Ignoramos si los diez años transcurridos entre comienzos de 2013 y finales de 2023 será recordado como uno de los más intensos del siglo XXI, pero sin duda han sido de los más imprevisibles de nuestra vida.
El decenio se inició con la bomba de la dimisión de Benedicto XVI el 11 de febrero de 2013, y se acerca a su conclusión con otra bomba, mejor dicho, Caja de Pandora, como lo han calificado acertadamente en un libro de reciente publicación Julio Loredo y José Antonio Ureta (Tradición y acción, Madrid 2023): el Sínodo sobre la Sinodalidad que se celebrará el próximo mes de octubre. Aunque, bien mirado, la primera caja de Pandora fue la renuncia de Benedicto XVI al pontificado, «un rayo caído con el cielo sereno», como afirmó el cardenal Angelo Sodano, que dio comienzo a todo.
La posibilidad de renuncia al pontificado está prevista en el derecho canónico (cán. 332, § 2), pero era algo que sólo se había hecho de forma muy esporádica. Es más, los motivos y la manera en que se realizó la abdicación fueron muy singulares. Hasta el último día de su vida, Benedicto XVI repitió que su decisión no obedecía a otra razón que sus frágiles condiciones psicofísicas, su agotamiento físico y mental, como explicó monseñor Georg Gänswein en el libro que dedicó a la histórica renuncia (Nada más que la verdad: mi vida al lado de Benedicto XVI, Desclée de Brower, Bilbao 2023). En una carta que dirigió el 28 de octubre de 2022 a su biógrafo Peter Seewald, Benedicto explicó que el motivo fundamental de su renuncia fue el siguiente: «El insomnio que me acompaña ininterrumpidamente desde la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia» desde agosto de 2005. Pero sus inequívocas declaraciones no han logrado poner fin a las más extravagantes especulaciones; se ha llegado a teorizar que en realidad Benedicto nunca había abdicado y seguía siendo el pontífice reinante en tanto que Francisco era un usurpador.
Desde luego, el papa Ratzinger no imaginaba que en los diez años posteriores a su pontificado asistiría a semejante debacle a raíz de la elección de Francisco, en parte porque estaba seguro de que su sucesor sería el cardenal Angelo Scola. En cuanto apareció el primer humo blanco en la chimenea de San Pedro, un comunicado de la Conferencia Episcopal Italiana emitido a las 20:24 del 13 de marzo de 2013 expresó «el sentimiento de toda la nación italiana al recibir la noticia de que el cardenal Angelo Scola era el sucesor de San Pedro». En el cónclave de 2013, según reconstrucciones confiables, Angelo Scola había salido en el primer escrutinio, pero fue sobrepasado en el quinto por Bergoglio (Gerard O’Connel, The election of Pope Francis. An Inside Account of the Conclave that Changed History, Ed. Orbis Books, 2021)
El pronóstico falló gracias a voto de los cardenales estadounidenses, que estaban convencidos de que era necesario hacer una limpieza a fondo en la Iglesia y ningún italiano habría sido capaz de llevarla a cabo. Fue el voto decisivo para que resultase elegido Jorge Mario Bergoglio. ¿Quién iba a adivinar que diez años después en el episcopado de EE.UU. se iba a manifestar la más resuelta oposición al papa Francisco?
Tanto los conservadores como los progresistas querían hacer reformas internas en la Iglesia, y Bergoglio se presentaba como un candidato espiritual, capaz de llevarla a cabo. ¿Quién iba a imaginar que resultaría ser el más político de los papas en los últimos cien años (véase Jean-Pierre Moreau La conquête du pouvoir, Contretemps, Paris 2023, y que sus reformas fracasarían estrepitosamente?
El nombramiento del cardenal Georgel Pell como Secretario de Economía el 24 de febrero de 2014 pareció ser una garantía para los conservadores, que luego se dieron cuenta de que las reformas se demoraban mientras se multiplicaban los equívocos doctrinales y pastorales, sobre todo a raíz de la publicación dela exhortación apostólica Amoris laetitia el 19 de marzo de 2016. Cuatro eminentes cardenales (Walter Brandmüller, Raymond Leo Burke, Carlo Caffarra, Joachim Meisner) presentaron el 16 de septiembre de dicho año cinco dubia a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Era bastante previsible que les darían la callada por respuesta; lo que nadie se esperaba fue el fallecimiento de dos de los cuatro purpurados: Joachim Meisner el 5 de julio de 2017 y Carlo Caffarra el 6 de septiembre del mismo año, frustrando con ello la acción pública de los otros dos.
