El final de un pontificado infernal

Doce años de autocracia, inestabilidad, confusión y error

El pasado lunes de Pascua, el papa Francisco compareció ante el temible tribunal de Cristo. No hay necesidad de deshacerse en gastados tópicos sentimentalistas («tenía un verdadero corazón de pastor, cómo quería a los pobres», etc.). Desde hace seis décadas estamos acostumbrados a estas canonizaciones privadas que, si podemos fiarnos de sus actores, han llegado a doblar o cuadruplicar el número de los santos.

Llevo años rezando para que Dios nos libre del azote de este pontificado, y entendiendo que si es su voluntad que continuara, sería para probarnos y purificarnos, hacernos crecer en virtud y, sobre todo, para que nos vayamos dando más cuenta de la marcada diferencia que hay entre el mero poder y la auténtica autoridad, entre el imperio de la novelería y los derechos de la Tradición. Ahora que no está Francisco, francamente, la sensación es de que la Iglesia (y desde luego el mundo) se han quitado un enorme peso de encima.

De todos modos, nunca está de más rezar por el eterno descanso de un alma, por mucho mal que haya hecho. Como enseña la Iglesia, sólo Dios conoce con certeza los méritos y deméritos de una persona. Si Francisco murió con corazón arrepentido, movido por una gracia secreta de Dios, puede muy bien haberse salvado, pero es posible que le toque pasar milenios en el Purgatorio, como la más infelices de las almas en pena. Por eso recé por él la mañana en que se murió, y seguiré rezando: Requiem aeternam dona ei, Domine: et lux perpetua luceat ei. Requiescat in pace.

Ninguna oración cae en saco roto. Si da la casualidad de que nuestras plegarias no son de provecho para Francisco (cosa que sólo Dios sabe), no dejarán de beneficiar al Cuerpo Místico como un acto de caridad.

Oremos también de todo corazón por el futuro cónclave, que tiene todas las trazas de ser el más turbulento en siglos, con conceptos radicalmente opuestos del catolicismo compitiendo por los votos de los purpurados. No sabemos lo que nos deparará el futuro; lo que sí sabemos es que el Señor ha resucitado y siempre estará con nosotros. Esté ocupado o no el trono de San Pedro, Cristo sigue siendo Cabeza eterna de la Iglesia, y su única Cabeza en el Cielo, donde anhelamos estar con Él. Tu nobis, victor Rex, miserere.

Si a alguno le parece que mi opinión es demasiado severa o crítica, procure entenderla como un corrrectivo aplicado a la canonización virtual de la que está siendo objeto el difunto pontífice por parte de innumerables comentaristas. Conviene hacer una advertencia importante: no queremos pasarnos desechándolo en su totalidad (por eso exhorto a rezar por él), pero tampoco me gustaría que nos fuéramos al otro extremo deshaciéndonos en elogios. Al contrario: no es caritativo afirmar que los últimos doce años han sido un puro desastre, una verdadera pesadilla, para la Iglesia, fomentada en gran medida por este desgraciado argentino. Ruego a Dios que se apiade de su alma, aunque tampoco voy a mentir al hablar de lo que hizo de tejas para abajo.

Rudimentos del ministerio petrino

Son demasiados los católicos, ya sean altos cargos eclesiásticos como seglares, a los que por lo que se ve se les han olvidado las verdades fundamentales. Los últimos doce años en particular han sido testigos de crecientes tentativas de pervertir la doctrina y borrar la Tradición católica.

¿Se acuerdan de cuando aquel fan del Papa, el P. Thomas Rosica, dijo en 2018 que ahora con Francisco la Iglesia «es gobernada abiertamente por una persona en vez de por la autoridad de las Escrituras o de los preceptos de la Tradición y las Escrituras», y que «el Papa se salta la Tradición católica cuando le da la gana» porque está «liberado de ataduras incontroladas»?

Pero esa no es ni puede ser la misión del Papa.

San Pedro fue nombrado primero de los pontífices, la piedra, cimentado en esta pétrea confesión de fe: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».

Esta confesión quiere decir:

• Que Cristo es Dios, que vive y da vida a todos.

• Que el cristianismo es la única religión verdadera.

• Que fuera de Cristo no hay salvación.

• Que separado de su Cuerpo, la Iglesia, no hay salvación.

En tanto que un pontífice crea y predique ese Señor, esa Fe, esa verdad, es el Vicario de Cristo, actúa en nombre de Él. Y si se desvía de esa confesión petrina, ya no es piedra, sino satán (enemigo o adversario en hebreo). Con esta acerba palabra ni más ni menos lo reprendió el Señor poco después de exaltar a San Pedro, por «pensar como los hombres y no como Dios».

La entrega de las llaves no da vía libre para que una vez se esté en posesión de ellas uno pueda hacer y decir lo que le plazca. Las llaves no son una autoridad arbitraria para atar y desatar ad libitum, porque Dios no es autor de confusión ni de desorden, sino Dios de paz (V. 1ª Cor 14,33). Jesucristo no dijo: «Soy una opción, una opinión, y un incentivo», sino «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Las llaves, por el contrario, son símbolo de un cargo, una obligación, y hasta una cruz con la que conformarse a Cristo, que es la Cabeza. Y a San Pedro lo crucificaron boca abajo para hacer ver que había aprendido a no competir con su Maestro, sino a aceptar la primacía de Él y estarle subordinado.

El mayor servicio que se le puede hacer al Papa, a cualquier papa, es permitirle ser siervo de los siervos de Dios, sin que abuse de ellos con uso indebido de su autoridad. La mayor obediencia al Papa consiste en la obediencia incondicional a la autoridad que se manifiesta a través de él como fundamento y razón de ser de su autoridad. Y la mayor fidelidad al papado consiste en ser fiel al Señor que lo instituyó, al Evangelio por el que existe, a la doctrina y liturgia que se le confiaron, y a las leyes que garantizan su justicia.

Nada hay más contrario a la verdadera veneración al Vicario de Cristo que adular su persona. Nada hay más perjudicial para el desempeño de su santo cargo que una sumisión servil e inconsciente sin la luz de la fe, la fuerza de la razón, la virtud de la discreción, la voz de la conciencia y el amor a la Tradición.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Peter Kwasniewski
Peter Kwasniewskihttps://www.peterkwasniewski.com
El Dr. Peter Kwasniewski es teólogo tomista, especialista en liturgia y compositor de música coral, titulado por el Thomas Aquinas College de California y por la Catholic University of America de Washington, D.C. Ha impartrido clases en el International Theological Institute de Austria, los cursos de la Universidad Franciscana de Steubenville en Austria y el Wyoming Catholic College, en cuya fundación participó en 2006. Escribe habitualmente para New Liturgical Movement, OnePeterFive, Rorate Caeli y LifeSite News, y ha publicado ocho libros, el último de ellos, John Henry Newman on Worship, Reverence, and Ritual (Os Justi, 2019).

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