Composición de lugar. Contempla a Jesús montado sobre un pollino, que huella la vanidad mundana.
Petición. ¡Oh Jesús! Dame a conocer los sentimientos de tu corazón en este paso.
Punto primero. Cinco días antes de padecer muerte tu amado Jesús, hija mía, sabiendo que los judíos trataban en Jerusalén de matarle, quiso ir allá desde Efrén, donde se había recogido con sus Apóstoles; y en este camino iba Jesús delante de ellos con paso extraordinario, de modo que le seguían los Apóstoles admirados y llenos de temor… A padecer va Jesús con paso extraordinario, hija mía, para mostrarte la prontitud de su voluntad en cumplir la del Padre en las cosas más difíciles, y como lleva la delantera a todos cuando se trata de deshonras y tormentos… Díceles en secreto: Mirad que subimos a Jerusalén, y allí se cumplirán todas las cosas que están escritas del Hijo del hombre por los Profetas, porque será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y éstos le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para que escarnezcan de Él y le azoten y crucifiquen, y al tercer día resucitará. ¡Oh hija mía! Cuando veas atribulada di con ánimo esforzado: Mira, alma mía, que subimos a Jerusalén con Jesús, y antes de llegar a la Jerusalén celestial con Él, has de padecer en la Jerusalén terrestre. O morir o padecer.
Punto segundo. Cristo sentado sobre un pollino aderezado con las pobres capas de sus Discípulos, hollando la pompa mundana y manifestando su pobreza, humildad y mansedumbre, camina a Jerusalén y a deshora por inspiración del cielo, le sale a recibir innumerables gentes, y unos echaban sus vestiduras en el suelo para que pasase por ellas, otros cortaban ramas de los árboles y olivos que estaban en aquel valle, otros venían de Jerusalén con palmas en las manos en señal de victoria, y todos con gran gozo alababan a Dios, diciendo a voces: ¡Hosanna, gloria al Hijo de David, Rey de Israel! ¡Bendito sea el que viene en el nombre de del Señor!…” Considera, hija mía, que este triunfo y aplausos espontáneos de un pueblo agradecido, digno de Dios y Jesucristo, sobrepujan a todos los triunfos de los césares y reyes del mundo. Tres cosas concurren aquí necesarias para la verdadera devoción: el corazón, las manos y la lengua. Acércate, hija mía, a esta devota y entusiasta comitiva, mézclate con ellos y clama con mucho gozo y con todas tus fuerzas: ¡Hosanna! ¿Gloria, bendición salud, honor, y acción de gracias, a Mi Rey Cristo Jesús: Bendito y prosperado sea su reino, paz sea en el cielo y gloria sea a Dios en las alturas! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor! ¡hosanna! ¡gloria, bendición!…
Punto tercero. Mira, hija mía, cómo Jesús, si admite estos aplausos por cumplir la voluntad de su Eterno Padre, y para que sea después mayor su afrenta, en llegando a ver la ciudad de Jerusalén llora sobre ella, diciendo: “¡Si conocieses tú en este día las cosas que son para tu paz y ahora te están escondidas!…” Llora Jesús en medio de los gozos… aquel triunfo parece que nada le pertenece… Así, hija mía, no debes pegar tu corazón a las alabanzas… Al entrar en la ciudad, se conmueve toda. Los corazones sencillos se gozan diciendo: “Este es Jesús, profeta de Nazaret…” Los escribas y fariseos, carcomidos de la envidia, le mandan que haga callar al pueblo, y sobre todo a los muchachos que en el templo gritaban: “Hosanna al Hijo de David…” mas Jesús les responde: “Dígoos que si éstos callaren, las piedras hablarán. ¿No habéis oído lo que dice la Escritura (Psalmi VIII, v. 3): De la boca de los infantes y de los que maman sacaste perfecta alabanza?” Así confunde su malicia…
Al entrar en el templo arroja a los vendedores y compradores, sana a los cojos y ciegos, enseña al pueblo, y después de estar todo el día trabajando en predicar y hacer tantas maravillas, siendo ya tarde, miraba a todos para ver si alguno le convidaba y hospedaba en su casa, y no hubo quien se moviese a ello por temor de los fariseos, y así se volvió ayuno con sus Apóstoles a Betania, que distaba dos mil pasos de Jerusalén… ¡Oh hija mía! ¡cómo se descubre la liberalidad de Dios infinita, y la infinita cortedad y desagradecimiento de los hombres contra Dios!.. ¡Cuán poco, hija mía, se puede fiar de los hombres, pues tan presto desamparan, por temor y respetos humanos, al que había recibido con tantas muestras de amor y de regocijo!… Acompaña a Jesús, hija mía, como los Apóstoles, lo mismo en su entrada gloriosa y triunfante de Jerusalén que en su salida ignominiosa, para que Él te reciba en su compañía eterna, después de haberle servido acá con honra y con deshonra.
Padre nuestro y la Oración final.
Fruto. No haré caso de los palillos de romero seco, que son las ayudas de los hombres, porque tan presto se quiebran y se mudan, y sólo me asiré bien de Dios que no se muda.
San Enrique de Ossó