Uno de los más grandes misterios de la fe cristiana es el de la unión intimísima y sobrenatural del hombre y la mujer por medio del sacramento del matrimonio[1]. Nuestro bendito Padre Lucas Prados ha publicado recientemente una serie de artículos en torno al gran misterio del matrimonio cristiano, y por ende en torno a la unión más elevada a la que puede aspirar una persona en este mundo (descartando la unión mística del alma con Dios en la oración contemplativa), pues no en vano el amor de los esposos es, como sabemos, figura de la unión misteriosa de Cristo con la Iglesia[2]. Estos artículos, en definitiva, han despertado en mí, nuevamente, el deseo, en todo momento latente, y las más de las veces encendido y suplicante, de hallar algún día esa mujer fuerte de la que habla el autor de los Proverbios, y cuyo valor es mucho mayor que todas las piedras preciosas del mundo[3].
Sin embargo, parece que a los cristianos, en estos tiempos de nubarrones amenazadores, se nos complica la tarea de formar una familia a la antigua usanza, de fraguar una realidad a partir de la cual la prole descubra, como Laura Ingalls Wilder en La Casa de la Pradera, que hogar es la más dulce de las palabras que existen. Hazaña hercúlea parece ésta. No ignoro, pues, el mundo en el que vivo. Ni el dominio que ejerce en este plano el Señor de las moscas. Pero sé que no todo lo bueno se ha extinguido: existe, aunque eclipsado por la cizaña del mundo, el buen trigo, los príncipes azules y las heroínas de los mitos. Existen, finalmente, hombres y mujeres de corazón recto, parejas de enamorados que se aman con amor único, y jóvenes que suspiran por encontrar a su alma gemela, esa que según Shakespeare se reconoce con solo mirarla.
Sin duda el amor conyugal es expresión del amor de Dios. El ser humano es la obra que culmina su Creación, siendo la unión de la pareja dicha culminación, pues ésta está llamada a amarse como Dios ama al linaje humano. ¡Casi nada!
El matrimonio cristiano, como es sabido, es la unión de un hombre (esposo) y de una mujer (esposa) en orden a construir una familia (principal escuela de vida y amor). El fin principal del mismo es la generación y la educación de los hijos («que deben ser educados para el cielo como buenos hijos de Dios»)[4], y el fin secundario «la ayuda mutua y la satisfacción moralmente ordenada del apetito sexual»[5]. El matrimonio, además, tiene para la Biblia su origen en Dios, quien lo desea monógamo e indisoluble. Este ideal puede verse en Génesis, Tobías o el Cantar de los Cantares. Se trata del amor exclusivo —pues no otra cosa apetecen las almas nobles—, que Jesús enseña como símbolo de la unión existente entre Cristo y la Iglesia. Con todo, conviene recordar que el hombre puede realizarse fuera del matrimonio, como servidor exclusivo del Reino de los Cielos.
Pero aquí me preocupa especialmente el amor humano, el amor exclusivo que anhelan los hombres y mujeres de este mundo, y que tiene algo de misterioso y de sublime, pues no en vano es un anhelo de unidad fortísimo. ¿Acaso no aseguró el mismo Adán, inspirado desde las entretelas de su alma, que la que tenía ante sus ojos, Eva, era «hueso de mis huesos y carne de mi carne»?[6]. ¿Y no vaticinó el mismo Dios que «dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne?»[7]. Resulta grandioso este misterio, sin duda. Y más aún, si cabe, cuando caemos en la cuenta, como dice Tertuliano, que el matrimonio son dos personas en una sola carne, «y donde la carne es única, único es el espíritu».
Indudablemente el amor humano es una realidad sobrenatural, y al tiempo una necesidad vital. Un hambre tanto espiritual como carnal; por suerte o por desgracia, puesto que «el amor cristiano es un amor espiritual, pero una amor encarnado»[8]. Y por eso el amor humano se vuelve tan pasional y tan carnal, queriendo la carne misma trascender su propia materialidad y encumbrarse gracias a la unión corporal de los esposos, que siempre es incompleta porque es total pero fugaz.
En resumidas cuentas, la experiencia de los sexos revela que la necesidad más profunda del ser humano es ser amado. Ser amado y amar. Y si nos fijamos, el amor que tanto anhelamos y que tanto vende en nuestros días, en el fondo no es más que necesidad de lo absoluto. Sin embargo, el amor del que tanto se habla y del que tanto se abusa hoy en día es un amor pervertido o mal orientado, porque se entiende como la necesidad de hallar lo absoluto en un ser humano, lo cual supone la proyección de ídolos que acaban en chasco.
Y esto es así porque el meollo del problema «no se plantea entre la vida y el espíritu, sino entre el sí y el no, entre la comunión y el aislamiento, entre Dios y el ídolo»[9].
Así pues, ¿no es la unión del hombre y de la mujer la forma más elevada de amor humano, cuando son bendecidos por Dios y convertidos en una misma carne y un mismo espíritu? En este sentido concluye su gran novela Natalia Sanmartín Fenollera, diciendo que el matrimonio no es cosa de dos personas, sino de tres: los esposos y Dios. Puesto que la alianza entre el hombre y la mujer está garantizada por la misma fidelidad de Cristo, que se compromete con su gracia a llevar adelante ese proyecto de vida, haciendo a los esposos capaces de amarse como Cristo nos amó. ¡Nada menos!
Bendita unión, en definitiva, la del hombre y la mujer, unión que preludia aquí abajo la unión futura del cielo, y que sirve de ancla y hogar para los hijos: resultado viviente de la trabazón de los esposos. ¡Y a los que tanto puede enseñar la Sagrada Familia!
Pero antes de nada —lo contrario sólo es soñar despierto— es imperioso hallar esa fiel compañera, esa mujer virtuosa que parece una excepción para el autor de los Proverbios, esa feliz esposa que hace exclamar de admiración a Adán, y a partir de la cual éste descubre que ya no está solo en el mundo.
Luis Segura
[1] Efesios 5, 31-32.
[2] 1) https://adelantelafe.com/matrimonio-uno-e-indisoluble/ y
2) https://adelantelafe.com/matrimonio-natural-matrimonio-sacramento/
[3] Proverbios 31, 10.
[4] Juan Antonio González Lobato, Razones de la fe. Los sacramentos; 1980, p. 196.
[5] https://adelantelafe.com/matrimonio-uno-e-indisoluble/
[6] Génesis 2, 23.
[7] Génesis 2, 24.
[8] Gustave Thibon, Sobre el amor humano; 2010, p. 39.
[9] Gustave Thibon, Sobre el amor humano; 2010, p. 48.