Del Evangelio de la vigilia de las Témporas. (Marc. 9.)

Meditación para el miércoles de la decimosexta semana

Refiere el Evangelio un milagro que hizo Cristo lanzando de un mozo un demonio sordo y mudo, a instancia de su padre, que no habían podido echar sus discípulos, y lo que les dijo acerca de esto.

PRIMERO. Considera, en este mozo endemoniado, el estrago que hace el pecado cuando se apodera del alma, por el que el demonio hacía en el cuerpo de éste, privándole de los oídos y de la lengua, arrastrándole, despedazándole y lanzándole con violencia, unas veces en el agua y otras en el fuego; tal es la tiranía del demonio y los efectos que causa en las almas de los que se apodera por el pecado, atormentándoles continuamente en el potro de su conciencia, y haciéndoles despeñar de unos vicios en otros, trayéndolos siempre arrastrados, tristes y afligidos, hasta dar con ellos en el profundo del infierno. Ruega a Dios con el Apóstol que no reine en ti este tirano, ni te sujetes a él, ni le des entrada en tu alma; ármate con Dios, que Él te defenderá de su poder y su tiranía, y te dará fuerzas con que le sujetes a tus pies.

PUNTO II. Considera cómo trayéndole su padre a Cristo le preguntó cuánto tiempo había que estaba endemoniado, y él respondió, que desde la niñez; y pondera que no le preguntó esto porque lo ignorase, sino porque lo supiésemos nosotros y advirtiésemos que son más difíciles de vencer los pecados, cuanto ha más tiempo que reinan en el alma. Saca de aquí propósitos de hacerles guerra desde luego, y no esperar a largos plazos, y purificar tu alma si cayeres en algún pecado, y arrancar con diligencia cualquiera maleza de imperfección o falta, por pequeña que sea, de tu conciencia, sin dejarla arraigar en ella, porque no crezca con el tiempo y sea más difícil de quitarla.

PUNTO III. Considera cómo mandó Cristo al demonio con imperio que dejase aquel mozo, diciendo: espíritu sordo y mudo, yo te mando que salgas de él, y que no vuelvas más a entrar en él;  y luego el demonio obedeció a su voz, y le dejó y nunca más volvió a atormentarle: sobre lo cual has de ponderar dos cosas: la primera, cómo el demonio obedeció a la voz de Cristo, y tú le resistes y eres rebelde a su obediencia. Considera cuántas cosas te ha mandado, y cuán pocas has obedecido: cuántas veces te ha intimado por boca de sus predicadores y confesores, que salgas de pecado y dejes las ocasiones y entres por el camino de la virtud, y no le has obedecido. Llora tu inobediencia, que en esta parte parece mayor que la del demonio; pues él a la primera voz obedeció mal de su grado, y tú a tantas voces nunca acabas de obedecerle como debes, y de rendirte a la voluntad de Dios. La segunda, cómo Cristo manda al demonio que salga y no vuelva más; porque levantarse y volver a caer es no hacer nada, como lavarse y volverse luego a manchar, salir del cautiverio del demonio y volverse luego a sus cadenas. ¡Oh pecador! vuelve sobre ti, y mira por ti, y no vuelvas más al lazo que dejaste, ni a la ocasión de donde saliste: deja los pecados, no vuelvas más a ellos, Cristo te lo manda; y pues el demonio le obedeció, obedece tú al Señor.

PUNTO IV. Considera cómo los discípulos del Señor no pudieron lazar este demonio, y preguntándole la causa, respondió Cristo: porque este linaje de demonios no puede lanzarse sino con oración y ayuno. Ésta es la triaca contra el veneno de esta ponzoñosa víbora: con estas armas se vence este enemigo; y por el contrario, los que duermen y se regalan le dan alas contra sí mismos: guerra traes con Satanás, y guerra tan prolija, que dura toda la vida, y no te va menos en la victoria que la vida eterna: para vencerle y sujetarle es necesario armarte con la oración y el ayuno; si le usares vencerás, y si no serás vencido: si los Apóstoles necesitaron de él, ¿cómo quieres tú vencerle dándote a regalos y pasatiempos? Considera cuántos endemoniados y pecadores hubieras sacado de la cautividad del demonio si hubieras usado de la oración y el ayuno,  y por no armarte con ellos no los has vencido. Resuélvete, pues, en la presencia de tu Dios a mortificarte con ayunos y penitencias, a macerar tu cuerpo, y negar el gusto a tus apetitos, y a velar y orar largas horas en silencio, y Dios te dará victoria por los méritos de Cristo.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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