El sordo espiritual

1El profeta Isaías profetizó las maravillas que haría el Mesías, una de ellas recoge el evangelista Marcos, nos presenta la curación de un sordo a cargo de Nuestro Señor Jesucristo, describiéndolo así:

Le trajeron un sordo y tartamudo, rogándole que pusiese su mano sobre él. Mas Él, tomándolo aparte, separado de la turba, puso sus dedos en los oídos de él; escupió y tocóle la lengua. Después, levantando los ojos, al cielo, dio un gemido y le dijo: “Effathá”, es decir, “ábrete”. Y al punto sus oídos se abrieron, y la ligadura de su lengua se desató, y hablaba correctamente. Más les mandó no decir nada a nadie; pero cuanto más lo prohibía, más lo proclamaban. Y en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo hizo bien: hace oír a los sordos, y hablar a los mudos”.[1]

Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.[2] En los días mesiánicos la cercanía bienhechora de Dios se manifestará en la rehabilitación de los indigentes: abriendo los oídos a los sordos y devolviendo la palabra a los mudos. Esto se realiza espiritualmente en el rito del Bautismo. San Jerónimo enseña:

«La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio (Jn 5,22), y dará a cada uno según sus obras… Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Lc 7,22), también se cumple entre las gentes cuando los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la Luz de la Verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de la Escritura, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor.

«Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales».[3]

Comenta San Gregorio Magno:

«Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos, cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el Evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: “presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano” e indica el orden de esta curación cuando añade: “le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor, sino los dones del Espíritu Santo?… Pero, ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es Él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar».[4]

Se trataba de una sordera material, pero también existe la espiritual que Jesús desea curar.

Es una sordera al cerrarse totalmente a Dios y a los demás hombres, si la persona que edifica su vida teniéndose en cuenta sólo a sí misma, vive como si estuviera sólo en una isla, los demás son un estorbo. El sordo espiritual está cerrado en su egoísmo.

Él es así, así aprendió las cosas, así encara la vida y no tiene disposición alguna para cambiar. El sordo de espíritu es un sectario, tiene su verdad como si fuese la única, es irreductible en sus ideas, es un fanático, no escucha razones ni quiere escucharlas, lo que una vez recibió allí queda fijado para siempre, no tiene elasticidad para la metanoia, es rígido y severo en sus juicios. Este sordo puede leer o hablar con los demás, puede participar en reuniones o asistir a charlas o conferencias, pero jamás escuchará al otro, y al final concluirá diciendo: “Esto me da la razón, esto confirma lo que yo tengo pensado, todos son unos charlatanes, el único que comprende bien las cosas, soy yo”.

Los sordos de espíritu pueden concurrir todos los domingos a Misa, escuchar la predicación, leer la Biblia o determinado libro, pero nada hay en sus vidas que haga sospechar de determinado cambio.

«Es el apego desordenado a las propias ideas, al propio grupo, a los caminos propios, lo que causa esta ceguera tan frecuente. Según ella, los cristianos colaboracionistas con el mundo secular serán fácilmente considerados por los cristianos rupturistas como cómplices del mundo, oportunistas, cristianos mundanizados, sal desvirtuada, etc. Y a su vez, aquellos verán a éstos como laicos monásticos, puristas cátaros, alienados de las realidades temporales, o simplemente como chiflados».[5]

2. Hay un íntimo orgullo en el sordo de espíritu, hay una profunda egolatría, por eso levanta murallas frente a los demás, sólo sabe mirar a los demás de arriba abajo, pero jamás sentirá la necesidad de mirar hacia arriba, para recibir algo de los otros.

El orgullo es la negación de Dios como la fuente de la vida. Es una falla en otorgar el reconocimiento debido al Señor por el bien que hace y por lo que Él es. El orgullo despoja la atención que Dios se merece y la enfoca en uno mismo. Es una autocomplacencia de tal magnitud que ocasiona que se ignore y hasta se rechace a Dios y se viva como si el Creador no existiese.

