Hoy, en el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, cabe un pequeño análisis sobre la música que suena en nuestros Templos. ¿Digna de un Rey o de unos cortesanos ignorantes? Posiblemente nuestra querida Santa Cecilia, no fuera muy musical, tal y como es sabido, pero lo que sí es cierto, es que tendría el suficiente gusto, para tachar de deplorable la música actual.
No encuentro mejor manera, que celebrar este día, tocando y cantando para nuestro Señor, con la intercesión de la que es, nuestra Patrona. No obstante, hoy, me he animado a ir un poco más allá y hacer una pequeña lectura, sobre si lo que estamos haciendo es música o ruido, dentro de nuestras Iglesias.
¿En qué momento empezó la decadencia musical y a qué o a quién fue debida? ¿Qué pasó en la historia de nuestra Iglesia, para que se diera un salto tan grande y desafortunado y el Gregoriano diera paso a canciones tipo, “un pueblo es” de María Ostiz? De cantar a Capella, o utilizando el instrumento rey, “el órgano”, pasamos a introducir tambores, gaitas, flautas, guitarras y todo aquello que contribuya a: “cuánto más jaleo, mejor”.
Pio X, con su Motu Proprio, “Tra le sollecitudini”, ante la grave crisis musical, que se percibía ya en aquel momento, quiso poner freno y recordar, entre otras cosas, que lo profano, no forma parte de la Música Litúrgica. Desde luego, en su buena voluntad, ni siquiera hubiera podido imaginarse que la situación, pudiera volverse todavía más deplorable. Convencido de que la música ayudaba a la piedad y a la oración, quiso frenar lo que se veía venir, la destrucción de la Música Litúrgica y en un documento único, escrito por iniciativa personal, nos dejó recomendaciones, que de haberse seguido, aunque fuese mínimamente, nuestras Misas, tendrían hoy en día, la solemnidad y la piedad que merecen. “Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles”
Pío XI, viendo que el tema seguía desbocándose y algunos creían estar tocando en un auditorio o en un teatro, más que en una Iglesia, con la Carta Apostólica, “Divini Cultus”, intentó también, dar un toque de atención. Hay que decir que hubiera sido mucho mejor, por el bien de la Iglesia e incluso de nosotros mismos, habernos quedado en eso, en un concierto, más que en las músicas ramplonas a las que en estos últimos años nos han acostumbrado.
Con la llegada del Concilio Vaticano II, entró la deformación musical litúrgica más absoluta que se recuerde en toda la historia de la Iglesia y no necesariamente porque en el Concilio esté especificado que debamos homenajear a nuestro Señor con cantos más propios de una guardería, que de una Comunidad Parroquial. Lo que hizo el Concilio, fue elaborar unos documentos bastante ambiguos y que han permitido la libre interpretación de cada uno. En los Seminarios se bajó la calidad de la formación musical, o directamente se suprimió y en las Parroquias, bajo la batuta de los Ricardo Cantalapiedra del momento, marcaron al Pueblo de Dios un nuevo ritmo musical, «yo volveré a cantar, el amor y la esperanza», «la misa es una fiesta muy alegre», «saber que vendrás, saber que estarás»… Y así, se empezó, paulatinamente o de un plumazo, la gran deformación musical.
De una música que tenía también una función Catequética y Magisterial, ya que las letras eran extraídas del Misal e inspiradas en los Libros Sagrados, se dio paso a una libertad total en cuánto a los textos que se podían introducir y así sucedió que cualquiera que supiera la escala musical, se consideraba con dotes para la composición y nos dejaban para la posteridad, obras tan memoriales como “una espiga dorada por el sol”, en el mejor de los casos.
Personas adultas cantando al ritmo de palmas dirigidos desde el Altar por el Presbítero, entonaban, «dios no quiere caras tristes, no, no», de una profundidad teológica sin igual, destronando a Antífonas de gran riqueza como “Pueri Hebraeorum, portantes ramos olivarum, obviaverunt Domino, clamantes et dicentes:Hosanna in excelsis” y así, poco a poco, el Pueblo de Dios pensó que mejor callados que dando la nota y ahora nos preguntamos ¿Por qué la gente no canta? La respuesta es obvia
De las llamadas «misas de niños», hemos pasado a que nos traten, directamente, como a niños y todo ello, amparado por algo tan bello y con una finalidad tan Santa como es la música… Esto no es algo nuevo, el mismo Arrio, utilizó ya en su tiempo, esta misma técnica, introducir el mal, a través de la música.
Feligreses que se ven en medio de estos musicales baratos sin oportunidad de ir a otras Iglesias, porque quizás, en otras, es el mismo menú, parecido o peor.
Hace poco, me encontraba en una Iglesia, en la cual, el canto de entrada, era una canción de Joan Manuel Serrat, «hoy puede ser un gran día»… Sobran los comentarios… ¿Quienes son los responsables de estos atentados Litúrgicos? En una Parroquia, el Párroco y en una orden religiosa, el Superior. ¿Debemos presuponerles faltos de formación, o una dejadez en sus funciones? Da igual, lo importante y traumático, es el resultado.
Nos encontramos a día de hoy con una situación penosa y trágica, Presbíteros que se esfuerzan duramente en suprimir todo el Canto gregoriano, sustituyéndolo en muchos casos por cantos profanos y por si fuera poco, de dudoso gusto musical. Aunque los ejemplos que he puesto son extremos, la realidad supera todo y el resultado es la decadencia. ¿Qué podemos esperar cuando lo que se propone como recomendable, está recogido en lo que se llama “Cantoral Litúrgico Nacional”?…, no cabe mucha esperanza.
Cada vez nos encontramos mas órganos de tubos abandonados, a los que se les niega hasta un mínimo mantenimiento y se les deja morir, abandonados en el Coro de las Iglesias. Las guitarras y las palmas, ocupan el lugar protagonista. Cantos evangélicos, protestantes, discotequeros, de todo…de todo menos música litúrgica
Por mi trabajo, observo positivamente y así me lo hacen constar muchos feligreses, que el Gregoriano, no solo gusta y nos ayuda en la oración, elevando nuestra alma a Dios, sino que resulta más factible cantarlo que tantos y tantos cantos que se escuchan y que son más propios de un disco Light que de la Santa Misa. Resulta llamativo que después, nos maravillemos en un concierto de música Sacra y nos llenemos la boca, contando las excelencias de lo que acabamos de escuchar, cuando, en muchas ocasiones, esos cantos, cobrarían su pleno sentido dentro de la Liturgia y no en un recital. ¿Qué sentido tiene en un concierto la Misa de Ángelis? Cantemos cada cosa en su lugar correspondiente y hoy, con la intercesión de Santa Cecilia, pidamos al Señor que la música vuelva a ser un medio para llevar a las almas a Dios tal y como relata S. Agustín, en sus Confesiones, que le sucedió a él. “Cuanto lloré entre los himnos y los cánticos, vivamente conmovido por las voces de tu Iglesia suavemente exultante. Aquellas voces vertían en mis oídos, destilaban la verdad en mi corazón; me encendían sentimientos de piedad; las lágrimas brotaban y me hacían bien”
Sonia Vázquez