3er Domingo de Pascua
Jn 16: 16-22
«Todavía un poco, y ya no me veréis, y todavía otro poco, y volveréis a verme»
Nos encontramos en un tiempo de preocupación y crisis y muchas personas se preguntan dónde ir; otros en cambio han abandonado.
¿Nos encontramos ahora en el momento que en el evangelio de hoy dice «no me veréis un poco de tiempo?
El mismo Señor nos dice que este tiempo será corto; por lo que no perdamos la esperanza.
No confundamos «la noche oscura» de la que hablan los santos con «la noche oscura» de los ateos». La noche oscura de los santos está llena de felicidad y esperanza; es una noche «luminosa». En cambio la noche de los ateos está llena de tristeza y desesperación.
Las noches de las que habla el Señor son necesarias para que nuestra fe sea probada. La noche del cristiano es la noche del alma que está enamorada.
El acto de amor de Cristo que le llevó a morir en la cruz ha de ser participado por el creyente. Cuando sufrimos, compartimos su muerte. El amor no es otra cosa que compartir el destino del Amado. A pesar de no ver al Amado, Él siempre está junto a nosotros.
Concepción errónea de Juan Pablo II cuando compara las noches del cristiano con las noches del ateo.
La salvación objetiva y la salvación subjetiva. Dios quiere que todos los hombres se salven; pero esta salvación «universal» ha de ser «aceptada» voluntariamente por cada uno.
«Y os daré una alegría que nadie os podrá quitar». La alegría es el gran secreto del cristiano, decía Chesterton.
Y Santa Teresa de Ávila decía: «Tristeza y melancolía nos las quiero en casa mía».
No confundamos el sufrimiento con la tristeza. Puede haber sufrimiento y alegría al mismo tiempo.