgen, porque creyó; para que reconozcas de cuanto peso es creer y confiar en Dios, el cual cumplió en ella sus promesas, porque las cumple en todos los que se fían de su Majestad.
Padre Alonso de Andrade, S.J