Del vicio de la ingratitud y su castigo

Para el jueves de la decimotercera semana

PUNTO PRIMERO. Considera cómo estos nueve leprosos desagradecidos a la salud que recibieron de la mano del Señor, eran israelitas descendientes de Abraham y del pueblo escogido de Dios, y criados en la luz dé su fe y santos preceptos; y el agradecido era samaritano y como extraño de aquel pueblo, y ninguno se movió a seguirle y acompañarle para cosa tan debida a la merced recibida del Señor. Pondera cómo los más obligados son los más desagradecidos, y llora el olvidó que tienen los hijos de Adán de las mercedes y beneficios de Dios, y cuántas ingratitudes sufre cada día de los hombres. Pondera la grandeza de este vicio, que crece y se aumenta al paso que crecen los beneficios; y cómo en Dios nunca cesan, ni en los hombres las ofensas, así cada día crece y se aumenta su malicia. Mete la mano en tu pecho, y mira si entras en el número de los muchos que son desagradecidos a Dios, y pídele con lágrimas que te tenga de su mano, y no te permita caer en tan grande pecado, y que te dé gracia para serle agradecido eternamente.

Punto II. Considera que según piadosamente se cree, el agradecido samaritano convidaría a los demás a venir a dar gracias a Cristo por el beneficio recibido, y cuando él callase, su ejemplo clamaba y los persuadía a ser agradecidos; mas su dureza y su ingratitud fue tal, que ninguno le siguió. Pondera en este caso la dureza de los ingratos, que como ponzoñosos escorpiones sacan veneno del buen manjar que reciben, y como ciegos no miran la merced que les hacen; y cómo todas las criaturas les persuaden con su ejemplo a ser agradecidos a Dios, pues todas le alaban y bendicen continuamente por las mercedes que les hace. Llora su obstinación, y pide a Dios que les dé luz y gracia para servirle, y a ti para no seguir sus pisadas, sino las de los agradecidos a sus mercedes y beneficios.

Punto III. Considera cómo los nueve ingratos eran de mejor sangre que el publicano agradecido, pero de peores costumbres, y que les valió poco descender de buenos, no siendo uno de ellos; y al publicano no le obstó ser de padres más bajos y menos nobles, para ser agradecido y preferido a los nueve en el tribunal de Cristo, que pesa el valor de cada uno según sus merecimientos y no según los de sus padres. Pondera que no está la gracia en descender de buenos, sino en parecerse a ellos, y que muchos de bajo linaje son preferidos a los muy altos por su virtud y agradecimiento. ¡Oh qué diferentemente juzga Dios que los hombres! ¡Oh qué engañosas son las balanzas del mundo y qué verdaderas son las de Dios! Atiende a estas, no te rijas ni gobiernes por aquellas; considera cuán presto se pasará esta farsa, y luego quedarán todos iguales y recibirán el premio conforme a sus merecimientos; y por tanto saca por última consecuencia ser agradecido a Dios y servirle de veras y esperar de su mano galardón.

Punto IV. Mira a Cristo a la entrada del castillo en compañía de sus discípulos y al publicano puesto a sus pies; y pon los ojos en el sentimiento que muestra el Redentor eh su rostro, y oye aquellas palabras que  salen de su boca tan sentidas: ¿no fueron diez los que alcanzaron salud? ¿Y los nueve dónde están? No ignoraba, como dice Hugo Cardenal, a donde estaban; pero preguntaba por ellos, como si lo ignorara; porque desconoce por suyos a los ingratos, y los da por ajenos de su gracia y por consiguiente de su reino. Creó Dios a Adán y enriquecióle de infinitas gracias, y él fue tan desagradecido, que en lugar de gracias le tornó ofensas, y luego se oyó la voz de Dios que preguntaba por él, como si lo ignorara (I): ¿a dónde estás Adán? porque la ingratitud le hizo desconocido y ajeno de la amistad de Dios, el cual le privó de su gracia y de la herencia del cielo, y desterró del paraíso y le condenó a un número sin número de miserias. ¡Oh alma mía! mírate en este espejo y reconoce la grandeza de este vicio por la de su pena y castigo, y no caigas en él, porque no te diga Dios como a las vírgenes imprudentes, que no te conoce y te dé con la puerta en la cara, privándote de su gracia y del paraíso de su gloria: clama al Redentor y dile que tenga misericordia de ti, como la tuvo de estos, y que te cure de la lepra de tus culpas, y te reciba en el gremio de los suyos para servirle eternamente.

Padre Alonso de Andrade S.J

(1) Gen. 3

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