El 29 de junio de 2017 la policía australiana confirmó la existencia de una acusación contra el cardenal Pell «por graves delitos sexuales» contra menores. Un juzgado del estado de Victoria lo declaró culpable, y el 13 de marzo de 2019 fue condenado a seis años de arresto. Hubo que esperar al 7 de abril de 2020 para que el mismo tribunal lo absolviera y pusiera en libertad tras un año de cárcel. El cardenal australiano, más activo y práctico que los de la Curia, volvió a Roma y se puso a organizara los opositores de Bergoglio con vistas al próximo cónclave, pero falleció inesperadamente el 10 de junio de este año. Mientras se oficiaban sus funerales, tenía lugar a pocos pasos de allí la vista de la causa contra el cardenal Angelo Becciu, todavía sin resolver y plagada de incógnitas, en la que está comprometido el propio Bergoglio.
Por otro lado, ¿quién iba a suponer la desilusión que se iban a llevar con el papa Francisco los mismos progresistas que acogieron con tanto entusiasmo su elección? En abril de 2013, el historiador Alberto Melloni calificó el anuncio de la reforma de la Curia del papa Francisco como «el paso más importante que se ha dado en los últimos diez siglos de historia de la Iglesia y en los cincuenta transcurridos desde el Concilio» (Corriere della Sera, 14 de abril de 2013). Diez años después, el mismo Melloni ha afirmado que el principio en que se funda la constitución apostólica Predicate Evangelium sobre la reorganización de la Curia romana es «una tesis que ataca al corazón mismo del Concilio y que constituye un punto decisivo para el futuro de la Iglesia» (La Repubblica, 24 agosto 2022). Se lo acusa de renegar de la prioridad del orden sacramental sobre el jurídico, prioridad que constituía uno de los pilares de la nueva doctrina conciliar.
«La irrupción de Francisco produjo una conmoción. Un choque de culturas. Dependiendo de la sensibilidad de cada uno, se ha percibido como una pesadilla, como un terremoto o como una auténtica liberación.» Esto dice Jean-Marie Guénois en su último libro (Pape François. La Révolution, Gallimard, París 2023), en el que trata de dilucidar lo que otro vaticanista, Massimo Franco, ha llamado El enigma Bergoglio (Edizioni Solferino, Milán 2020). Entre los pocos puntos claros hay una radical continuidad en el plano de la praxis con el Concilio Vaticano II. En ese sentido, tiene razón el P. Claude Barthe cuando califica el actual pontificado de «apocalipsis en sentido literal, es decir una revelación. En concreto, una revelación del gran vuelco que volens nolens efectuaron los padres del Concilio Vaticano II. El papa Francisco está llevando a su máxima expresión este hecho verdaderamente único o, en todo caso, está haciendo mucho más tangible su naturaleza» (ResNovae, 1° de septiembre de 2023). Pero es posible la caja de Pandora abierta con la dimisión de Benedicto XVI, con la consiguiente elección de Francisco, haya tenido sus consecuencias más imprevisibles entre los católicos fieles a la Tradición. La Correctio filialis del 11 de agosto de 2017, firmada por más de 200 teólogos y especialistas en disciplinas diversas, parecía haber encontrado unidad de doctrina e intenciones en ese mundo. Sin embargo, la pandemia del coronavirus, el conflicto ruso-ucraniano y la veleidosa actitud de Francisco han contribuido a desestabilizarlo. El mundo de la Tradición ya no es una acies ordinata o ejército en formación como parecía hasta enero de 2020, sino un despliegue confuso y dividido en facciones que se encuentra ante lo que el cardenal Pell llamó una pesadilla tóxica: el Sínodo de octubre, una nueva caja de Pandora de la que cabe esperar de todo, incluidas las reacciones a las que inevitablemente dará lugar.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)