El orgullo es una abominación de Dios, es detestable porque vive una mentira. El orgullo es ciego y sordo ya que no mira ni escucha a nadie más que a sí mismo.

Así opina el psicólogo, de los sordos de espíritu, y no está equivocado porque la mayoría de los cristianos no está en disposición de escuchar, de aprender, de cambiar, de adoptar posturas distintas de las acostumbradas, aunque manen con claridad del manantial de los Evangelios.

Es una enfermedad incurable, porque al enfermo le falta la ilusión por su propia curación, no quiere convencerse de que está sordo en su espíritu, por lo que no desea su cambio anormal ni lo pide ni lo busca.

El sordo curado por Jesús buscaba su transformación, odiaba su estado y deseaba que Cristo efectuara su transformación en hombre normal, por eso buscó al Señor, se valió de otros

Existen dos signos que nos avisan si estamos siendo egoístas o no.

El primero tiene que ver con Dios. ¿Ocupa Dios el primer lugar en nuestra mente, esto es, tratamos de evitar lo que es desagradable a Dios y aceptamos sin queja todo lo que Dios nos envía?

Lo que le desagrada a Dios es el pecado, el pecado es el amor propio que ha perdido el rumbo, llevándome a preferirme a mí mismo antes que a Dios.

La segunda señal que nos dice si somos egoístas o no, tiene que ver con nosotros mismos. ¿Damos rienda suelta a nuestros deseos y caprichos? ¿Dejamos que se desboquen como un potro salvaje? ¿O los disciplinamos, los domamos practicando la mortificación?

3. Dice Kempis: «Cuantas veces desea el hombre alguna cosa desordenadamente, pierde la tranquilidad».[6]

El que es esclavo de apegos o afectos desordenados «no siente lo que debe sentir, no piensa lo que debería ni cómo debería pensar, no juzga rectamente, no hace lo que debe hacer, no va a donde debe ir ni está donde debe estar. Es evidente que en esta situación no puede ni debe tomar decisiones ni entrar en elecciones, porque en ese ofuscamiento del juicio y la razón proliferan incontroladamente los actos injustos» (P. Horacio Bojorge, S.I.).

La mortificación es el vital ingrediente olvidado en la vida cristiana por lo que el mundo va como va. La mortificación es tratar de aniquilar las pasiones rebeldes, controlando nuestros cinco sentidos.

Es necesaria la ascesis de la vista, una cosa es ver y otra es mirar, en nuestra época existe toda una industria, por cierto muy lucrativa, basada en proporcionar imágenes profundamente nocivas, eso y no otra cosa es la pornografía en todas sus formas, un cristiano no puede pactar con ellas, ni siquiera por curiosidad, y menos aún por aparentar posturas liberales o adultas, es preciso recordar la secuela de males morales que acarreó al rey David, el haber fijado su mirada en una mujer provocativa.

Primero el adulterio, luego la mentira, la traición, el asesinato, y en endurecimiento del corazón. Hay motivos para cuidar la vista y apartarla de lo que induce al mal, porque Jesús dijo: «Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en el corazón».

Es necesaria la ascesis del oído, evitar la curiosidad malsana, no buscar noticias y comentarios inconducentes, rechazar las conversaciones en que queda mal puesta y sin necesidad alguna, la fama del prójimo.

¿Y qué diremos del tacto? Sobre todos los jóvenes y quienes están en camino del matrimonio deben saber renunciar a ciertas caricias, que casi siempre despiertan bajas pasiones y enturbian la pureza del amor cristiano.

Lo que sucede es que Satanás reina dentro de muchos corazones, acostumbrados a un estado permanente de pecado, pero Usted amigo no se deje engañar por su enemigo el diablo que conoce dónde le aprieta a cada uno su zapato y es por allá por donde ataca.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] SAN MARCOS 7, 32-37.

[2] ISAÍAS 35.

[3]

[4] MAGNO, SAN GREGORIO, Homilías sobre Ezequiel 1, 10.

[5] IRABURU, P. JOSÉ MARÍA, Evangelio y utopía.

[6] Imitación de Cristo , VI.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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