5. Necesidad del pastor en el rebaño
La metáfora procede del mismo Jesucristo, y en cuanto referida a la Iglesia refleja exactamente lo que sucede en el mundo de lo natural: un rebaño no va a ninguna parte si no es conducido por un pastor.
Si la Iglesia es el Gran Rebaño de Jesucristo, Él es a su vez el Gran Pastor de las ovejas que lo forman.[1] El mismo que nombró a otros hombres para que, como continuadores de su propia misión, desempeñaran el oficio de conducir a las ovejas: Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros,[2] dijo dirigiéndose a sus apóstoles.
Pero así como en el mundo natural no cualquier persona está capacitada para ejercer el oficio de pastor, pese a no ser un trabajo que requiera de especiales cualidades, con mayor razón puede decirse eso de la Iglesia, donde cualquier responsable de las ovejas del Rebaño de Cristo se enfrenta a la más difícil e importante de las labores a realizar por el ser humano: la salvación de las almas.
Jesucristo tuvo cuidado en distinguir entre los buenos y los malos pastores, señalándose a Sí mismo como El buen Pastor y describiendo las funciones propias de todo verdadero pastor. Por lo que todo el que ha sido nombrado Pastor en la Iglesia tiene desde entonces bien señalado el camino, el cual no es otro que el de seguir los mismos pasos de Jesucristo.
Pero la misión emanada de Jesucristo, encomendada a algunos hombres elegidos para conducir las ovejas de su Rebaño, carga sobre ellos el peso de la más alta de todas las responsabilidades. A partir de ese momento su vida ya no les pertenece, sino solamente a las ovejas. Por eso el buen Pastor se esfuerza en salvar a sus ovejas de los peligros que las acechan, aun arriesgando su propia vida: El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye. Y el lobo las arrebata y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas.[3]
Y no le van a faltar ocasiones de ofrecerla. El Rebaño camina por un terreno constantemente erizado de peligros. Ya San Pedro exhortaba a las ovejas a la vigilancia, puesto que el Diablo o Gran Adversario acecha dando vueltas buscando a quien devorar (1 Pe 5:8). Prudente aviso que en el mundo moderno ha adquirido especial relevancia, después de que el poder del Maligno, se ha incrementado hasta extremos nunca antes conocidos en la Historia de la Iglesia. Jesucristo había sido bastante claro al respecto alertando a las ovejas con respecto al Mundo: Si el mundo os odia, sabed que a mí me odió antes que a vosotros …[4] No os admiréis si el mundo os odia, decía el Apóstol San Juan.[5]
Pero si se contrastan los textos de la Escritura con la situación actual de la Iglesia, invadida por una herejía modernista que ha afectado a la misma Jerarquía hasta el punto de haberla conducido en su gran mayoría a una general apostasía, la situación que se muestra a la vista es espeluznante. La masa de los fieles se ha visto empujada a una franca dispersión, después de que un gran número de Pastores, desde las más altas Jerarquías hasta los más humildes curas de parroquia, se han dejado seducir por la herejía y han desertado de los deberes que les habían sido encomendados.
El examen detenido de los textos y su aplicación a la realidad de la vida real —lo que no se suele hacer en la Iglesia de hoy— arroja resultados que habrían suscitado grave temor si la Iglesia no hubiera perdido la conciencia de la propia responsabilidad y la del peligro que la amenaza.
Según Jesucristo, Él es el Buen Pastor y la única puerta de las ovejas.[6] Pero —continúa diciendo— todo el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, es un ladrón y un salteador…[7] Y el ladrón no viene sino para robar, matar y destruir.[8]
Y ya puede verse que las palabras y expresiones son bastante fuertes. Acusan claramente a los malos Pastores nada menos que de ser ladrones y salteadores, una gente a quienes no les importan las ovejas y que no hacen otra cosa sino robar, matar y destruir.
Cualquiera que se sienta preocupado por la situación del Catolicismo en el momento presente, así como por la conducta y el modo de proceder de muchos de los Pastores que lo gobiernan (cuyos corifeos se encuentran desde puestos elevados a los más humildes), puede razonar en conciencia acerca de si las palabras condenatorias de Jesucristo tienen aplicación al momento actual de la Iglesia. Si la respuesta es afirmativa, las consecuencias a deducir por cualquiera que razone sin prejuicios son realmente aterradoras.
Según Jesucristo, el buen Pastor va siempre delante de las ovejas (Jn 10:4), lo que implica claramente, según se desprende del significado de la expresión, que está obligado a darles ejemplo con el testimonio de su propia vida.
Una tarea que necesariamente lo va a conducir de lleno a dar la vida por las ovejas. La misión de dar ejemplo, a primera vista importante pero que no tendría que ser causa de reacciones contrarias, puede derivar en situaciones de grave compromiso para el Pastor. La razón, porque el testimonio del ejemplo ha de acompañar a la predicación de la Palabra, la cual de otro modo sería una labor inútil: ambos elementos van unidos y se necesitan el uno al otro de forma ineludible. Sin embargo, la predicación de la Palabra es oficio tan difícil como comprometido.
Pues la existencia cristiana, según advirtió ya el mismo Jesucristo, es una senda angosta y estrecha que conduce a la vida, y de ahí que sean pocos los que caminan por ella (Mt 7:14). Que es la razón que explica que la Doctrina que la expone sea ardua y dificultosa, a menudo contraria a una naturaleza humana que, por ser débil e inclinada al mal, no estará dispuesta a recibirla. Con el resultado que es fácil de apreciar, pues con más frecuencia de lo que parece los fieles oirán la predicación con desagrado. Y en la Iglesia actual, en la que los fieles han sido bombardeados con doctrinas modernistas durante más de cincuenta años, la actitud de crítica y rechazo hacia el predicador de la Palabra que se muestre sincero y fiel a la misión que ha recibido será una práctica habitual y corriente. Una actitud agravada además por las mismas doctrinas modernistas que han sembrado las falsas doctrinas de la equiparación entre ministros y laicos y han diluido la imagen y el papel del sacerdote. Por otra parte, como si las profecías anunciadas para Tiempos Despiadados tuvieran ya cumplimiento y la Iglesia pisara los umbrales de una cierta apostasía, cada uno de los fieles se creerá árbitro y juez para juzgar y decidirlo todo, al mismo tiempo que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus pasiones para halagarse el oído. Cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a las fábulas.[9]
Es aquí de modo especial donde el buen Pastor sentirá hacerse realidad en su propia carne las palabras del mismo Jesucristo: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece solo; pero si muere producirá mucho fruto.[10]
Desgraciadamente, sin embargo, en la Iglesia modernista de la deserción general de la Jerarquía, desde lugares de alta responsabilidad a los más humildes, los buenos Pastores dispuestos a morir por el bien de las almas que tienen encomendadas serán un tesoro raro de encontrar.
(Continuará)
Padre Alfonso Gálvez
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[1] Heb 13:20.
[2] Jn 6:57.
[3] Jn 10: 11–13.
[4] Jn 15:18.
[5] 1 Jn 3:13. Cf Jn 15:19.
[6] Jn 10:7.
[7] Jn 10:1.
[8] Jn 10:10.
[9] 2 Tim 4: 3—4.
[10] Jn 12:24.